sábado, 25 de diciembre de 2021

Carta de Navidad


A pesar de algunos agoreros que pronosticaban el fin inmediato del mundo, también este año podemos celebrar la fiesta de la Natividad del Señor. ¡Hasta en un inmenso país de mayoría hindú como la India se celebra con gozo este día de fiesta nacional! Es verdad que en unos pocos países (Arabia Saudita, China, Corea del Norte, Tayikistán, Argelia, Brunei y Somalia) la Navidad está oficialmente prohibida, pero eso no le resta un ápice a su alcance universal. Dios nace para todos y en todas partes. Hoy no voy a hacer un comentario a las lecturas del día. Prefiero compartir con todos vosotros mi

CARTA DE NAVIDAD

Madrid, 25 de diciembre de 2021

Queridos amigos:

Hace casi seis años que abrí este Rincón de Gundisalvus. En este tiempo, os he felicitado la Navidad de diversas maneras. En 2016 os escribí una carta desde Madrid; en 2017 lo hice desde Roma. El año 2018 sustituí la carta por “una conversación junto al pesebre” con María y José. El año 2019 os envié un breve saludo desde mi pueblo natal. No tuve tiempo para muchas florituras. Finalmente, el año 2020 (el año de la pandemia) compartí desde Roma una meditación sobre el prólogo del Evangelio de San Juan que se proclama en la “misa del día”. 

Este año quiero volver a la vieja tradición de la “carta de Navidad”. Más que publicarla en este blog digital, me hubiera gustado enviárosla a cada uno de vosotros escrita a mano y dentro de un sobre sellado. ¡No hay comparación entre una carta manuscrita y una postal digital!

No sé con qué ánimo estáis celebrando este año 2021 la Navidad. Nos las prometíamos muy felices, pero en las últimas semanas se han torcido las cosas. El deseado final de la pandemia se retrasa. En bastantes países (incluida España) está creciendo mucho el número de infectados. Es verdad que la vacunación masiva hace que en la mayoría de los casos la enfermedad curse con síntomas leves, pero eso no impide la alteración de nuestros planes para estas fechas singulares. La situación provoca un estado de ánimo raro, una mezcla de resignación, ansiedad y en algunos casos rabia y hasta desesperación. Solemos concentrar tantas expectativas en el tiempo navideño que, cuando la realidad se tuerce, experimentamos frustración y tristeza. La pandemia nos obliga a cancelar viajes, suprimir encuentros familiares y posponer diversos programas. Se han puesto de moda las pruebas de antígenos y han vuelto las mascarillas a las calles, aunque, a decir verdad, nunca han desaparecido del todo.

¿Se puede celebrar la Navidad bajo la amenaza de un virus invisible? No solo se puede, ¡se debe! Jesús no nació en una situación óptima, sino que se atuvo a las condiciones precarias de su tiempo y de su familia. He aquí la primera gran lección navideña: Dios se hace presente en cualquier situación, también en las que a primera vista parecen contradecir los mensajes de paz y alegría que la Navidad evoca. Lo que nos produce el verdadero contento (como se lo produjo a los pastores y a los magos) es su presencia en medio de nosotros; sobre todo, en los momentos en que experimentamos soledad, desconcierto o tristeza. Él no va a faltar nunca a la cita. 

Algunas personas muy cercanas a mí estuvieron solas la noche pasada. Creo que ninguna de ellas se ha sentido mal porque se encontraban en comunión con otras muchas personas que las queremos. Y, sobre todo, porque en la soledad de sus casas y de sus corazones han descubierto que estaban acompañadas por quien puede llenarnos con su amor. Cuando uno descubre esta fuente infinita está en condiciones de compartir la alegría resultante con las personas que más la necesitan.

Para mí es la primera Navidad en Madrid tras 18 años en Roma. Ayer por la tarde canté la calenda en las primeras vísperas de mi comunidad después de haber celebrado la “Eucaristía de la vigilia” con la comunidad de las Concepcionistas. Me impresionó la cascada de referencias temporales que contiene la calenda hasta desembocar en esta confesión de fe: “Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida, concebido del Espíritu Santo, nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judea, hecho hombre, de María Virgen: la Natividad de nuestro Señor Jesucristo según la carne”.

Siento una necesidad interior de concentrarme en este anuncio. Me agota la Navidad publicitaria. Cada vez se me hacen más cuesta arriba los “ritos comerciales” por más que apelen a sentimientos blandos como la armonía familiar, la estética invernal, la calidez de los regalos y el ritmo de los villancicos. Sin “carne” no hay Navidad; es decir, sin contacto con la fragilidad de la condición humana. Quizá nos cuesta tanto descubrir a Dios hoy porque lo buscamos donde él no ha querido encarnarse. Tal vez si lo buscáramos en la humildad de las personas necesitadas, en las costuras descosidas de muchas vidas, tal vez entonces descubriríamos que, en ellas, como en el humilde pesebre de Belén, brilla su rostro. Lo que pone a prueba nuestra fe en Dios no es el sufrimiento o la pobreza (por mucho que siempre invoquemos este argumento), sino la ceguera de quienes buscamos donde no debemos o la autosuficiencia de quienes nos creemos satisfechos.

Cuesta mucho hacerse a la idea de que el Dios invisible se haya hecho transparente en una criatura. No entra en nuestros cálculos humanos. Los relatos evangélicos del nacimiento no se pierden en detalles anecdóticos como nuestros belenes populares. Se centran en lo esencial. Mateo se limita a decir: “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer. Y sin haberla conocido, ella dio a luz un hijo al que puso por nombre Jesús” (1,24-25). Lucas se extiende algo más: “También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (2,4-7). 

Ni Marcos (el evangelio más temprano) ni Juan (el más tardío) hablan del nacimiento de Jesús. Al hecho desnudo, Mateo añade la visita de los magos (Mt 2,1-13) y Lucas la de los pastores (2,8-20). Ambos evangelistas tienen sus motivos teológicos y pastorales para incluir estas historias en sus relatos. Ambos ponen el acento en que María “dio a luz a su hijo (primogénito)”. Jesús no es, pues, un ser que aparece en la historia por arte de magia o un mito que está fuera del espacio y del tiempo.

Dentro de unas horas me pondré en camino hacia mi pueblo natal para pasar este día con mi familia. Mientras recorra los 266 kilómetros que lo separan de Madrid, pensaré en todos vosotros que os acercáis a este Rincón desde España, Estados Unidos, Japón, Colombia, Alemania, Argentina, México, Rusia, Francia, Italia (este es el orden de las visitas más numerosas) y otros muchos lugares del mundo. Para todos invoco la bendición de este Niño que ha venido para que todos tengamos vida en abundancia. 

Un abrazo muy fuerte.

Feliz Navidad



[Las fotos que acompañan la entrada de hoy están tomadas en diversos lugares de mi comunidad de Madrid]

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