viernes, 18 de febrero de 2022

Mirarse el ombligo

Fotografía del joven médico japonés Takashi Nagai

La situación en el Partido Popular está que arde. Sus adversarios políticos ya tienen gasolina para un tiempo. Con todo, más grave me parece el naufragio del pesquero gallego en Terranova. Al fin y al cabo, la historia de los partidos va y viene. Las vidas engullidas por el Atlántico no retornan.

Yo he terminado de leer un libro que recomiendo vivamente a los lectores del Rincón. Se titula Réquiem por Nagasaki. Me lo regaló hace semanas una amiga mía. Está escrito por Paul Glynn, sacerdote marista australiano que ha dedicado toda su larga vida (nació en 1928) a la reconciliación entre Australia y Japón, fuertemente dañada tras la Segunda Guerra Mundial. El libro cuenta la sorprendente historia de Takashi Nagai (1908-1951), un japonés converso y superviviente de la bomba atómica. Fue médico, radiólogo, profesor universitario y escritor. De tradición confucionista y sintoísta, tras haber vivido una juventud marcada por el ateísmo, se convirtió a la fe cristiana. La lectura de los Pensamientos de Pascal jugó un papel importante. En el bombardeo atómico de Nagasaki perdió a su joven esposa Midori. Él mismo quedó gravemente afectado por las radiaciones, que ya antes, debido a la falta de suficiente protección en su trabajo como radiólogo, le habían producido leucemia. En ningún momento perdió la fe o la alegría.

Sencilla cabaña de madera donde vivió muy enfermo Takashi Nagai tras la bomba de Nagasaki

Destruida su casa por la bomba, se fue a vivir a una humilde cabaña. Desde ella, enfermo y muy disminuido, centró sus últimos seis años de vida en educar a sus dos hijos pequeños (tuvo cuatro, pero dos murieron prematuramente) y en escribir muchos libros que tuvieron un gran éxito en Japón y en otros países. ¡Hasta el emperador Hiro Hito y el delegado del papa Pío XII lo visitaron! Su interpretación cristiana de la vida en toda su belleza y drama -incluyendo los desastres de Hiroshima y Nagasaki- es sencillamente sobrecogedora. Leída 70 años después de su muerte, adquiere una inquietante actualidad. Hoy nos venimos fácilmente abajo cuando tenemos que enfrentar dificultades personales o sociales. Cada vez que experimentamos el dolor y el sufrimiento nos revolvemos contra Dios, incluso si no creemos en él. Nagai lo encuentra siempre en la cruz porque se ha alimentado del Evangelio hasta sus últimas consecuencias. 

Necesitamos personas como Nagai, que sepan combinar una excelente formación científica y filosófica, un amor ardiente a las Escrituras, un compromiso cívico y social fuera de lo común, una fecunda capacidad comunicativa, una delicada sensibilidad poética y, last but not least, un agudo sentido del humor. Hagai fue un hombre del siglo XX, el siglo de los grandes totalitarismos y ateísmos, de las grandes guerras mundiales, de los avances científicos y tecnológicos a los que él fue muy sensible. Solo se dejó seducir por Jesús. Todo lo demás lo consideraba relativo. 

Nagai, ya muy enfermo de leucemia, con su hija

Hoy me fijo en un pequeño detalle que me ha chocado leyendo el libro de Glynn: la meditación de Nagai sobre “el ombligo del mundo”. En las lenguas occidentales, cuando decimos que alguien se mira demasiado el ombligo queremos aludir a su actitud narcisista, curvada sobre sí mismo. De hecho, cuando nos miramos el ombligo tenemos que abajar la cabeza y centrar la mirada en la pequeña cicatriz que se hunde en el centro del abdomen. Solo vemos nuestro cuerpo. No es, pues, extraño que “mirarse el ombligo” se haya convertido en una expresión muy usada para describir la actitud autorreferencial que, en palabras del papa Francisco, caracteriza a la cultura contemporánea. Nos fijamos solo en nuestras cosas. El yo se yergue en el centro de todo. Conjugamos una gramática egoica: yo-mí-me-conmigo.

En Japón, sin embargo, “mirarse el ombligo” tiene un significado completamente diverso. Cuando nos miramos el ombligo recordamos que durante varios meses hemos estado unidos al cuerpo de nuestra madre. El ombligo es un recordatorio corporal y permanente de nuestra radical dependencia. No nos bastamos a nosotros mismos. La existencia nos ha sido dada. Vivimos por pura gracia. Mirarse el ombligo implica un abajamiento que, bien entendido, nos ayuda a ser humildes, a recordar de dónde venimos y, por lo tanto, quiénes somos. El ombligo, en definitiva, es una cicatriz identitaria. 

Tendríamos que mirarnos mucho más a menudo el ombligo, no para quedar atrapados en nuestro pequeño mundo, sino todo lo contrario: para sentirnos vinculados a nuestra madre y, en ella y a través de ella, a toda la humanidad y a Dios. Por el ombligo hacia Dios podría ser el título de una buena novela o de una película, si no fuera porque a los de cierta edad nos recuerda aquel lema franquista de Por el imperio hacia Dios. 

1 comentario:

  1. Escribes: “Hoy nos venimos fácilmente abajo cuando tenemos que enfrentar dificultades personales o sociales. Cada vez que experimentamos el dolor y el sufrimiento nos revolvemos contra Dios, incluso si no creemos en él. “Nagai lo encuentra siempre en la cruz porque se ha alimentado del Evangelio hasta sus últimas consecuencias.”
    Este párrafo, me lleva a reflexionar a fondo y preguntarme, ¿por qué diferentes personas que como Nagai se han alimentado del Evangelio, no todas llegan a encontrar a Dios en la cruz? ¿Será que por diferentes motivos no se ha llegado hasta sus últimas consecuencias? O será que ¿se le ha buscado en lugares equivocados? O precisamente, como dice el título de hoy, equivocadamente, ¿hemos buscado a Dios, en la cruz, o nos hemos limitado a “mirarnos el ombligo” huyendo de la realidad? En pocas palabras, hemos rechazado la cruz.. nos hemos engañado nosotros mismos y la hemos rechazado.
    Nos das la clave cuando dices que Nagai “Solo se dejó seducir por Jesús. Todo lo demás lo consideraba relativo.”
    Como madre, el tema del ombligo siempre me lleva a sentirme, como hija, vinculada a mi madre y como madre, vinculada a mis hijos… Hasta ahora me resulta más difícil, sentir la vinculación con mi madre y mis hijos como mediación para sentirme vinculada a toda la humanidad y a Dios.

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