Si hay algo que la fe puede aportar en el
actual contexto de polarización, de auge imparable de fanatismos de todo tipo, es
lo que expresa la conocida oración franciscana: “Que donde haya odio, ponga
yo amor; donde haya ofensa, ponga perdón”. El amor y el perdón no son
actitudes propias de gente débil. Solo las personas muy fuertes son capaces de no pagar con
la misma moneda a quienes las ofenden. Creo que debemos hacer un esfuerzo por “reducir
el volumen del enojo y subir el de los argumentos”. El odio es casi siempre irracional.
Antepone los sentimientos tribales a los argumentos fundados. Cree en teorías conspirativas
y ve enemigos por todas partes. El amor mantiene la lucidez, no se deja
engatusar por sofismas, denuncia las trampas y chantajes a los que con frecuencia
somos sometidos, pero responde viendo en cada hombre o mujer a un ser humano
antes que a un enemigo o a un perseguidor; por lo tanto, a alguien
digno de respeto. Al final, por duro que parezca, el amor triunfa sobre el odio,
igual que la vida triunfa sobre la muerte. Es cierto que los 184 beatos mártires
claretianos perdieron la vida en la flor de la juventud, pero hoy su memoria
sigue viva entre nosotros y constituye una fuente de fecundidad apostólica. Nadie se
acuerda de sus verdugos.
lunes, 1 de febrero de 2021
Donde haya odio, ponga yo amor
Los claretianos
celebramos hoy la memoria de los Beatos Mártires Claretianos. Es un
recuerdo agradecido de los 184 misioneros que fueron asesinados a causa de la fe:
1 en México y 183 en España, durante la persecución religiosa que tuvo lugar en
la guerra civil. Todos ellos son semillas
de vida. Cuesta imaginar que la mayoría de estas historias de
muerte tuvieran lugar hace poco más de 80 años. Nunca hay que dar nada por
descontado: ni la vida, ni la paz, ni la libertad, ni la justicia, ni la
democracia. Los seres humanos somos capaces de dar un quiebro en el momento
menos pensado. Incluso personas que parecen llevar una vida moderada pueden
convertirse en asesinos. Basta que la semilla del odio eche raíces en nosotros. Estamos viviendo tiempos de creciente intolerancia. Leí ayer que, hace solo unos meses, un periodista le preguntó a Nancy Pelosi, la
presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, si odiaba a
Trump, con el que es obvio que tuvo enormes diferencias, hasta el punto de
solicitar su impugnación (impeachment). Pelosi respondió con energía: “Como
católica, me ofende que use la palabra odio en una frase dirigida a mí”. Es
más, añadió que rezaba a diario por el presidente republicano. Es solo un
ejemplo de cómo gestionar las diferencias sin dejarnos arrastrar por sentimientos
de odio que acaban volviéndose contra nosotros mismos.
En otra reciente entrevista
a Barack Obama, hecha por Cristina Olea (corresponsal de TVE en
Washington), el expresidente estadounidense insiste mucho en la polarización que se
está viviendo en todo el mundo. Cada vez nos resulta más difícil encontrar un terreno
común. Cada uno escuchamos solo lo que queremos oír, con lo cual
retroalimentamos nuestras ideas y sentimientos. No estamos preparados para una
confrontación abierta y crítica. Nos refugiamos en “nuestro” campamento ideológico para no
contaminarnos con el de “ellos”, quienesquiera que sean. El esquema “nosotros-ellos” se está imponiendo
sobre la esencial fraternidad que nos une a todos. Durante los meses de la
pandemia repetimos que el virus del Covid-19 no hace diferencias de
raza, color político o religión. Infecta por igual a Donald Trump, a Boris
Johnson, a un obispo católico, al médico personal del Papa y a miles de
personas en todo el mundo.
Por mucho que queramos negarlo, es más lo que nos une
que lo que nos divide. Hay personas que tienen una gran capacidad para ver y
acentuar los puntos de unión. Otras, por el contrario, se fijan siempre en las
diferencias hasta transformarlas en motivo para el enfrentamiento. La historia
de los mártires claretianos – como la de otros miles de mártires
cristianos del siglo XX – es, en el fondo, la historia de un fracaso. Es
hermosa su lección de fe, heroísmo y resistencia, pero es triste el proceso que
condujo hasta ese desenlace. ¿Por qué ese “odio a la fe cristiana”? ¿Por qué
hay que eliminar a quien no piensa como nosotros o a quien percibimos como un obstáculo
para la consecución de nuestros fines?
Me temo que,
enredados en esta dinámica, muchos cristianos estamos cayendo también en la espiral
del odio. Respondemos a veces a los ataques con la misma agresividad que
quienes los orquestan. Nos dejamos contaminar por sentimientos de revancha,
como si necesitáramos exhibir músculo intelectual y emocional para que no nos
tomen por tontos. De este modo, a veces con la intención de “defender la fe”,
acabamos siendo víctimas de un odio insano que, además de agravar los
conflictos, nos quema la sangre. Hay un exceso de celo que es dañino.
1 comentario:
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Desde nuestra "Comunidad Solidaria" en Puerto Rico, saludamos a todos nuestros herman@s Claretianos del mundo en esta entrañable y fecunda memoria de nuestros hermanos mártires, a quienes seguimos encomendando la vida de cada uno y a todas nuestras Comunidades Misioneras. FELICIDADES.
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