lunes, 20 de septiembre de 2021

Andar en vida nueva

Ayer celebré el sacramento de la Reconciliación.  Como penitencia, el sacerdote me pidió que leyera y meditara el capítulo 3 de la carta a los Colosenses. Me pareció un regalo del Señor. Hay veces en que los textos de la Escritura nos hablan directamente al corazón. Los 25 versículos de este capítulo me parecieron una carta de Dios dirigida a mí. Quiero destacar algunos. Para empezar, el versículo 2: “Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. Se ha insistido tanto en los últimos años en que la fe cristiana es una fe encarnada, que cualquier referencia a “los bienes de arriba” suena casi a escapatoria espiritualista. Pero “los bienes de arriba” no son otra cosa que los bienes de Dios. Y Dios ha querido hacerse carne en este mundo de abajo. Por eso, leo la invitación como una llamada a buscar “lo de Dios” en la trama de la vida cotidiana, a no dejarme seducir por otras voces que parecen más atractivas y poderosas, pero que no son portadoras de vida. 

Hoy estamos expuestos a mensajes tan contradictorios que fácilmente podemos perdernos o quedarnos bloqueados. Unos nos dicen que sin Iglesia no podemos seguir a Jesús. Otros afirman que la Iglesia es el gran obstáculo para un encuentro con el Maestro. Para algunos los dos mil años de cristianismo son la historia de una traición; para otros, una filigrana del Espíritu Santo en el tejido de la fragilidad humana. Lo que para algunos constituye un motivo de escándalo, para otros es un acicate para creer con más hondura. ¿Cómo buscar “los bienes de arriba” (es decir, las cosas de Dios) en un ambiente tan contradictorio?


Hay tres versículos que me resultan muy luminosos: “Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos” (13-15). La experiencia de sabernos perdonados nos prepara para perdonar a los demás. Es imposible que nos reconciliemos entre nosotros si no hemos experimentado en carne propia el poder sanador del perdón. 

La vida social (e incluso la eclesial) está llena de incomprensiones, rencillas y enfrentamientos. A menudo se invoca el diálogo como el talismán para resolver todo. Pero no es suficiente. Cuando uno no está reconciliado consigo mismo es imposible que se reconcilie con los demás. El olvido del sacramento de la Reconciliación nos está colocando ante un abismo. Vamos por la vida acumulando en nuestro corazón mucha amargura, tristeza y odio. Solo Dios puede sanar ese fondo oscuro. Sin su intervención, corremos el riesgo de emponzoñar a los demás con nuestro propio pecado. El sacramento rompe la cadena del odio con la fuerza del perdón, de manera que nos transforma de pecadores en artesanos de reconciliación. ¿No es hermosa esta vocación cristiana?

Pablo habla también del amor como “vínculo de la unidad perfecta”, de la paz “a la que hemos sido convocados en un solo cuerpo” y de la gratitud. Son los frutos maduros de un corazón reconciliado en el que Dios ocupa el centro. Necesitamos personas que multipliquen estos dones. Sin amor, paz y gratitud, la vida humana es insostenible. Creo que todos lo intuimos porque lo hemos experimentado en los momentos más luminosos de nuestra vida. Lo que ocurre es que las preocupaciones de la vida cotidiana nos atrapan y a menudo nos desvían del camino. Aspiramos a los bienes de la tierra, que es como decir que nos dejamos llevar por la codicia, la envidia y su cohorte de malas inclinaciones. De esta forma, perdemos libertad y alegría, nos volvemos perezosos y, en vez de buscar el bien de los demás, nos obsesionamos con nuestro propio bienestar. 

Cada vez que celebramos el sacramento de la Reconciliación hacemos un alto en el camino, caemos en la cuenta de cómo estamos viviendo y dejamos que Dios corrija el rumbo de nuestra vida. Nos ponemos de nuevo en marcha con el corazón agradecido y con nuevas ganas de vivir nuestra vocación de “criaturas nuevas”. Perder o devaluar el sacramento de la Reconciliación significa abandonarnos a una vida que corre el riesgo de curvarse sobre sí misma y verse privada de la fuerza renovadora del perdón.

2 comentarios:

  1. Me gusta y hace bien esta idea de que cada vez que celebramos el sacramento de la Reconciliación “hacemos un alto en el camino”, con todo lo que ello supone.
    Hay muchos mensajes en esta entrada, nos los das de una manera sencilla, a nuestro alcance, porque los has asimilado tu primero y esto se agradece.
    Me ayudas a “aterrizar” cuando citando “los bienes de arriba”, escribes: “… leo la invitación como una llamada a buscar “lo de Dios” en la trama de la vida cotidiana… “
    Gonzalo, gracias por compartir tan confidencialmente y animar a la celebración del Sacramento, aportando luz y ayudando a su valoración.

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  2. Muchas gracias Gonzalo. Un abrazo. María

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