
La humedad de Canarias contrasta con la sequedad de Madrid. Estoy más acostumbrado a la segunda que a la primera. Pero se agradecen los 23 grados llevaderos en Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad que se aproxima a los 400.000 habitantes. Comenzamos hoy la “semana claretiana”. El próximo viernes se celebrará la solemnidad de san Antonio María Claret que -junto con la Virgen del Pino- es compatrono de la diócesis canariense desde 1951, un año después de su canonización. A lo largo de los años he tenido la oportunidad de conocer los principales escenarios por los que discurrió la vida de Claret: Sallent (su pueblo natal), Barcelona, Vic, numerosos pueblos catalanes, Santiago de Cuba, Madrid, París, Roma y Fontfroide (el monasterio cisterciense francés en el que murió).
Pero hasta ahora no había tenido la oportunidad de visitar Canarias, la tierra en la que pasó alrededor de catorce meses misionando. Todo estaba programado para la primavera de 2020, pero la pandemia lo impidió. El impacto de la presencia de Claret en Canarias fue tan grande que hasta hoy se mantiene la memoria de “El Padrito”, como lo llaman cariñosamente los canarios. Claret sintió que los isleños le habían robado el corazón. Hasta ese punto llegó esta “historia de amor” entre un catalán universal y un pueblo hambriento de la palabra de Dios.

Aunque esta semana está llena de encuentros formativos (incluido el triduo de preparación para la fiesta), espero que haya tiempo para visitar algunos de los lugares en los que el “El Padrito” se hizo presente. Con motivo de los 150 años de su paso por estas las islas, en las que también recaló en su viaje a Cuba, en 1999 se colocaron unos azulejos conmemorativos en los lugares más señalados. Es bueno que no se pierda la memoria, sobre todo cuando este recuerdo es un acicate para seguir manteniendo viva la “pasión por evangelizar en comunidad”, que así es como han titulado los claretianos el programa de esta semana.
Es verdad que las circunstancias de hoy tienen muy poco que ver con las que se encontró Claret. Cuando llegó a las islas en marzo de 1848, la población era, sobre todo, rural, incluso la que vivía en Las Palmas. Apenas un 15% de las personas sabía leer y solo un 10% podía escribir. Mucha gente vivía en casas rudimentarias e incluso en cuevas. Las calles no estaban pavimentadas ni había agua corriente en los hogares. Las gentes se desplazaban a lomos de jumentos y, en el caso de Lanzarote, en camello.

En ese contexto de pobreza material y falta de evangelización, realizó Claret sus cinco campañas misioneras por la isla de Gran Canaria y, ya de regreso a la península, en Lanzarote (abril de 1849). Cuando llegó en marzo de 1848, antes de trasladarse a Gran Canaria, primero predicó en la iglesia de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife. Recorrió después varios pueblos de las islas como Telde, Agüimes, Ingenio, Tejeda, Arucas, Gáldar, Guía, Firgas, Moya, Teror, San Mateo, Santa Brígida, Santa Lucía, San Bartolomé de Tirajana, Teguise y Arrecife.
Décadas después, el poeta canario Ignacio Quintana Marrero (1909-1983), nacido en Teror y primer pregonero de las Fiestas del Pino, recordaba así , con versos exaltados, esas andanzas misioneras: “Tienen todas las sendas grancanarias / el sello de los peregrinos / y hay en el polvo aún de los caminos / unciones de sus manos sermonarias… / Hoy con la lira de poeta acudo / ante tu exaltación, Claret divino, / andante caballero, peregrino, / Don Quijote de Dios, ¡yo te saludo!”.