jueves, 10 de junio de 2021

Juntos vemos más y mejor

El curso que estoy haciendo es, en realidad, un laboratorio donde testamos ideas y prácticas. Compruebo, una vez más, que, cuando nos abrimos a otras personas y contextos, el horizonte mental y afectivo se ensancha. Durante los meses duros de la pandemia he tenido que permanecer en casa. Para alguien itinerante como yo, es hermoso pasar muchas horas en comunidad, orar, hablar y comer siempre con las mismas personas. Hay más tiempo y más serenidad para profundizar en el encuentro. Pero confieso que, al cabo de un año, se hace también un poco pesado. Este curso sobre liderazgo es mi primera experiencia larga de interacción con un grupo fuera de mi comunidad. Se trata, además, de un grupo muy plural en el que hay religiosos y religiosas, sacerdotes diocesanos y algunos laicos que trabajan en diversos dicasterios del Vaticano. Hay hombres y mujeres provenientes de países y contextos culturales muy diferentes. 

El curso no es una sucesión de conferencias, sino un constante ejercicio de conversación por parejas, ternas, grupos pequeños y grupo grande, de modo que al cabo del día se producen muchas e interesantes interacciones. Y como sucede siempre que nos abrimos con sinceridad a otras personas se produce el milagro del encuentro y se alumbran situaciones y problemas. Los directores del curso insisten en que el arma más poderosa de que disponemos quienes ocupamos algún puesto directivo es la conversación. Aprender a conversar es, pues, un aprendizaje esencial.


Hace casi dos años escribí una entrada sobre el arte de la conversación. Entonces lo hice en el contexto de las relaciones interpersonales de amistad. Ahora añado algunos matices que tienen ver con el ejercicio del liderazgo y el acompañamiento de grupos e instituciones. Uno nunca acaba de aprender. En toda conversación nos ponemos siempre a prueba porque tenemos que vaciarnos para dejar espacio al otro y, al mismo tiempo, damos mucho de nosotros mismos. Por eso mismo, los malos líderes tienen pavor a las conversaciones. Prefieren emitir órdenes directas. A lo más, permiten algunas preguntas aclaratorias. 

Un buen líder se supone que es un experto en el arte de conversar con las personas a las que tiene que dirigir. Para ello, necesita escuchar mucho, interpretar palabras y gestos y devolver un retorno lo más objetivo posible. Más allá de las técnicas de la conversación, lo que importa es ser testigos del momento creativo que se suele producir en las “conversaciones espirituales”. Una conversación “espiritual” no es aquella en la que hablamos sobre temas religiosos, sino aquella en la que desciframos la realidad para encontrar en ella los signos de la acción del Espíritu en nosotros. No hay nada más “espiritual” que la realidad misma porque ese es el terreno del Espíritu.

No sé si en estos últimos tiempos estamos desarrollando el arte de la conversación o lo hemos sustituido por el intercambio de mensajes rápidos y a menudo insustanciales. Las tecnologías de la comunicación nos ayudan a multiplicar las interacciones con muchas personas (correos electrónicos, guasaps, videoconferencias, etc.), pero no estoy seguro de que todos estos intercambios puedan ser calificados siempre de “conversaciones”. Tenemos siempre demasiada prisa, protegemos mucho nuestra intimidad, no queremos asumir los compromisos afectivos y prácticos que se derivan de toda auténtica conversación. En otras palabras, nos gusta relacionarnos con otras personas, con tal de que eso no “amenace” nuestra privacidad y hasta nuestro sacrosanto individualismo. 

Y, sin embargo, toda conversación supone siempre una aventura en la que suceden muchas cosas no previstas. Lo que estoy experimentando estos días de una manera muy intensa es que, por lo general, juntos vemos más y mejor. Las experiencias individuales no se suman con las de los demás, sino que multiplican su significado y eficacia. Quizá sea este efecto multiplicador la mayor novedad. Uno comparte los dos panes y cinco peces de su experiencia y, sin hacer nada especial, se encuentra con cestas enteras de nuevas ideas, sentimientos positivos, posibles proyectos, etc. Toda conversación auténtica tiene un enorme poder multiplicador. No se trata simplemente de caer en esa “reunionitis” que tanto odian muchos empleados de empresas e instituciones, sino de provocar verdaderas “conversaciones espirituales o generativas” que desencadenen procesos de creatividad conjunta. Cuando esto sucede,  la transformación ya ha comenzado.

1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo por las pistas que compartes para una buena comunicación. Ayudas a hacernos caer en la cuenta de la superficialidad con que vivimos y actuamos. Nos cuesta profundizar.
    Me gusta y ayuda la idea que das cuando escribes: “En toda conversación nos ponemos siempre a prueba porque tenemos que vaciarnos para dejar espacio al otro y, al mismo tiempo, damos mucho de nosotros mismos.”
    Además he ido entresacando:
    - Una conversación “espiritual” no es aquella en la que hablamos sobre temas religiosos, sino aquella en la que desciframos la realidad para encontrar en ella los signos de la acción del Espíritu en nosotros. No hay nada más “espiritual” que la realidad misma porque ese es el terreno del Espíritu.
    - Juntos vemos más y mejor.
    - Toda conversación auténtica tiene un enorme poder multiplicador.
    - Y – como sucede siempre que nos abrimos con sinceridad a otras personas – se produce el milagro del encuentro y se alumbran situaciones y problemas.

    Compartiendo el curso que haces, nos enriqueces a todos. Gracias.

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