Este año la solemnidad de la Epifanía del Señor viene pegada al segundo domingo de Navidad. En
los países donde se celebra la tradición de los Reyes Magos (entre ellos
España), la cabalgata y la entrega de regalos a los niños parecen ocupar el
puesto de la liturgia. Y, sin embargo, hay espacio para todo: para profundizar en
el significado de la “epifanía” (manifestación) de Jesús y para disfrutar con
las tradiciones populares. Al fin y al cabo, los tres magos (astrólogos o
adivinos) simbolizan a los seres humanos de los tres continentes conocidos en la
antigüedad (Asia, África y Europa) y de las tres edades adultas de la vida
(juventud, madurez y senectud) que reconocen en Jesús a la verdadera estrella
que ilumina nuestras vidas. Su postración
ante él y la entrega del oro, el incienso y la mirra expresan simbólicamente
una fe rendida ante el Misterio de Dios manifestado en el niño de Belén. Los
judíos han servido de mediación histórica, pero son los paganos quienes se abren
a la revelación de Dios, como sucedió en las primeras décadas del cristianismo.
En ellos, todos los pueblos están llamados a la fe. La luz de Jesús tiene un alcance
universal. Nadie queda excluido de su influencia benéfica, aunque es verdad que
“la luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no lo recibió” (Jn 1,3).
Hoy nos dejamos
deslumbrar por las “estrellas” del espectáculo y del deporte. Me llama la atención
que se utilice este símbolo cósmico y bíblico para ensalzar a personajes como Julia Roberts,
Brad Pitt, Leonel Messi o Rosalía. Ellos y ellas son las estrellas del firmamento de la
fama. De hecho, en Hollywood está el famoso Paseo
de la Fama en el que hay colocadas más de dos mil estrellas de cinco
puntas con los nombres de famosos del cine, la televisión y el mundo del
espectáculo en general. Los seres
humanos necesitamos que alguien nos ilumine el camino, ansiamos “adorar” a aquellos
en quienes vemos realizados nuestros sueños imposibles de correr deprisa,
cantar bien o interpretar un personaje de ficción. El mensaje que el
evangelista Mateo nos transmite con el célebre relato de los magos de Oriente
que se dirigen a Belén es muy claro: la verdadera estrella “que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9) es Jesús. Él es, por decirlo
con palabras del último libro del Nuevo Testamento, “la estrella radiante de la mañana” (cf. Ap 22,16). Si nos dejamos
iluminar por él, no necesitaremos dejarnos deslumbrar por otras estrellas. Lo
expresa bellamente el himno litúrgico de este día tomando prestados unos versos
de Lope de Vega: “Reyes que venís por
ellas, / no busquéis estrellas ya, / porque donde el sol está / no tienen luz
las estrellas”.
Hay un versículo
en el relato de Mateo que no conviene pasar por alto: “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2,10). Jesús
es –como expresa la hermosa cantata de Bach interpretada en el vídeo adjunto– “la
alegría de los hombres”. Él no solo ilumina
las tinieblas de nuestra vida, sino que pone alegría en medio de nuestra “infinita
tristeza”, por usar una expresión del papa Francisco en la exhortación Evangelii gaudium. Ambas expresiones
(luz y alegría) van unidas. Como los magos del evangelio de Mateo, solo cuando
vemos la estrella de Jesús, cuando reconocemos en él a la luz que ilumina nuestra
vida, podemos experimentar la verdadera alegría, esa que nadie nos podrá quitar
(cf. Jn 16,23). Me parece que la alegría inocente e inmensa que experimentan
los niños cuando se despiertan la mañana de Reyes y ven los regalos que los
magos de Oriente les han dejado junto a sus zapatos es una hermosa expresión
de esta alegría profunda que viene de Dios. Verlos a ellos con la cara llena de
admiración nos recuerda que el reino de los cielos pertenece a quienes
conservan su capacidad de sorpresa y de sencillez. Dios se manifiesta
(epifanía) a los que con una fe infinita colocan cada noche sus viejos zapatos de cansancio y escepticismo a la puerta de su corazón con la esperanza de que Dios los rellene con su
gracia.
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