domingo, 9 de diciembre de 2018

Siete personajes más un periférico

El tiempo vuela. Ya hemos llegado al segundo Domingo de Adviento y parece que fue ayer cuando empezó esta etapa preparatoria de la Navidad. En el evangelio de hoy, Lucas nos da las coordenadas de la historia romana y judía para situar el comienzo de la vida pública de Jesús y, por tanto, su aparición en el tiempo. La intención es clara. Jesús no es un mito intemporal que cada época actualiza según sus gustos, sino una persona de carne y hueso que ha pisado un rincón de nuestro planeta (la franja de Palestina, en el cruce entre tres continentes) y ha vivido en un tiempo (el primer tercio del siglo I, según los cálculos que hacemos precisamente a partir de su nacimiento). Para que no haya dudas enumera a siete (¡número perfecto!) personajes del tiempo de Jesús: el emperador romano Tiberio (1); el gobernador de Judea, Poncio Pilato (2);  el tetrarca de Galilea, Herodes (3); el tetrarca de Iturea y Traconítide, su hermano Felipe (4); el tetrarca de Abilene, Lisanio (5); el sumo sacerdote emérito, Anás (6); y el sumo sacerdote en ejercicio, Caifás (7). No se me ocurre llamarlos los “siete magníficos” porque la mayoría de ellos fueron un poco sinvergüenzas. Pero Lucas, en un sano ejercicio de “memoria histórica”, no condena sus nombres al ostracismo. Los rescata para la historia. Las cosas son como son, aunque no siempre nos gusten. Jesús empezó su predicación cuando estos tipos jugaban a ser alguien, una especie de G-7 de la antigüedad.

A estos siete, que representan el anclaje en la historia, Lucas añade un octavo personaje. No ocupa cargos importantes ni vive en Jerusalén, en Roma, o en alguna otra ciudad notable de aquel tiempo. Es Juan, el hijo de Zacarías. Vive en el desierto y cultiva la espiritualidad del desierto. Es, por decirlo con una expresión de hoy, un periférico, alguien que no se mueve en los círculos centrales del poder. Su invitación a la conversión encuentra fundamento en un texto del profeta Isaías que Lucas reporta con más extensión que otros evangelistas: “Voz que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, / allanad sus senderos; / los valles serán rellenados, / los montes y colinas serán rebajador; / lo torcido será enderezado, / lo escabroso será camino llano. / Y toda carne verá la salvación de Dios”. A nosotros nos toca poner en práctica los dos imperativos: preparar el camino del Señor y allanar sus senderos. Pero la verdadera obra de transformación la va a hacer él. Los verbos pasivos encadenados (serán rellenados, serán rebajados, será enderezado) indican que el verdadero sujeto de la frase es Dios mismo. A él le corresponde nivelar una realidad abruptamente desnivelada. Juan es un luchador, pero es, ante todo, un hombre que confía en la acción de Dios. Por eso, cuando la ve manifestada en Jesús, se rinde con profunda fe y admiración.

¿Cómo creer que Jesús sigue actuando hoy en nuestro mundo, que él sigue rellenado, rebajando y enderezando las cosas? En la entrada de ayer aludía al impacto que me produjeron algunas películas que vi en el vuelo de Roma a Singapur. La realidad es aún más cruel que lo que aparece en las imágenes. No da la impresión de que la acción de Jesús sea muy eficaz. Por eso, como sucedió en su tiempo, hay muchas personas que se han cansado de él. Ya no esperan cambios significativos de un hombre al que consideran demasiado idealista y blando como para afrontar el mal de nuestro mundo. Algunos han preferido empuñar las armas (las guerrillas revolucionarias siempre están en activo) y otros han optado por caminos más eficaces y pacíficos como la investigación científica, la estrategia política, o la influencia social a través de los medios de comunicación. ¿Cuántos siguen creyendo en la eficacia callada de Jesús? Según el último Sociómetro vasco, publicado hace unos días, solo el 23% de la población vasca confía en la Iglesia católica, frente al 51% de 1999. Se trata de un botón de muestra. Es verdad que el estudio no pregunta explícitamente por Jesús, pero la confianza en su comunidad es un indicador significativo, aunque no único, pues muchos siguen apuntándose a aquello de “Jesús sí – Iglesia no”. Creer hoy pasa por confiar en que Dios sigue actuando en nuestro mundo, aun cuando los signos de su acción no siempre nos resulten perceptibles. Quizás porque no acabamos de preparar el camino. Juan, el periférico del desierto, nos invita a ello en este tiempo de Adviento.


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