lunes, 20 de octubre de 2025

Un corazón robado


La humedad de Canarias contrasta con la sequedad de Madrid. Estoy más acostumbrado a la segunda que a la primera. Pero se agradecen los 23 grados llevaderos en Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad que se aproxima a los 400.000 habitantes. Comenzamos hoy la “semana claretiana”. El próximo viernes se celebrará la solemnidad de san Antonio María Claret que -junto con la Virgen del Pino- es compatrono de la diócesis canariense desde 1951, un año después de su canonización. A lo largo de los años he tenido la oportunidad de conocer los principales escenarios por los que discurrió la vida de Claret: Sallent (su pueblo natal), Barcelona, Vic, numerosos pueblos catalanes, Santiago de Cuba, Madrid, París, Roma y Fontfroide (el monasterio cisterciense francés en el que murió). 

Pero hasta ahora no había tenido la oportunidad de visitar Canarias, la tierra en la que pasó alrededor de catorce meses misionando. Todo estaba programado para la primavera de 2020, pero la pandemia lo impidió. El impacto de la presencia de Claret en Canarias fue tan grande que hasta hoy se mantiene la memoria de “El Padrito”, como lo llaman cariñosamente los canarios. Claret sintió que los isleños le habían robado el corazón. Hasta ese punto llegó esta “historia de amor” entre un catalán universal y un pueblo hambriento de la palabra de Dios.


Aunque esta semana está llena de encuentros formativos (incluido el triduo de preparación para la fiesta), espero que haya tiempo para visitar algunos de los lugares en los que el “El Padrito” se hizo presente. Con motivo de los 150 años de su paso por estas las islas, en las que también recaló en su viaje a Cuba, en 1999 se colocaron unos azulejos conmemorativos en los lugares más señalados. Es bueno que no se pierda la memoria, sobre todo cuando este recuerdo es un acicate para seguir manteniendo viva la “pasión por evangelizar en comunidad”, que así es como han titulado los claretianos el programa de esta semana. 

Es verdad que las circunstancias de hoy tienen muy poco que ver con las que se encontró Claret. Cuando llegó a las islas en marzo de 1848, la población era, sobre todo, rural, incluso la que vivía en Las Palmas. Apenas un 15% de las personas sabía leer y solo un 10% podía escribir. Mucha gente vivía en casas rudimentarias e incluso en cuevas. Las calles no estaban pavimentadas ni había agua corriente en los hogares. Las gentes se desplazaban a lomos de jumentos y, en el caso de Lanzarote, en camello.


En ese contexto de pobreza material y falta de evangelización, realizó Claret sus cinco campañas misioneras por la isla de Gran Canaria y, ya de regreso a la península, en Lanzarote (abril de 1849). Cuando llegó en marzo de 1848, antes de trasladarse a Gran Canaria, primero predicó en la iglesia de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife. Recorrió después varios pueblos de las islas como Telde, Agüimes, Ingenio, Tejeda, Arucas, Gáldar, Guía, Firgas, Moya, Teror, San Mateo, Santa Brígida, Santa Lucía, San Bartolomé de Tirajana, Teguise y Arrecife. 

Décadas después, el poeta canario Ignacio Quintana Marrero (1909-1983), nacido en Teror y primer pregonero de las Fiestas del Pino, recordaba así , con versos exaltados, esas andanzas misioneras: “Tienen todas las sendas grancanarias / el sello de los peregrinos / y hay en el polvo aún de los caminos / unciones de sus manos sermonarias… / Hoy con la lira de poeta acudo / ante tu exaltación, Claret divino, / andante caballero, peregrino, / Don Quijote de Dios, ¡yo te saludo!”.

domingo, 19 de octubre de 2025

Orar sin desfallecer


Acabo de aterrizar en el aeropuerto de Gran Canaria después de un vuelo tranquilo desde Madrid. He cambiado los 10 grados de la capital por los 18 de este complejo construido junto a la costa atlántica. No se nota agobio, aunque se ven bastantes turistas deambulando por los pasillos. Tengo tiempo para escribir la entrada de hoy mientras espero al claretiano que vendrá a recogerme. En el avión he leído y meditado las lecturas de este XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Lucas dice que Jesús cuenta la parábola del juez y la viuda para enseñar a sus discípulos que “es necesario orar siempre, sin desfallecer”

Es obvio que Jesús no quiere que sus discípulos seamos unos palabreros impenitentes. Esa oración ininterrumpida debe de referirse a otra cosa. San Agustín aclara que no se trata de contarle a Dios las necesidades que conoce mejor que nosotros mismos, sino de mantener siempre vivo nuestro deseo. Solo quien desea se abre a la acción misteriosa de Dios. Con el salmo 62 podemos decir: “Mi alma está sedienta de ti como tierra reseca, agostada, sin agua”.


La segunda lectura nos ofrece otra clave. Pablo, escribiendo a Timoteo, insiste en que las Sagradas Escrituras “pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús”. Por eso, es muy conveniente que nuestra oración se nutra de la Palabra de Dios transmitida en la Biblia porque “toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena”. 

No sé cuántas veces me he quejado en este Rincón de que los itinerarios catequéticos no nos preparan para un uso orante y crítico de la Biblia. Por eso, en vez de nutrirnos de ella, la dejamos de lado. Se nos cae de las manos. No tenemos el hábito de leerla y meditarla con asiduidad, buscando luz y orando con sus palabras, sobre todo con los salmos. Si lo tuviéramos, comprenderíamos cómo podemos orar sin desfallecer, cómo se activa el deseo de Dios en las vicisitudes de la vida.


Esta mañana el papa León XIV ha canonizado a siete nuevos santos, entre ellos a los dos primeros venezolanos en ser canonizados: el doctor José Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles, fundadora de las Siervas de Jesús de Venezuela. Imagino que para un país tan dividido como Venezuela este acontecimiento ayudará algo a restañar heridas. Quienes más nos ayudan no son los políticos, sino los santos, porque no buscan sus intereses, sino solo hacer la voluntad de Dios. Conozco muy poco a estos santos venezolanos, pero la biografía del doctor Hernández me parece sugestiva. La gracia de Dios es capaz de cambiar la vida de cualquier persona que se abra con humildad.


También hoy se celebra la Jornada Mundial de las Misiones. En sintonía con el Jubileo, este año el lema es “Misioneros de esperanza entre los pueblos”. Parece que la palabra “esperanza” no se nos cae de los labios en un tiempo en el que abundan los motivos para desesperar. Quienes están en las fronteras de la evangelización, a veces en situaciones difíciles, suelen ser quienes con más autenticidad y fuerza viven la esperanza. Quienes estamos en las retaguardias confortables siempre vemos el futuro más oscuro. ¡Paradojas de la vida!

sábado, 18 de octubre de 2025

La verdad en el amor


Le tengo mucha simpatía al evangelista Lucas, cuya fiesta celebramos hoy. Mi abuelo paterno llevaba también este nombre de origen griego que significa “luminoso”, aunque también se lo interpreta como gentilicio de la región italiana de Lucania. Parece que Lucas nació en Antioquía en una fecha desconocida del siglo I. A partir del año 50, fue fiel compañero de Pablo de Tarso, quien se refiere a él como “el médico amado” (Col 4,14). Aunque algunos eruditos cuestionan la autoría lucana del tercer evangelio, son más poderosas las razones a favor, empezando por una tradición antigua y consistente. El autor, ciertamente, es una persona erudita, maneja un griego culto y es muy preciso en lo que escribe. 

El comienzo de su evangelio indica con claridad su propósito y su método: “Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1,1-4). Es importante subrayar que la investigación meticulosa y la elaboración sistemática tienen como objetivo mostrar la solidez de las enseñanzas cristianas, hacer ver que la persona de Jesús y su mensaje no pertenecen al género mítico, sino que están bien enraizados en la historia.


Me pregunto qué hubiera sido del Evangelio si hubiéramos dependido solo de la tradición oral. Es probable que, tras dos mil años, hubiera sufrido una deformación semejante a la que sufren los mensajes que se transmiten en el famoso juego del “teléfono descompuesto” (o escacharrado). La expresión escrita permite conservar una referencia objetiva que traspasa los siglos y sirve de complemento (y, a veces, de contrapunto) a las experiencias subjetivas. 

Gracias a evangelios como el de Lucas, podemos purificar nuestra imagen de Dios ateniéndonos a la experiencia y a las palabras de Jesús, descubrimos la fuerza del Espíritu Santo que abre la comunidad a un horizonte misionero universal, conocemos mejor a María “la madre de Jesús”, vemos a los pobres y a los pecadores como los destinatarios principales de la misericordia divina, corregimos nuestra tendencia etnocéntrica, sabemos de la existencia de mujeres discípulas que siguen a Jesús, creemos y somos testigos de que “en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén” (Lc 24,47).


Estoy convencido de que muchos de los problemas personales y comunitarios que hoy tenemos en relación con la fe se deben, en buena medida, a nuestro escaso conocimiento del Evangelio. En una cultura tan egocéntrica como la nuestra, las opiniones subjetivas acaban teniendo más peso que la fuerza de la tradición objetiva. Nos hemos tomado tan en serio el ilustrado “aude sapere” (atrévete a saber por ti mismo) que recelamos de todo aquello que hemos recibido bajo la inspiración del Espíritu Santo. Ponemos al mismo nivel una ocurrencia que un dogma de fe, una opinión personal que el peso de la tradición, una hipótesis de un estudioso que la “regla de fe” de la comunidad eclesial. El resultado suele ser una fe desvaída, poco enraizada en la historia, incapaz de conjugar la fuerza del “acontecimiento Jesucristo” y los vaivenes históricos a los que nos vemos sometidos. 

Profundizar en el evangelio de Lucas (o en cualquiera de los otros tres) ancla nuestra fe en el mar de la tradición, al mismo tiempo que nos ayuda a desplegar las velas de nuestra barquichuela con el viento del Espíritu. Quizás nunca como hoy necesitamos tanto el anclaje de la Escritura “para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo” (Ef 4,14-15).

viernes, 17 de octubre de 2025

Volver al corazón


Regresé ayer de Roma después de cuatro días intensos. Solo salí de la casa en donde me alojaba el martes para participar en el rosario que se reza todas las noches del mes de octubre en el atrio de la basílica de Santa María la Mayor. Quise visitar antes la tumba del papa Francisco, pero la larguísima cola de fieles y la escasez de tiempo me disuadieron. Todavía quedaban en Roma muchos religiosos que en los días anteriores habían participado en el Jubileo de la Vida Consagrada. A ellos el papa Francisco les había exhortado a “volver al corazón, como el lugar en el cual redescubrir la chispa que animó los inicios de su historia, entregando a quienes les precedieron una misión específica que no pasa y que hoy se les confía a ustedes”. 

Ese mensaje tenía algunos puntos de coincidencia con el librito que me leí en el vuelo Madrid-Roma. Acababa de salir. Es el último del filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Se titula Sobre Dios. El subtítulo explica el contenido. Se trata de pensar la cuestión de Dios en diálogo con Simone Weil, a la que Han considera la intelectual más brillante del siglo XX.


Frente a la voracidad que caracteriza nuestra cultura moderna, Simone Weil reivindica el papel de la atención. Sin ella, no podemos acoger a Dios. Byung-Chul Han dice que “la crisis de la religión también es, por tanto, una crisis de la atención, una crisis de la vista y del oído. No es Dios quien ha muerto, sino el ser humano al que Dios se revelaba”. Y lo explica con más detalle: “La crisis actual de la atención está ligada al hecho de que queramos comerlo todo, consumirlo todo, en lugar de mirarlo. La percepción voraz no requiere atención alguna. Se traga cuanto se le ofrezca. Solo el alma que ayuna puede mirar, contemplar”. 

Me llama a atención la referencia a la voracidad como opuesta a la contemplación. Nos comemos todo (comida, viajes, redes sociales, información, relaciones) porque no sabemos simplemente mirarlo. Hemos perdido la capacidad de contemplar sin devorar. Queremos incorporar todo a nuestro yo hasta hacer de él un sujeto obseso, pesado, lleno de cosas (ideas, sensaciones, placeres), incapaz de hacer el vacío interior para que Dios entre en él.


Esta voracidad está muy ligada a la ansiedad. Vamos por la vida deprisa, casi sin respirar, con ganas de llenarnos de todo y con la sensación de que no acabamos de conseguirlo. Siempre queremos más sensaciones, más cosas, más afectos, más dinero, más posibilidades. La voracidad es hija de la codicia. Ambas nos conducen a un callejón sin salida. Solo pocas personas han descubierto la belleza y libertad del camino contrario. No se trata de llenarnos, sino de vaciarnos. No se trata de comer, sino de ayunar. No se trata de poseer, sino de contemplar. En estos cambios consiste una espiritualidad digna de tal nombre. 

Han y Weil lo explican de manera más detallada, haciendo una auténtica orfebrería conceptual y verbal. Yo me limito a unos cuantos trazos gruesos mientras el otoño madrileño tiene todavía un regusto veraniego. El otoño debería ser la estación de la “vuelta al corazón”, pero todavía nos distrae demasiado. Faltan días o semanas para entrar en un verdadero tempo contemplativo. Como la sociedad consumista no entiende estas cosas, antes de que nos sacudamos la modorra del verano ya nos está encandilando con los adornos navideños. Está claro que no quieren que contemplemos, sino que consumamos. Por algo será. Un consumidor es una persona manipulable. Un contemplativo es siempre un rebelde impenitente. 

domingo, 12 de octubre de 2025

Hoy podemos ser el décimo


De lepra no tenemos hoy mucha experiencia, pero de extranjeros que alaban a Dios sí. Nuestras sociedades multiculturales nos brindan ocasión de experimentarlo a diario. Me parece que por aquí discurre el río litúrgico de este XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario.

La primera lectura nos presenta a Naamán, un general sirio, extranjero, pagano… que termina reconociendo al Dios de Israel. ¿Cómo? A través de una experiencia de sanación. Pero lo más impactante no es solo que quede limpio de la lepra, sino que su corazón se transforma. Pide llevar tierra de Israel para seguir adorando al Señor. Es decir, su encuentro con Dios no se queda en la curación física, sino que toca lo espiritual, lo profundo. 

Naamán nos enseña que la fe puede nacer en los márgenes, en los que no están “dentro”, en los que no tienen el lenguaje religioso aprendido. Hace años se hablaba de los “alejados”. ¿Cuántas veces nosotros, que estamos “dentro”, nos quedamos en la superficie? Naamán nos recuerda que Dios se deja encontrar por quien lo busca con sinceridad, aunque venga de lejos. La cercanía-lejanía no se mide en kilómetros o grados de ortodoxia, sino en actitudes del corazón.


El Evangelio lleva este mensaje al extremo. Diez leprosos gritan desde lejos: “Jesús, ten compasión de nosotros”. Es como si estuvieran comenzando el acto penitencial de una misa extraña. Jesús no los toca, ni les da una fórmula mágica para curarlos. Les dice: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Les pide que actúen como si ya estuvieran sanos. Y, mientras caminan, se curan. No es difícil adivinar algo que tiene que ver con nosotros. La fe no consiste solo en pedir, implica también ponerse en camino. A veces queremos milagros sin movernos, respuestas sin compromiso. Pero Jesús sana en el camino. La fe es dinámica, exige pasos, decisiones, riesgo.

El final de la historia es sorprendente: solo uno vuelve para dar gracias por la curación. Para que la sorpresa sea todavía más llamativa, este décimo leproso curado es un samaritano; o sea, un extranjero, hereje e impuro, según los estándares del judaísmo ortodoxo. Pero es precisamente él quien entiende -como el sirio Naamán, otro extranjero- que la sanación no es solo física, sino espiritual. Se postra, agradece, reconoce. Y Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado”. La gratitud abre la puerta a la salvación.


No es difícil que ante la pregunta de Jesús -¿Dónde están los otros nueve?- sintamos una variante muy retadora: ¿Dónde estamos nosotros? ¿Nos hemos acostumbrado a lo que tenemos, incluida la fe? ¿Hacemos de nuestra vida una acción de gracias (es decir, una eucaristía) o nos limitamos a pedir? ¿Reconocemos a Jesús en el camino de la vida o solo lo buscamos cuando tenemos problemas? No se trata de culpabilizarnos, sino de despertar. Todos, en algún momento, hemos sido de los nueve leprosos que no volvieron para dar gracias. 

Pero hoy podemos ser como el décimo. Hoy podemos volver, postrarnos, agradecer, reconocer. Y no solo con palabras. La gratitud se expresa en gestos concretos: en el perdón que damos, en el tiempo que ofrecemos, en la generosidad con los que menos tienen, en la fidelidad a nuestra vocación, en el compromiso con la comunidad. Naamán el sirio y el samaritano anónimo nos enseñan que la fe auténtica nace del encuentro, se sostiene en la fidelidad y se expresa en la gratitud. Es hermoso sentirse en la piel del décimo y experimentar que la gratitud derriba muros.

viernes, 10 de octubre de 2025

Te he amado


Parece que, tras dos años horribles, la paz está más cerca en la martirizada franja de Gaza. Es una bocanada de futuro en este Jubileo de la Esperanza que ya enfila su recta final. Mientras los israelíes y palestinos forjaban un acuerdo bajo los auspicios de Estados Unidos, miles de consagrados se reunían en Roma con el papa León XIV para celebrar el Jubileo de la Vida Consagrada. Este encuentro me interesa por mi doble condición de consagrado y de director de una revista -Vida Religiosa- que está especialmente dirigida a las personas consagradas hispanohablantes. 

En la homilía de la misa celebrada ayer en la plaza de san Pedro, León XIV nos dijo cosas hermosas, como, por ejemplo, que “vivir los votos es abandonarse como niños en los brazos del Padre”. Nos dijo también que la Iglesia nos confía “la tarea de ser, con su despojarse de todo, testigos vivos del primado de Dios en su existencia, también ayudando lo más que puedan a los demás hermanos y hermanas que encontrarán para cultivar su amistad con Él”. Para ser testigos vivos del primado de Dios en la vida uno tiene que cultivar con humildad la relación con él. Nadie cree a los testigos que no hayan “visto” y “oído”, que no hayan experimentado lo que anuncian.


Ayer se publicó también la exhortación apostólica Dilexit te, la primera del nuevo Papa, que quiso firmarla el 4 de octubre, fiesta de san Francisco de Asís. El nombre está tomado de un versículo del libro del Apocalipsis: “Te he amado” (Ap 3,9). Se trata de un largo documento de 121 párrafos. Se sitúa en continuidad con la obra del papa Francisco, dado que León XIV tomó como base un proyecto iniciado por él. Su tema central es el amor hacia los pobres. La exhortación recalca que la fe cristiana no puede separarse del compromiso con quienes sufren marginación y pobreza. El Papa comienza abordando el fundamento bíblico y teológico del amor a los pobres; luego reflexiona sobre la Iglesia y su misión hacia los pobres; finalmente, señala algunos desafíos contemporáneos y sugiere compromisos concretos.

Además de remitir al pasaje del Apocalipsis 3,9, donde Cristo dirige esas palabras a una comunidad pequeña y despreciada, la exhortación alude también al Magnificat de María (“derribó a los poderosos… elevó a los humildes”) como eco de la justicia de Dios. En el recorrido por el Antiguo Testamento, León XIV nos ayuda a ver que Dios se preocupa por los pobres, escucha su clamor y exige justicia. En el Nuevo Testamento, Jesús se hace pobre, vive al lado de los excluidos, muestra preferencia por los pobres y denuncia la injusticia estructural. Es fundamental este fundamento bíblico para ayudarnos a ver que la pobreza no es simplemente un problema social, sino una situación espiritual y eclesial, donde Dios se manifiesta. 

Además de hablar de los Padres de la Iglesia, de los Papas y de los grupos y movimientos que han abordado con profundidad y audacia el compromiso con los pobres, León XIV menciona expresamente a 25 religiosos y religiosas que se han distinguido por su cercanía a los pobres y/o han fundado instituciones de ayuda a los más desfavorecidos. Merece la pena detenerse en ellos porque es un reconocimiento al papel de la vida consagrada a lo largo de la historia: San Basilio Magno, san Benito de Nursia, san Bernardo, san Francisco de Asís, santa Clara de Asís, santo Domingo de Guzmán, san Juan de Mata, san Félix de Valois, san Pedro Nolasco, san Raimundo de Peñafort, san Juan de Dios, san Camilo de Lelis, san Vicente de Paúl, santa Luisa Marillac, san José de Calasanz, san Juan Bautista de la Salle, san Marcelino Champagnat, san Juan Bosco, beato Antonio Rosmini, san Benito Menni, Juan Bautista Scalabrini, santa Francisca Javier Cabrini, santa Teresa de Calcuta, santa Dulce de los Pobres, san Carlos de Foucauld, santa Katharine Drexel y la hermana Emmanuelle. 


¿Cuál es la misión de la Iglesia? León XIV afirma con rotundidad que la Iglesia está llamada a reconocer en los pobres la imagen de Cristo, y a servirlos como si sirviera al mismo Señor. Es precioso y aleccionador el recorrido histórico de los santos, órdenes religiosas, movimientos eclesiales y ejemplos concretos que han promovido el cuidado de los pobres. 

Pero, junto a la fuerza de este testimonio coral, se denuncia que, con el paso de los siglos, las estructuras sociales, políticas y económicas han generado desigualdades profundas, exclusión y pobreza estructural. El Papa critica también con energía una economía que “mata”, la inequidad, la violencia, la falta de acceso a la educación y la emergencia educativa, la migración forzada como expresión de injusticia.


Me llama la atención el espacio dedicado a la limosna
, que no debe entenderse como mera dádiva, sino como acto de justicia restaurada, expresión de solidaridad auténtica. Los pobres, por otra parte, no son vistos como receptores pasivos, sino como sujetos con voz, capaces de contribuir a su propia promoción y al bien común. Frente a las tremendas desigualdades existentes en nuestro mundo, se necesita una respuesta que no sea puramente asistencial, sino transformadora: afrontar de cara las estructuras de pecado (instituciones injustas, leyes que favorecen la desigualdad).

Además de exhortar a los cristianos y a la Iglesia a implicarse en la política, la promoción social, la defensa de los derechos de migrantes, la acogida, la educación y la construcción del bien común, el Papa alienta un estilo de vida personal que refleje sencillez, solidaridad, cercanía con los pobres, transparencia y conversión hacia el servicio.

Esta primera exhortación del papa León XIV está en “diálogo” con la encíclica Dilexit nos del papa Francisco sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesús. Dilexi te es un documento valiente que pretende orientar desde el inicio del pontificado de León XIV su visión de la Iglesia como aliada y defensora de los pobres. Lejos de ser un texto meramente social, aspira a reavivar la fe cristiana en su dimensión testimonial, profética y compasiva. En él se manifiesta una convicción firme: la justicia social y la solidaridad hacia los últimos no son opcionales, sino elementos esenciales del caminar cristiano y eclesial.

 



lunes, 6 de octubre de 2025

El puerto escondido


Los días vuelan. Se suceden los viajes y actividades. Queda poco tiempo para reabrir el Rincón. Lo hago hoy, bien entrado el mes de octubre, uno de mis favoritos en el calendario anual. Tras un viaje intenso a Italia y un fin de semana con las Hermanas Trinitarias de todo el mundo en Madrid, me siento de nuevo ante el ordenador. Se solapan noticias y acontecimientos. Me impresionó la muerte súbita del joven obispo auxiliar de Madrid José Antonio Álvarez acaecida el pasado día 2. La lista de “pérdidas” se alarga de día en día. A medida que uno se hace mayor se da cuenta de que, en su grupo de personas queridas, son más los que se han ido que los que quedan. 

Y, sin embargo, hay que vivir y seguir ensanchando la tienda del encuentro. A veces, sin haberlo imaginado, nos encontramos con nuevas personas que nos sacan de la monotonía. La vida misionera está llena de encuentros que nos traen el aire fresco de Dios, aunque cada vez se hace más difícil. Hace años, por ejemplo, era frecuente compartir conversaciones interesantes con los compañeros de viaje en un avión o en un tren. Hoy se ha hecho casi imposible. Cada uno viaja encerrado en su pequeño mundo digital, pendiente solo de su pantalla y sus auriculares. Estamos yuxtapuestos en la cabina de un avión o en el vagón de un tren, pero apenas interactuamos. El mundo digital se come vorazmente al mundo presencial.


Quizá por esta invasión imparable de lo digital (ahora estamos dejándonos seducir por la IA), estoy desarrollando una actitud huidiza y casi defensiva. Me cansan las videollamadas y las conferencias en línea. Las evito todo lo que puedo, aunque paradójicamente se han multiplicado en las últimas semanas. Valoro -y a menudo añoro- las conversaciones cara a cara, donde la gestualidad cobra más importancia que las palabras. Si perdemos el arte de la conversación tranquila, no funcional, perdemos un espacio divino de encuentro. 

Nos vemos abocados a rellenar el vacío a base de un deslizamiento impúdico por la pequeña pantalla de nuestro teléfono móvil, ávidos de nuevos estímulos que nos mantengan entretenidos. Pero la vida es mucho más que un pasatiempo. Si estoy siempre entretenido, no me aburro. Y si no me aburro, no pienso. Y si no pienso, me echo en manos de quien me manipula a base de chutes de dopamina en el cerebro. Me alegro de haber vivido muchos años de mi vida en un mundo analógico, al menos para comprobar las diferencias con respecto al mundo digital. No reniego de ninguno de los dos. Quisiera aprender la lección vital que se deriva de su contraste.


Hoy celebramos la memoria de san Bruno de Colonia, un santo que cobra actualidad en estos tiempos acelerados y ruidosos. En una carta dirigida a sus hermanos cartujos, escribe: 
“Alegraos, pues, hermanos míos muy amados, por vuestro feliz destino y por la liberalidad de la gracia divina para con vosotros. Alegraos, porque habéis escapado de los múltiples peligros y naufragios de este mundo tan agitado. Alegraos, porque habéis llegado a este puerto escondido, lugar de seguridad y de calma, al cual son muchos los que desean venir, muchos los que incluso llegan a intentarlo, pero sin llegar a él. Muchos también, después de haberlo conseguido, han sido excluidos de él, porque a ninguno de ellos le había sido concedida esta gracia desde lo alto”.
Ese “puerto escondido, lugar de serenidad y de calma” es la Orden de los Cartujos por él fundada. Yo no pienso hacerme cartujo. Estoy muy contento con mi vocación misionera, pero reconozco que también necesito atracar a diario en el “puerto escondido” de una oración silenciosa y gratuita, en un “lugar de serenidad y de calma” que me ayude a no sucumbir ante la avalancha de estímulos que cae sobre mí.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Indiferencia y sordera


Escribir en un aeropuerto mientras la gente viene y va con sus maletas no es tarea fácil, pero yo estoy acostumbrado. Hasta diría que a veces me inspiro más en este ambiente que en la tranquilidad de mi cuarto. El mensaje de este XXVI Domingo del Tiempo Ordinario es de los que “mueve el piso”, como se dice en algunos países hispanoamericanos. Tanto el profeta Amós (primera lectura) como Jesús (evangelio), nos alertan contra el peligro de la indiferencia. 

Los pobres, excluidos y necesitados de toda especie están ahí, a cuatro pasos, pero podemos no verlos. Se vive mejor pensando que no existen o, por lo menos, que su mundo no tiene nada que ver con el nuestro, que hay un “abismo” entre ambos, como dice Jesús en la parábola del rico (anónimo) y del pobre (Lázaro). La indiferencia nos anestesia contra una realidad hiriente, pegajosa, incómoda y nos permite seguir con nuestro estilo de vida, como si no hubiéramos visto nada. En realidad, no vemos porque no queremos ver.


Pero los problemas no acaban con la vista averiada. Tiene que ver también con un oído malogrado. No solo no queremos ver, sino que tampoco queremos oír. La Palabra de Dios, con infinidad de registros, nos habla de Jesús y de su mensaje liberador de toda opresión, de su anuncio del evangelio de la gracia a los pobres, pero nuestros oídos están secuestrados por otros mensajes más aduladores. Ser ciegos (indiferencia) y sordos (sordera) es una condición humana que en nuestro tiempo destaca con fuerza. 

Ahora los medios de comunicación nos sirven a diario pobrezas sin cuento, una avalancha irrefrenable de desgracias humanas. Tan pronto nos ponen imágenes de muertos en el Dombás ucraniano o en la franja de Gaza como nos hablan de los niños explotados en las minas de coltán del este congolés. En nosotros se despierta una solidaridad primaria, de humanidad todavía despierta, pero pocas veces se traduce en compromisos solidarios o en cambios en nuestro tranquilo estilo de vida. Como no podemos tolerar por mucho tiempo esta especie de mala conciencia, acabamos por anestesiar esa parte del cerebro que se enciende con este tipo de noticias.


En realidad, Jesús no nos pide cambiar el mundo. Él sabe que es una empresa que rebasa nuestras débiles fuerzas. Nos pide algo más sencillo: mirar con humanidad a los pobres que tenemos al lado y escuchar su voz. Dios mismo nos habla a través de estas palabras humanas y comprensibles. La respuesta que demos, quizás también pequeña e insuficiente, es la respuesta que damos a Dios. 

Pequeños gestos como estos acaban reseteando un corazón endurecido. Las grandes transformaciones suelen ser más auténticas y creíbles cuando son el fruto de pequeños cambios sostenidos en el tiempo. Los gestos grandilocuentes y efímeros sirven para poco.

viernes, 26 de septiembre de 2025

Los vaivenes y los días


El título de la entrada de hoy se inspira en Los placeres y los días, una obra de Marcel Proust, que a su vez reformuló Los trabajos y los días de Hesíodo. No es inocuo el cambio de “trabajos” (Hesíodo) por “placeres” (Proust), como tampoco lo es el de “placeres” por “vaivenes” (Gundisalvus). Y es que, entrados ya en el otoño, con una temperatura aceptable, estoy inmerso en un sinfín de actividades que me obligan a ir y venir, hablar con unos y con otros, vivir con intensidad cada momento del día. Quizás la felicidad personal se asemeja más a la capacidad de dar sentido a cada fragmento de la jornada que a la eclosión de experiencias placenteras de corta duración. 

El hecho de poder levantarnos cada día tras un descanso reparador, disponer de una ducha templada (una especie de bautismo secular), saborear un café caliente... no tendría que ser despachado como algo banal o rutinario. Se trata, más bien, de una sucesión de pequeños milagros que van configurando el rosario de nuestra jornada. No es necesario vivir nada extraordinario para ser felices. Podemos asombrarnos de la maravilla de lo ordinario si descubrimos que es expresión de gracia y de belleza. Las personas que tienen esta capacidad convierten cada jornada en una síntesis de la existencia entera. Todos los días, nacen, viven y mueren sin rutina y sin aburrimiento.


Lo pensaba esta mañana mientras, enfundado en una cazadora de otoño, caminaba por la calle Princesa rumbo a la celebración de la Eucaristía matinal con las religiosas concepcionistas. Los nueve grados me ayudaban a despertarme un poco más mientras contemplaba a los barrenderos que recogían ya las hojas caducas de los plátanos de Indias y las colillas de cigarrillos que muchos desaprensivos arrojan en los alcorques a pesar de que tienen una papelera al alcance de la mano. Es verdad que a menudo veo a los barrenderos pegados a su móvil, como matando el tiempo, pero la mayoría se esfuerza por arreglar cada mañana lo que nosotros estropeamos durante el día. Siempre me he extrañado, y hasta indignado, de lo innecesariamente sucios que somos. ¡Con lo fácil que sería mantener una ciudad limpia con un mínimo de sentido cívico y alguna que otra multa ejemplarizante! 

Veo también a oficinistas y obreros que apuran un café en los bares que abren temprano. Y veo todos los días a colegiales que, desafiando el fresco matutino, van a clase en mangas de camisa, como si el cambio de estación no fuera con ellos. A veces juego a imaginar las historias que esconde cada viandante con el que me cruzo, pero estoy seguro de que casi siempre me equivoco. Con todo, hay algunos rostros que no pueden esconder su pesadumbre.


Viene luego el ritmo del trabajo. Me aguardan conversaciones telefónicas, entrevistas personales, redacción de artículos, pequeñas reuniones de programación y revisión, excursiones a internet para ver si ha pasado algo importante en el mundo, pausas conversacionales en torno a otro café. Y, al filo de las dos de la tarde, la comida compartida en comunidad. Esa “eucaristía secular” es todo un concentrado de gracia. Detrás de cada plato hay agricultores, ganaderos y pescadores que han cultivado o recogido los productos, y comerciantes que los han distribuidos. Hay, por supuesto, alguien que los ha preparado en la cocina y que ha colocado los manteles y los platos sobre las cuatro mesas de nuestro refectorio. 

Cuando todo esto se reconoce y se agradece, la comida se convierte en un canto a la vida. Un día más podemos sentarnos a la mesa, llenar nuestros platos y departir con un grupo plural de hermanos. La vida sigue teniendo sentido, aunque en otros muchos lugares haya millones de seres humanos que batallan por sobrevivir. Cada uno de ellos vivirá también sus “vaivenes y sus días” y, en medio de sus dificultades, encontrará motivos para no rendirse. Nunca sabremos lo afortunados que somos. Quizás solo el día en que perdamos la fe y la esperanza y todo lo que hasta ahora nos parecía admirable se torne fatigoso y hasta despreciable. Esperemos que ese día no llegue nunca y que, mientras tanto, podamos disfrutar de la maravillosa sinfonía de “los vaivenes y los días”.

domingo, 21 de septiembre de 2025

Una virtud discutida


Cuando hacemos una lista con las virtudes que más apreciamos solemos incluir la caridad, la humildad, la prudencia, la fortaleza… A esta lista Jesús añade en el evangelio de este XXV Domingo del Tiempo Ordinario una que no suele figurar en el ranking virtuoso: la astucia o la sagacidad. Mientras cuenta la parábola del administrador injusto, añade que “el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia”. En realidad, el texto griego no utiliza el sustantivo “astucia”, sino el adverbio “phronímos”, que significa “sagazmente”, “prudentemente”. 

Es obvio que Jesús no defiende la conducta corrupta del administrador, sino su capacidad de aprovechar la oportunidad, de discernir lo más conducente a su objetivo de sobrevivir con dignidad tras ser despedido por su amo. Acostumbrado a administrar, no estaba preparado para otros menesteres más onerosos. Lo confiesa sin pudor: “Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza”. Por eso, busca una salida honrosa. Jesús reconoce que “los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”.


¿Cómo podríamos aplicar hoy esta difícil parábola a nuestra situación? Para ello, tendríamos que partir de la última frase de Jesús en el evangelio: “No podéis servir a Dios y al dinero”. En otras palabras: el ser humano no puede tener simultáneamente dos dioses porque “o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo”. Si bien la codicia del dinero siempre ha sido una tentación humana, hoy ha adquirido proporciones inimaginables. El sueño de muchos adolescentes es “ser millonario”. Si no lo pueden lograr siendo futbolistas de élite o actrices de renombre, siempre pueden intentarlo en el mundo digital de los influencers o de quienes se venden en páginas “para adultos”. 

Así como otras pasiones van menguando con los años, la codicia es insaciable. Recuerdo que Camilo José Cela, el premio Nobel de Literatura (1989), contaba que, desde adolescente, había aprendido que para ser virtuosos tenemos que dejar los vicios. Sin negar este consejo, él recordaba que un sagaz cura gallego, amigo suyo, le dijo que, con la edad, son los vicios los que nos dejan a nosotros (pensemos, por ejemplo, en la lujuria o la gula), excepto dos que se mantienen activos hasta el final: la envidia y la codicia. Jesús conocía bien estos entresijos del alma humana; por eso, nos pide que seamos sagaces, que no caigamos en la tentación de dejarnos dominar por la codicia del dinero porque entonces nuestro corazón nunca, absolutamente nunca, va a estar satisfecho.


Ser astutos o sagaces significa, pues, ser capaces de distinguir entre el camino de Dios y el camino del dinero y aprovechar aquellas actitudes y acciones que nos permiten recorrer expeditos el primero y evitar el segundo. Si damos culto al dios dinero y para ello “pisoteamos al pobre y eliminamos a los humildes del país” (primera lectura del profeta Amós), Dios nos anuncia su modo de actuar: “No olvidaré jamás ninguna de sus acciones”. Ninguna afrenta a los pobres quedará impune por más que en este mundo parezca lo contrario. 

En cualquier caso, el Dios en el que creemos no se gloría en nuestro fracaso porque “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (segunda lectura de la primera carta de Pablo a Timoteo). Ser astutos y sagaces significa darnos cuenta de esto antes de que sea demasiado tarde, no dejarnos seducir por la avaricia ciega, comprender lo que conduce a la vida y lo que empuja a la muerte. Igual que los “hijos de las tinieblas” saben hacer negocio con todo para engrosar sus arcas (pensemos en algunos de los multimillonarios mundiales), los “hijos de la luz” debemos espabilarnos para aprovechar todo lo que pueda ayudarnos a vivir como hijos de Dios. Esta astucia evangélica debe ser incorporada cuanto antes a la lista de nuestras virtudes cristianas.

jueves, 18 de septiembre de 2025

Mucho más que palabras


Le he preguntado a la IA (AI en inglés) qué entiende por oración. Y como la mía es una IA muy secularizada me ha respondido que es “una unidad lingüística que expresa una idea completa”. Para que no hubiera confusión le he preguntado qué entendía por oración cristiana, a lo que muy amablemente me ha respondido que “la oración cristiana es mucho más que palabras dirigidas al cielo: es una conversación íntima con Dios, una expresión de fe, gratitud, necesidad y adoración. En el cristianismo, orar no es simplemente repetir fórmulas, sino abrir el corazón a Dios con sinceridad y humildad”. 

He vuelto a la carga repitiendo la pregunta inicial. Esta vez la IA me ha dado una respuesta muy comedida: “La palabra oración tiene varios significados, dependiendo del contexto en que se use. Aquí te explico los dos principales: el religioso y el gramatical”. Está claro que la IA no quería pasar por tonta y que había “aprendido” del diálogo anterior. Será todo lo “artificial” que queramos, pero también es “inteligente”. El pequeño ejercicio me lo ha provocado la lectura de unas declaraciones del papa León XIV en las que revela que no ha autorizado una propuesta para ser recreado mediante inteligencia artificial.


Pero volvamos a lo que mi amiga IA dice sobre la oración cristiana porque demuestra profundidad teológica y unción espiritual: “Es una conversación íntima con Dios, una expresión de fe, gratitud, necesidad y adoración. En el cristianismo, orar no es simplemente repetir fórmulas, sino abrir el corazón a Dios con sinceridad y humildad”. Exploremos las tres categorías empleadas.
  • En primer lugar, la oración es una conversación íntima con Dios. Conversar significa hablar con alguien, entrar en comunicación con otra persona. Eso presupone que creemos en el Tú de Dios, que no lo reducimos a una fuerza cósmica impersonal, sino que lo sentimos como Alguien con quien se puede establecer una relación. Por otra parte, el adjetivo “íntima” indica interioridad, amor, confianza. No se trata, pues, de algo puramente exterior, reducido a fórmulas estereotipadas listas para ser usadas según un catálogo de necesidades.
  • En segundo lugar, la oración es expresión de fe, gratitud, necesidad y adoración. El uso de estas cuatro palabras parece conectado con los distintos tipos de oración: alabanza, acción de gracias, petición y adoración. Eso significa que podemos “conversar con Dios” en una gama amplia de situaciones, que van desde el asombro o el sobrecogimiento hasta el dolor, la enfermedad, el pecado o la preocupación por los demás. No hay experiencia humana que no sea susceptible de ser “orable”. Para orar podemos estar tristes o contentos, satisfechos o inquietos, solos o acompañados, esperanzados o desesperados… En toda ocasión podemos expresar a Dios lo que estamos viviendo.
  • Por último, la oración consiste en abrir el corazón a Dios con sinceridad y humildad. A menudo, la oración no se hace con palabras, sino con sentimientos. Abrir el corazón a Dios significa liberarnos de todas las caretas que usamos en el trato con los demás y también de los autoengaños, “andar en verdad”, como definía Santa Teresa de Jesús la humildad.


Reconozco que la IA no anda muy desencaminada. Se ve que ha sabido rastrear el ciberespacio, escoger lo más pertinente y presentarlo de manera articulada. Lo que no puede hacer es orar por nosotros. Este es un asunto completamente personal.



miércoles, 17 de septiembre de 2025

Juntos podemos ayudarnos


En este mes de septiembre las parroquias, colegios y comunidades programan el curso 2025-2026. En el retiro con varios amigos de este Rincón celebrado el fin de semana del 9 al 11 de mayo decidimos organizar otro en otoño. Faltan todavía dos meses para el momento previsto, pero me parece que es oportuno anunciarlo ahora para que el que lo desee pueda reservar las fechas con anticipación. 

Cada vez se habla más de una Iglesia sinodal en la que todos podamos participar. El ámbito natural son las parroquias, pero no todas pueden garantizar experiencias de encuentro, formación y oración. Por eso, es saludable que haya otras iniciativas que cubran de manera complementaria esos espacios y remitan siempre a la vida comunitaria parroquial. Ese es el objetivo de los retiros que desde el año 2020 venimos organizando con algunos lectores de este blog. De ninguna manera pretendemos crear caminos paralelos o poner en marcha un movimiento alternativo. Se trata solo de favorecer experiencias que ayuden a vivir con más profundidad y sentido comunitario la propia fe o la búsqueda sincera.

Para el retiro de noviembre queremos propiciar el encuentro entre los mayores y los jóvenes de manera que se supere la brecha generacional que a veces impide beneficiarse de la experiencia de los primeros y de las inquietudes de los segundos. El tema escogido tiene que ver con la práctica de la oración. Hay muchas personas que desearían orar, pero no saben bien cómo hacerlo. Intuyen que su vida cristiana daría un salto de calidad, pero carecen de método y de hábitos. 

No se trata de leer muchas cosas sobre la oración, sino de practicar. No aspiramos a ser cartógrafos de la geografía divina, sino exploradores. Os animo a participar en este encuentro a todos aquellos que sintáis la inquietud. Podemos acoger a un máximo de 30 personas. 


En el cuadro siguiente ofrezco toda la información necesaria. Los que se vayan inscribiendo formarán parte del grupo de WhatsApp en el que distribuiremos otras informaciones complementarias.

RETIRO DE ADVIENTO

para lectores y amigos de El Rincón de Gundisalvus

  • Fecha: Del viernes 21 de noviembre (a las 8 de la tarde) al domingo 23 de noviembre (después de la comida).
  • Tema: “Señor, enséñanos a orar” (cómo pasar de la inquietud a la práctica).
  • Lugar: Casa de Espiritualidad de las Esclavas de la Santísima Eucaristía y Madre de Dios. Avd. Reina Victoria, 35. 28430 Alpedrete-Los Llanos (Madrid).
  • Inscripción: Los que deseéis participar, podéis escribirme a esta dirección: gonfersa@@hotmail.com.


martes, 16 de septiembre de 2025

No es nada fácil


Resulta difícil opinar sobre cuestiones controvertidas sin que nadie se sienta ofendido. Una de ellas es el sabotaje a La Vuelta con el objetivo de protestar contra la masacre (“genocidio” es la palabra usada) de Israel en Gaza. Como sucede en este tipo de protestas, hay un revoltijo de motivaciones y, en algunos casos, una incongruencia de métodos. No se puede denunciar la violencia grande practicando la violencia pequeña. No se puede luchar por una causa que se considera justa tomando injustamente como rehenes a quienes no tienen ninguna responsabilidad directa en ella: corredores, policías, etc. De lo contrario, abriríamos una vía en la que todos seríamos responsables de todo (la guerra de Gaza, el calentamiento global, los altos precios de la vivienda, la pederastia, la trata de personas, el precio de la luz) y, por lo tanto, estaríamos expuestos a la justicia ejercida por los supuestamente afectados. 

Lo que ha sucedido con La Vuelta es un ejemplo más de cómo una protesta discutible, pero legítima, puede ser instrumentalizada al servicio de intereses espurios. Es otro indicador de esa estrategia perfectamente conocida que consiste en “agitar la calle” (el motivo es lo de menos) para desviar la atención de lo que no interesa que se airee. Naturalmente, hay que utilizar causas que resulten creíbles y conciten, según los casos, la indignación popular o la compasión mediática. Es la estrategia del “ángel malo” que actúa sub angelo lucis (como si fuera un ángel de luz) de la que Ignacio de Loyola nos advierte en el libro de los Ejercicios Espirituales y para la que se necesita un olfato especial.


Si uno denuncia esta estrategia en el caso del sabotaje a La Vuelta, enseguida será tildado de corresponsable de las matanzas de Gaza, de colaboracionista con el gobierno de Israel, de equidistante cobarde y de otras lindezas por el estilo. No hay que caer en la trampa racional del callejón sin salida o en la provocación emocional. En todo proceso de discernimiento sano, distinguir y cribar son dos operaciones imprescindibles. ¿Quién en su sano juicio puede justificar las muertes indiscriminadas y la hambruna a la que está siendo sometida la población de Gaza? Parece claro que la reacción de Israel al inhumano ataque de Hamás es absolutamente desproporcionada e injusta y que la comunidad internacional debe reaccionar con energía, más allá de los intereses económicos y geoestratégicos. Los derechos humanos están por encima de las alianzas políticas. 

Pero, dicho esto, es necesario añadir que quienes conocen de cerca el conflicto que enfrenta desde hace décadas a israelíes y palestinos hablan de matices que se nos escapan a quienes observamos las cosas a distancia. La protesta valiente es inseparable de la prudencia sabia. Y aquí es donde se abre un espacio amplísimo para la instrumentalización. Quienes más están ayudando de cerca a la sufrida población de Gaza (médicos, enfermeros, trabajadores sociales, personal de ONGs, misioneros) no suelen coincidir con quienes se echan a las calles, enarbolan la típica kufiya palestina, derriban vallas, agreden a policías… y luego se van al bar de la esquina a tomarse un par de cervezas con los colegas de manifa para comentar las jugadas y colgar fotos y manifiestos en las redes sociales.


Como era de esperar (o más bien de temer), los periódicos de ayer contemplaron estos hechos con sus gafas ideológicas. Eran muy previsibles los titulares de las portadas y el tenor de sus editoriales. Quizás es algo inevitable. A todos nos pasa. Pero, conscientes de esta distorsión perceptiva, hemos de hacer un continuo ejercicio de autocrítica, de modo que -como nos advierte Jesús- caigamos en la cuenta de la viga que hay en nuestro ojo antes de señalar la mota que hay en el ojo de los de los demás. 

Reconozco que no es nada fácil y que las emociones suelen prevalecer sobre las razones. Todos necesitamos tomar distancia, liberarnos de precompresiones, abrir los ojos a los hechos, escuchar opiniones distintas y luego, de manera humilde pero coherente, tomar nuestra posición y, llegado el caso, corregirla. Siempre estamos aprendiendo.

domingo, 14 de septiembre de 2025

Las tres cruces


El título no es una ampliación del célebre bolero Dos cruces compuesto por Carmelo Larrea en 1952 e interpretado por numerosos artistas. Es una meditación sobre la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz que celebramos hoy domingo en España, aunque en muchos países de Hispanoamérica celebran el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

Creo que, a lo largo de nuestra vida, vivimos nuestra relación con la cruz de Jesús de maneras diferentes. Tardamos mucho tiempo en comprender su verdadero significado redentor. Por eso se nos hacen incomprensibles muchas palabras de Jesús que nos invitan a cargar con la la cruz de cada día. Hay una cruz evitada, una cruz soportada y una cruz abrazada.


La cruz evitada

Cuando somos jóvenes experimentamos la vida en todo su esplendor. Aspiramos a disfrutarla y a compartirla. Huimos de todo lo que implique dolor o sufrimiento. Admiramos al Jesús que evangeliza y cura, pero tenemos problemas para aceptar y entender su trágico final. La muerte en la cruz nos parece innecesariamente cruel. Introduce una distorsión que no sabemos manejar. Por eso, aunque llevemos cruces al cuello y colgadas de las orejas, evitamos cualquier experiencia que nos suponga morir a nosotros mismos o cualquier sufrimiento que nos parezca inútil.

La cruz soportada

En la edad adulta hemos tenido ya suficientes experiencias de la vida como para darnos cuenta de que el sufrimiento es inevitable, de que la vida no es un camino de rosas, de que las espinas forman parte de la realidad. Hemos almacenado fracasos y sinsabores, frustraciones y esfuerzos. Sabemos que vivir es luchar. Vemos la cruz como un elemento inevitable, pero nos limitamos a soportarla del mejor modo posible. Convivimos con ella como quien convive con un defecto físico insuperable. Amortiguamos su peso con experiencias placenteras que equilibren la balanza de la vida. Empezamos a entender a Jesús, pero nos resistimos a imitarlo.

La cruz abrazada

A medida que nos acercamos a la ancianidad y vamos experimentando las “pérdidas” normales de la vida (salud, trabajos y responsabilidades, amigos y seguridad) nos acercamos a la cruz de Jesús como a nuestra tabla de salvación, nos identificamos con ella porque entendemos que el verdadero amor siempre implica la muerte a uno mismo. La cruz deja de ser un objeto de adorno o un símbolo de suplicio para convertirse en expresión suprema de entrega, en fuente de consuelo y esperanza. No huimos de ella, ni siquiera nos limitamos a soportarla pasivamente. Nos abrazamos a ella porque en ella encontramos al Jesús que muere por todos.


No es necesario que estas etapas coincidan con las edades de la vida. Se pueden dar en cualquier tiempo. Incluso admiten repeticiones. Lo que importa es que, conducidos por el Espíritu, aprendamos a descubrir que en la cruz de Jesús se transparenta lo que leemos en el evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Hace falta mucha transformación interior para comprender el alcance de esta buena noticia.

jueves, 11 de septiembre de 2025

Aprender de la vida


Me sorprendió la humedad pegajosa de Roma en comparación con el calor seco de Madrid. De todos modos, el tiempo no fue obstáculo para compartir una intensa jornada formativa con los participantes en la asamblea intercapitular de los Misioneros Combonianos precisamente en el día en que celebraban la fiesta de su patrono san Pedro Claver, un jesuita español de los siglos XVI-XVII que dedicó casi cuarenta años de su vida a trabajar en favor de los esclavos negros que llegaban al puerto colombiano de Cartagena de Indias. 

Hace once años tuve la oportunidad de orar ante la tumba que conserva sus restos en la iglesia que lleva su nombre. Es admirable cómo un hombre que tuvo dificultades para ser ordenado sacerdote a causa de sus limitaciones intelectuales fue capaz de socorrer, evangelizar y bautizar a unos 300.000 africanos que llegaban en barcos negreros para ser vendidos y explotados. 

Figuras como estas redimen la mediocridad de muchos de nosotros. En toda época ha habido hombres y mujeres que se han tomado el Evangelio en serio, que no han buscado una vida cómoda, que se han desgastado por los demás porque tenían muy claro cuál era el propósito de su vida. Por eso mismo, en medio de innumerables dificultades, vivían con paz y alegría. Hoy disponemos de mejores condiciones para vivir, pero a menudo no sabemos bien por qué y para quién. Eso explica en parte la confusión y el hastío de muchas personas que no acaban de sentirse a gusto en su piel.


Ayer participé en la audiencia general de León XIV en la plaza de san Pedro. De vez en cuando caían unas gotas suaves sobre la marea multicolor de paraguas desplegados. El papa dedicó su catequesis a la muerte de Jesús. Había mucha gente en la plaza y en los alrededores. El año jubilar ha convocado a muchas personas de todo el mundo. 

Después de la audiencia, disfruté paseando solo por el centro de Roma. De vez en cuando abría mi pequeño paraguas para protegerme de una lluvia suave. Participé en la misa en inglés de un grupo de peregrinos estadounidenses en la iglesia de Santa María in Traspontina. Comí después con el prepósito general de los carmelitas descalzos y el joven obispo (48 años) de La Seu d’Urgell Josep-Lluís Serrano Pentinat

En el momento del café tuvimos una interesante conversación sobre la situación de la Iglesia y, en especial, de la vida consagrada. Es bueno contrastar opiniones con personas que tienen distintos puntos de vista. Terminé la jornada dando un largo paseo por el centro con el que hasta hace una semana fue párroco de mi pueblo natal y que ahora se encuentra en Roma para comenzar sus estudios de especialización. La lluvia nos dio un respiro, así que pudimos disfrutar de Piazza Navona y alrededores sin tener que refugiarnos bajo el paraguas. Un helado en Giolitti endulzó el recorrido.


Confieso que disfruto regresando a Roma de vez en cuando, pero no concibo mi vida en esta ciudad. Esa etapa ya pasó. Me da la impresión de que la vida eclesial se incuba hoy en otros muchos lugares del mundo sin el lastre de la historia. Tradición y vanguardia están siempre en tensión. Roma mantiene vivos los orígenes, pero el cristianismo no es solo “alfa”, sino “omega”. Mira al pasado, pero se deja atraer por el futuro. Esta es la tensión que nos mantiene vivos, fieles y creativos a un tiempo. 

Hay eclesiásticos que fanno fatica a comprender esta dinámica, pero quienes están muy cerca de las personas y comunidades la entienden muy bien porque la viven en carne propia. Los libros son buenos cuando ayuda a esclarecer la experiencia de la vida; sin ella, se convierten en manuales de idealismo o escepticismo, en GPS que te llevan por carreteras equivocadas. Se nota enseguida cuando alguien habla de modo libresco o desde la vida. En la fauna eclesiástica hay un poco de todo. Espero que abunden más las especies que aprenden y hablan desde la vida.