La primera lectura de la misa de hoy ofrece uno de los textos del Antiguo Testamento que más me gustan. Escucharlo a las 7 de la mañana permite afrontar el día con
sosiego. Transcribo los primeros versículos: “En aquellos días, cuando Elías
llegó a Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El
Señor le dijo: «Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a
pasar!» Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas
las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del
viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del
terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del
fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el
manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva” (1 Re 19). La
pregunta por Dios no nos deja respiro. Quizá son los ateos quienes más se la hacen.
En estos tiempos de pandemia, ¿cuántas veces nos hemos preguntado dónde está
Dios? Lo hizo el papa Francisco en aquella memorable oración de la tarde del 27 de marzo en una plaza de san Pedro vacía, bañada por una suave lluvia de
primavera. Lo hacemos cada uno de nosotros cuando nos parece que entre lo que
está sucediendo y la imagen que tenemos de Dios hay un abismo que no se puede
colmar. Nos da la impresión de que algo no encaja.
Una experiencia parecida
debió de tener el profeta Elías.
Su cueva es como un símbolo de nuestro confinamiento. También él, en medio de
su crisis, buscaba a Dios, quería una explicación. El texto del libro de los
Reyes ofrece una respuesta que nos ayuda a afrontar nuestro presente. Dios no
está en el viento huracanado que descuaja los montes, ni en el terremoto que sacude los cimientos
de la tierra, ni en el fuego que devora cuanto toca. Dios está en una “brisa
tenue” que nos invita a salir de nuestra cueva y ponernos en pie. Mediante un
lenguaje simbólico, se nos dice que Dios no está en lo que destruye la
naturaleza o los seres humanos, ni en la violencia que arrasa con todo.
Dios es una “brisa tenue” que sopla en la gruta de nuestro corazón. Si tuviéramos
que aplicar el texto a la situación actual, podríamos decir que Dios no está en
la pandemia que ha infectado a más de siete millones y medio de seres
humanos en todo el mundo y que ha producido ya más de 420.000 muertos. No
está en quienes, usando su nombre, amenazan con reacciones violentas o con
castigos. No está en quienes, aprovechándose de la crisis mundial, solo piensan
en obtener beneficios comerciando con el sufrimiento ajeno. Dios se revela a quienes,
en el silencio de su casa, se atreven a adentrarse en la “gruta del corazón”.
No hay lugar más cercano y, a la vez, más inexplorado. En la quietud de esa
gruta interior, los seres humanos podemos percibir la “brisa tenue” de Dios en
forma de paz profunda, de anhelo de eternidad, de apertura a los otros, de
profunda gratitud por el don de la vida.
Es verdad que en
tiempos de crisis tenemos que hacer cosas, que no podemos permanecer
eternamente encerrados en nuestros refugios, como si la vida humana fuera -por
decirlo con la célebre expresión de Albert Camus- una “condena a muerte en masa”.
Pero esa salida a la puerta, ese ponernos de pie, no es una decisión voluntarista
de quien cree que tiene que ponerse manos a la obra, sino fruto del contacto con la “brisa
tenue” de Dios. Estoy convencido de que si los seres humanos aprendiéramos a
entrar con humildad en la “gruta del corazón”, encontraríamos ese tesoro que
tanto andamos buscando y que confundimos con la acumulación de cosas, el
dominio sobre otros o las experiencias placenteras. La “brisa suave” es el
toque delicado de Dios que nos hace experimentar su amor incondicional, que nos
sostiene cuando todo parece que se quiebra, que alimenta nuestra esperanza en
tiempos de incertidumbre. Los hombres y mujeres que se han atrevido a entrar en
la “gruta del corazón” se cubren momentáneamente el rostro, como Elías, pero
cuando lo desatapan, exhiben un rostro luminoso como Moisés. En tiempos de crisis, quizá no hay ayuda más
grande que la de mirar a los demás con un rostro luminoso que atestigua el paso
de Dios por nuestra vida. Muchos rostros luminosos acaban haciendo de la noche
un claro mediodía.
El tema de hoy me lleva muchos recuerdos. Me ha venido muy bien el paralelismo que haces entre Elías que entra en la cueva donde descansa y sale cuando siente “una brisa tenue” y comparando con el confinamiento escribes: Dios es una “brisa tenue” que sopla en la gruta de nuestro corazón y de alguna manera, en lo que escribes, nos invitas a entrar “en nuestra gruta” para allí descubrir a Dios.
ResponderEliminarDiría que, con esta pandemia, hemos vivido las etapas de Elías, todas: huracán, terremoto, fuego y por fin la brisa tenue que lleva también a agradecer esta presencia de Dios y dejarlo todo en sus manos, en fin, que lleva a “dejar de remar” para que lo haga Él.
Gracias Gonzalo.