Ayer terminé el
encuentro con los gobiernos de Bética, Portugal y United Kingdom-Ireland. Creo que hicimos un buen trabajo en los dos días de reunión. Al
caer la tarde pudimos dar un paseo por el centro histórico de Sevilla,
comenzando por la Plaza de España.
Hay ciudades que se pueden visitar muchas
veces sin caer en la rutina. Sevilla es una de ellas. Su pasado esplendoroso
(se dice que en el siglo XVI fue quizá la ciudad más floreciente de Europa) ha
dejado una pátina indeleble, mezcla de tronío y de una indisimulada chulería.
Sevilla es una ciudad que se siente contenta de haberse conocido. Sus detractores
dicen que es teatral: mucha fachada y poco contenido. Sus admiradores prefieren
decir que exhibe un aspecto bonito para preservar incontaminada su intimidad. No
sé. Son discursos que me superan. A un visitante ocasional no se le pueden pedir
juicios sumarísimos. Basta dejarse llevar. Si, además, la temperatura es suave
y sopla una brisilla que sube del Guadalquivir, entonces la combinación es
perfecta. Lo que nadie pone en duda es que Sevilla atrae, embruja. Lo atestiguan los miles de turistas que la visitan cada año.
Contemplando las proporciones de la Plaza de España, construida para
la Exposición Universal de 1929, o la silueta de la Giralda –minarete de la
antigua mezquita– o el macizo imponente de la catedral cristiana, o la Torre
del Oro, o el Palacio de San Telmo… uno tiene la impresión de que la historia
no ha quedado reducida a un rincón de museo sino que sigue activa en la vida de
la ciudad. No me gustan las ciudades detenidas en el tiempo (las ciudades-museo
para contemplación de turistas) sino aquellas que han sabido incorporar el
pasado al presente. En Sevilla todos los siglos son contemporáneos. Uno puede
estar tomándose una cerveza... en pleno siglo XVI. Esta continuidad da a Sevilla
un aire tradicional abierto siempre a las innovaciones.
Si esta
meditación peripatética termina con una cena sobria, a base de "pescaíto frito", en un restaurante de Triana mientras en un bar cercano un grupo de aficionados corea los goles del Sevilla
al Shakhtar, entonces se puede decir que Sevilla tiene un color especial. Os
dejo con la famosa canción de Los del Río y luego con el tema “Sevilla” de
Miguel Bosé. Espero satisfacer así dos gustos musicales muy distintos. Las
sevillanas tendrán que esperar una ocasión mejor.
Hace... demasiados años, estuve participando en la restauración del Monasterio de Santa María de las Cuevas. La Cartuja, vaya. En aquellos meses previos a la expo 92, la mayoría de los pabellones estaban por hacer, así que las innumerables visitas a las obras desembocaban siempre en los andamios del monasterio. Primeros ministros, príncipes, reyes, periodistas... Una de esas visitas fue un fotógrafo de la National Geographic, joven pero muy, muy viajado. Venía para un día, pero se alargó su visita casi una semana. Uno de esos días me acerqué y le pregunté. Me confesó la razón de su permanecía: "he fotografiado muchos lugares en el mundo... pero la luz de Sevilla... No he visto esta luz, estos colores en ningún otro sitio".
ResponderEliminarHay muchos otros lugares hermosos en el mundo. Pero está claro: Sevilla tiene un color especial.
...y sí: estamos encantados de habernos conocido :DD
Gracias por subrayar lo de la luz. A mí también me fascina.De todos modos, lo que he escrito es un apunte rápido que no se puede comparar con la experiencia de quien ha nacido y vive en el lugar.
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