Aunque socialmente todavía no hemos entrado en la “nueva normalidad”, litúrgicamente hoy reanudamos el Tiempo Ordinario, que bien podría llamarse este año “tiempo normal”. Tras la Cuaresma (morado) y la Pascua (blanco), volvemos al verde de
la vida cotidiana. El 11 de febrero de 2018 se estableció que el lunes
siguiente a Pentecostés se celebrara la memoria de Santa
María, Madre de la Iglesia. El documento de la Congregación para el
Culto Divino afirma que el papa Francisco “consideró
atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido
materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así
como la genuina piedad mariana”. Este año 2020 –que pasará a la historia
como “el año de la pandemia”– volvemos al tiempo ordinario con una memoria
mariana que, en cierto sentido, nos resarce de la pérdida de la fiesta de la
Visitación de la Virgen María. ¿Cómo profundizar en el “sentido materno” de la
Iglesia cuando para muchas personas ya la palabra Iglesia tiene solo resonancias institucionales
y no siempre positivas? Me entran ganas de ceder hoy este espacio a un
compañero mío, japonés de nacimiento, que está escribiendo su tesis doctoral precisamente
sobre este tema. Él podría aportar una reflexión interesante y bien fundamentada.
En el Evangelio
de Juan leemos que Jesús, desde el cadalso/trono de la cruz, entrega a María al
“discípulo amado” (es decir, a la Iglesia). El “he
ahí a tu madre” (Jn 19,27) es como la carta fundacional de esta maternidad
de la Virgen. En un mundo “sin padre” y en una Iglesia vista
como “mera institución”, la maternidad de María nos recuerda que somos la
familia de los que han escuchado la Palabra de Dios y quieren ponerla en práctica.
La primera que la ha escuchado y la ha hecho vida ha sido precisamente la joven
muchacha de Nazaret. Ella es, por eso, madre del Cristo que crece en su seno y
de ese Cristo total que es la Iglesia y el mundo entero. Ella es también el rostro
femenino del amor paterno/ materno de Dios. Esto explica la enorme fascinación
que María ejerce sobre millones de seres humanos, incluso sobre muchos que no
creen explícitamente en Jesucristo o en Dios. María es esa madre que acoge a
todos, especialmente a quienes se sienten huérfanos en un mundo inhóspito.
Representa la “revolución de la ternura” en un mundo dominado por la competitividad,
la envidia y la violencia. Donde María se hace presente, reina la paz, la concordia y la alegría.
Hubo un famoso
teólogo suizo –Hans Urs von
Balthasar (1905-1988)– que hablaba del “principio
mariano” en la Iglesia. Si Pedro
(“principio petrino”) representa la institucionalidad de la Iglesia basada en la
confesión de Jesús como el Cristo y Pablo (“principio paulino”) simboliza la apertura
misionera de la Iglesia, María (“principio mariano”) significa la acogida de la
Palabra en el corazón y el primado del amor sobre cualquier otra dimensión. Creo
que es acertado que un día al año podamos celebrar esta maternidad de María. Es
verdad que ya existe la solemnidad de María, Madre de Dios (1 de enero), pero
la nueva memoria acentúa la protección que ella ejerce sobre la comunidad de
los seguidores de Jesús, sobre la Iglesia peregrina. Si perdemos la visión de
la Iglesia como madre que nos engendra a la fe, acabaremos siendo prisioneros
de una visión demasiado sociológica. Reduciremos la Iglesia a una institución
más o menos popular según tiempos y lugares y estableceremos con ella un tipo
de relación fría o puramente pragmática. Solo cuando caemos en la cuenta de que
la Iglesia es nuestra madre y de que María simboliza esa maternidad, podemos tener
actitudes de respeto, amor, gratitud y colaboración.
Gracias por recordarnos esta fiesta de María, de lo contrario me habría pasado por alto.
ResponderEliminarA veces pienso que porque sabemos tan poco y a la vez tanto, de María, de su historia, la hace más atractiva porque cada cual la puede adoptar según la visión de “Madre” que tenga y que siempre podemos, por lo menos, revivir su acogida y la vida que nos ha dado.
En el sentido materno de la Iglesia no siempre se refleja el sentido materno de María… Y, a la vez, creo que nos falta, en muchos, este sentimiento de pertenencia a la Iglesia.
Gracias Gonzalo por tu reflexión.