En estos meses de pandemia se han puesto de moda muchas palabras y expresiones que ya forman parte de nuestro vocabulario habitual: coronavirus, pandemia, confinamiento, mascarilla, cuarentena, desescalada, distanciamiento social, etc. Ya existían, pero han
cobrado nueva vida. Circulan algunos vídeos por la red en los que se ve cómo los profesores de dentro de unos años se dirigen a sus alumnos
llamándoles con nombres inspirados en las palabras famosas de la pandemia de
2020. No sería extraño que a algunos padres se les ocurriera imponer estos
extraños nombres a sus hijos. La extravagancia humana no tiene límites. Llamarse Coronavirus Martínez, Confinamiento Rodríguez o Desescalada García no es plato de buen gusto. O, por lo menos, a mí me lo parece.
Hoy quiero fijarme en tres verbos que hemos tenido que conjugar a prisa y corriendo por fuerza mayor. El primero es “cancelar” y sus muchos sinónimos: suspender, anular, etc. Ayer mismo tuve que cancelar algunos billetes de avión a Yakarta (Indonesia), Nairobi (Kenia) y Colombo (Sri Lanka). La pandemia se ha llevado por delante congresos, simposios, capítulos, asambleas, fiestas, procesiones, primeras comuniones, bodas, competiciones, festivales, vacaciones y un sinfín de eventos multitudinarios. Estas cancelaciones, además de crear problemas de todo tipo, tienen un fuerte impacto económico. No estábamos acostumbrados a cancelar tantas cosas en un tiempo tan corto. De entrada, podemos sentirnos apesadumbrados, pero quizá es sano cancelar lo que habíamos programado con cariño sin dejarnos llevar por la nostalgia. No toda cancelación es un drama. A veces es la condición para que suceda algo nuevo y mejor.
Hoy quiero fijarme en tres verbos que hemos tenido que conjugar a prisa y corriendo por fuerza mayor. El primero es “cancelar” y sus muchos sinónimos: suspender, anular, etc. Ayer mismo tuve que cancelar algunos billetes de avión a Yakarta (Indonesia), Nairobi (Kenia) y Colombo (Sri Lanka). La pandemia se ha llevado por delante congresos, simposios, capítulos, asambleas, fiestas, procesiones, primeras comuniones, bodas, competiciones, festivales, vacaciones y un sinfín de eventos multitudinarios. Estas cancelaciones, además de crear problemas de todo tipo, tienen un fuerte impacto económico. No estábamos acostumbrados a cancelar tantas cosas en un tiempo tan corto. De entrada, podemos sentirnos apesadumbrados, pero quizá es sano cancelar lo que habíamos programado con cariño sin dejarnos llevar por la nostalgia. No toda cancelación es un drama. A veces es la condición para que suceda algo nuevo y mejor.
En algunos casos
nos hemos visto obligados a conjugar también el verbo “retrasar” y su cohorte
de sinónimos: posponer, aplazar, diferir, postergar, etc. Hay algunos eventos
que no se pueden cancelar sin que se produzca un perjuicio irreparable (por
ejemplo, una boda, una intervención quirúrgica, una visita canónica o un capítulo
de una congregación religiosa). Conozco un caso en el que una orden religiosa muy
conocida ha tenido que aplazar por tres veces la celebración de su capítulo provincial,
previsto inicialmente para la semana de Pascua. Parece que finalmente podrá celebrarlo en el mes de julio. Pero hay muchas cosas que se pueden aplazar sin que nos vengamos abajo.
Algunos aplazamientos han mostrado que la vida sigue a pesar de todo, que actividades que considerábamos de suma importancia no son imprescindibles. Nos hemos curado de ciertas rigideces que arrastrábamos por inercia. La nueva flexibilidad nos hace bien. No se hunde el mundo si aplazamos una primera comunión de mayo a octubre o si trasladamos al año 2021 la celebración de un festival de cine o un congreso de medicina. En un mundo tan fluido, tendremos que ser capaces de irnos adaptando a lo que sucede. Los planes a medio y largo plazo van a entrar en un momento de crisis. Para bien y para mal, nos vamos a volver muy inmediatistas.
Algunos aplazamientos han mostrado que la vida sigue a pesar de todo, que actividades que considerábamos de suma importancia no son imprescindibles. Nos hemos curado de ciertas rigideces que arrastrábamos por inercia. La nueva flexibilidad nos hace bien. No se hunde el mundo si aplazamos una primera comunión de mayo a octubre o si trasladamos al año 2021 la celebración de un festival de cine o un congreso de medicina. En un mundo tan fluido, tendremos que ser capaces de irnos adaptando a lo que sucede. Los planes a medio y largo plazo van a entrar en un momento de crisis. Para bien y para mal, nos vamos a volver muy inmediatistas.
El tercer verbo
nos obliga a ser creativos. Durante los meses de la pandemia, por todas partes
se ha conjugado el verbo “innovar”. Fábricas que se dedicaban a fabricar
motores o prendas de vestir comenzaron a fabricar respiradores artificiales o
material sanitario. Muchas empresas desarrollaron hábitos de teletrabajo. Se
multiplicaron las videoconferencias. Los profesores se las ingeniaron para
seguir acompañando a sus alumnos a través de clases y tutorías virtuales. Los músicos
grabaron temas desde sus casas en un ingenioso ejercicio coral. Muchos sacerdotes
mantuvieron contacto con su feligresía mediantes misas, oraciones y charlas
transmitidas por internet. Comercios y restaurantes han creado nuevas formas de
servicio a domicilio.
El virus nos ha obligado a ver que las cosas se pueden hacer de nuevas maneras, que no siempre lo mejor es lo que hacíamos antes de la pandemia. El paso del tiempo nos dirá qué innovaciones “han venido para quedarse” (como se dice ahora de manera machacona) y cuáles son efímeras y, por lo tanto, irán desapareciendo en las próximas semanas. En cualquier caso, cancelar, retrasar e innovar son verbos que nos han obligado a alterar nuestra rutina cotidiana. Hay otros muchos que también se han puesto de moda (sufrir, contar, desesperar, temer, etc.), pero los dejamos para otro día.
El virus nos ha obligado a ver que las cosas se pueden hacer de nuevas maneras, que no siempre lo mejor es lo que hacíamos antes de la pandemia. El paso del tiempo nos dirá qué innovaciones “han venido para quedarse” (como se dice ahora de manera machacona) y cuáles son efímeras y, por lo tanto, irán desapareciendo en las próximas semanas. En cualquier caso, cancelar, retrasar e innovar son verbos que nos han obligado a alterar nuestra rutina cotidiana. Hay otros muchos que también se han puesto de moda (sufrir, contar, desesperar, temer, etc.), pero los dejamos para otro día.
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