Por fin ha
llegado el sol a Fátima. La luz da al lugar un aspecto más amable. La gran explanada abraza a los muchos peregrinos que siguen afluyendo. Continúa soplando el viento, pero con menos fuerza que hace un par de días.
Yo sigo inmerso en el XIII Capítulo Provincial de los claretianos de Portugal. Apenas
me queda tiempo para ocuparme del blog. Con todo, viendo algunos vídeos un
tanto tremendistas sobre los "secretos de Fátima", he recordado la famosa “octava real” escrita
por el benedictino de Sevilla Fray Pedro de los Reyes en el siglo XVI. Los
lectores de más edad tal vez la recuerden de memoria porque, aparte de ser muy
citada en las preceptivas de métrica castellana, se usaba en retiros, ejercicios
espirituales, charlas, etc. para hablar sobre la seriedad de la salvación
eterna en el contexto de la teología y la espiritualidad del siglo XVI. La
famosa “octava real” decía así:
¿Yo para qué nací? Para salvarme.Que tengo que morir es infalible.Dejar de ver a Dios y condenarmetriste cosa será, pero posible.¿Posible, y río y duermo y quiero holgarme?¿Posible, y tengo amor a lo visible?...¿Qué hago, en qué me ocupo, en qué me encanto?Loco debo de ser, pues no soy santo.
Resultaba fácil aprenderla de memoria para tener siempre
presente la realidad de la muerte (“Que tengo que morir es infalible”). Frente
a ella, se abría con claridad la posibilidad de la salvación o la condenación.
El “amor a lo visible” apartaba del “ver a Dios”; la santidad implicaba un
alejamento de todo lo que pudiera ser placentero.
En esta misma línea se sitúan muchas de las
interpretaciones tradicionales de los mensajes de Fátima y su llamada
insistente a la penitencia.
Reconozco que el asunto es demasiado serio y complejo
para despacharlo en un par de frases. Pero hay un criterio de discernimiento
insuperable: la luz que nos viene del Evangelio. ¿Cómo invitaba Jesús a la
penitencia? ¿Qué significaban para él la “salvación” y la “condenación”? ¿Cómo
hay que considerar las realidades creadas a partir de su encarnación? Muchas
cosas han cambiado en la teología y la espiritualidad cristianas desde el siglo
XVI e incluso desde las apariciones de Fátima (1917). El Espíritu Santo nos ha
ido conduciendo a una nueva comprensión más en línea con la Escritura. María es la mujer que proclama "las grandezas del Señor", que se preocupa por la falta de vino en las bodas de Caná, que derrota al dragón... El concilio Vaticano II marca un rumbo que, sin romper con la
gran Tradición, introduce nuevos desarrollos.
Dentro de este marco, que celebra las obras de Dios como “sacramentos
visibles” de su amor y no como tropiezos para la unión con Él, el jesuita
asturiano Luis Blanco Vega hizo en 1989 una reelaboración de la famosa “octava
real” de Fray Pedro de los Reyes. La pregunta de éste (“¿Y tengo amor a lo
visible?”) se transformó en una rotunda afirmación: “Y tengo amor a lo visible”.
A partir de aquí, los versos se retocan ligeramente. La “octava” conserva su
ritmo, pero la perspectiva cambia radicalmente. En su versión remozada fluye
así:
Porque sé que nací para salvarmey tengo que morir –es infalible–,porque dejar de verte y condenarmesolo con otro dios será posible,por eso río, duermo, quiero holgarme,Señor, y tengo amor a lo visible.Y solo me pregunto en qué me encantocuando huyo de la vida por ser santo.
No tengo tiempo para más comentarios. Os dejo con algunas preguntas: ¿Cuál
de las dos versiones os gusta más? ¿Por qué? ¿Qué esconde cada una de ellas?
En su poemario inédito, el padre Carlos Quirós (1884-1960) dijo que era de Lope de Vega.
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