martes, 29 de noviembre de 2022

Contra ira, templanza


No sé si todavía se puede llegar más lejos en la escalada de violencia verbal que se percibe en los parlamentos, en las redes sociales (sobre todo, en Twitter), en los platós de televisión y, en algunos casos, en la vida social. Viendo las imágenes de políticos y periodistas que se insultan sin miramientos y leyendo algunos tuits injuriosos, me pregunto cómo hemos llegado a este clima de tensión social y qué tiene que suceder para que pasemos de las palabras a las manos. Pocos personajes públicos (sobre todo, políticos) se libran de esta enfermedad. Es como si la ira (real o impostada) hubiera devorado las más elementales normas de la cortesía y de la convivencia civilizada. 

¿Por qué hemos llegado hasta aquí? Hay varias explicaciones, pero ninguna de ellas acaba de convencerme del todo. Algunos dicen que el hecho de que no haya mayorías parlamentarias claras, sino que vivamos una suerte de “aritmética variable”, hace que haya que arañar votos y apoyos usando todo tipo de estrategias, incluida la descalificación del contrario. Otros insisten -al menos, por lo que se refiere al parlamento español- en que la presencia significativa de una izquierda de matriz comunista ha introducido la dialéctica de la “lucha de clases”, del enfrentamiento, algo que está en su ADN. El resto de los partidos del arco parlamentario no se quedan atrás. Pretenden combatir la agresividad con más agresividad. El resultado es que las normales diferencias se han convertido en agravios y las polaridades en extremos irreconciliables. Pero quizá la raíz más profunda haya que buscarla en la dificultad de buscar juntos una verdad objetiva que nos permita iluminar y guiar nuestra convivencia


En este caldo de cultivo crecen todo tipo de bichos indeseados. En vez de aunar competencias y recursos para hacer frente a los problemas comunes, se exacerban las diferencias, reales o imaginadas. En vez de convencer a los demás con argumentos bien trabados, se busca vencer con diatribas insultantes. En vez de responder a la agresividad de los adversarios con templanza, se desatan las mil formas de la ira. Si quienes litigan de esta manera escandalosa fueran los profesores de un colegio, los médicos de un hospital, los empleados de una tienda, los obreros de un taller o los miembros del consejo de administración de una empresa, enseguida saltarían las alarmas. Los responsables tomarían medidas correctivas y se impondría pronto el sentido común. 

En el Congreso de los Diputados parece que esto no rige, a pesar de que existe un reglamento que marca claramente los límites y una presidencia que debe moderar los debates. No es que yo espere que el parlamento sea un modelo de moralidad y de buenas maneras (hace tiempo que desistí), pero, por lo menos, me gustaría que hubiera más parlamentarios (del signo que sea) con la sagacidad suficiente para no caer despeñados por la pendiente del exceso verbal y hasta del rencor. En otras palabras, me gustaría mucho que el vicio de la ira fuera combatido con la virtud de la templanza, lo cual exige una integridad moral y una altura de miras que no suelen abundar entre nosotros.


La templanza es una virtud que se caracteriza por la moderación, la sobriedad y la continencia. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la templanza “es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad” (n. 1809). Esta palabra (y la virtud que nombra) no goza hoy de mucho predicamento. Al contrario, lo que a menudo se busca (sobre todo, en el mundo empresarial) es un tipo de persona con un perfil “aggressive”, término inglés que admite varias traducciones. A menudo, aplicado a una persona, significa que esta se esfuerza con determinación para tener éxito en algo, pero su significado primero tiene que ver con la violencia. 

Cuando decimos que una persona es “aggressive” (agresiva) queremos decir que se comporta de forma amenazante y que, por tanto, constituye un peligro para los demás. La única manera de vencer las actitudes “agresivas” y el clima que producen no es añadiendo más dosis de agresividad, sino interponiendo la actitud de la templanza. Antiguamente se hablaba de mansedumbre. Hoy se prefiere hablar de actitudes no violentas. Echo de menos políticos con esta capacidad de descontaminar la vida social a base de actitudes y palabras templadas, de reacciones proporcionadas y, en definitiva, de señorío sobre las situaciones violentas, sean estas descaradas o sutiles.

2 comentarios:

  1. No solo los políticos actúan con agresividad, aunque sí que creo que haciéndola pública la están provocando en todos los ambientes. Hay mucha a pie de calle, dentro de las familias… y en edades tempranas. Parece que haya algo en el ambiente que lo favorece, como consecuencia de la competitividad que se da en todo.
    De bien seguro que, en un ambiente popular, si les hablas de la “templanza” no saben ni definir qué quiere decir… y menos ponerla en práctica.
    Gracias Gonzalo, por ayudarnos a estar alerta, porque la reflexión también nos la podemos hacer a nivel personal.

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  2. Estoy totalmente me acuerdo contigo y con tus palabras

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