Viajando de Roma a Madrid, leí un artículo de “El País” titulado “España es el tercer país con un mayor abandono del cristianismo en Europa”, solo por detrás de Noruega y
Bélgica. Esta es una de las conclusiones de una macroencuesta llevada a cabo
por el centro de estudios Pew Research Center en 34 países europeos. Del 92% de españoles educados como
cristianos, solo un 66% se siguen considerando como tales. Esto significa que
unos 12 millones de españoles han abandonado la fe en la que fueron educados.
Esta tendencia se da, aunque en menor proporción, en otros países de la Europa
occidental. En la Europa del Este, por el contrario, aumenta el número de
cristianos que no fueron educados como tales en su infancia. Para algunos
sociólogos, la explicación de este fenómeno obedece a la dinámica “imposición”
(en el caso de la España franquista) o “prohibición” (en el caso de los países
que estuvieron dominados por el comunismo). Cuando algo se impone, la reacción
natural es defenderse de ello. Cuando algo se prohíbe, uno tiende a buscarlo.
Es probable que algo de esto haya sucedido, pero no basta para explicar el
fenómeno de la deserción. De hecho, los que menos creen en España son los
menores de 40 años; es decir, los que nacieron y crecieron en la etapa
democrática y no sufrieron las “imposiciones” del régimen franquista. El
fenómeno de la fe o de la increencia no se explica por un solo factor, sino por
muchos. El más importante –la libertad personal– es irreductible a explicaciones
sociológicas.
Más allá de las
encuestas, es evidente que muchos bautizados en la infancia abandonan la
práctica religiosa al llegar a la adolescencia y juventud y bastantes acaban
desenganchándose de la fe. De entre las diversas explicaciones plausibles
(contradicción entre fe y razón, escándalos eclesiales, etc.), creo que la más
radical es que, en la mayoría de los casos, no hubo una experiencia de
conversión a Jesús y su Evangelio, sino solo una costumbre social o una
tradición familiar más o menos asumida. Faltó una verdadera iniciación en la
experiencia de fe, un auténtico catecumenado como el que se sigue en otros
países donde el cristianismo es minoritario. Es claro que este modelo no puede
perdurar mucho tiempo. La fe, o es la respuesta personal al encuentro con
Cristo, o no es nada. Se diluye a las primeras de cambio. ¿Cómo puede uno
abandonar su confianza en Jesús por el mero hecho de que un cura le haya
tratado mal o por estar en desacuerdo con una norma de la Iglesia? No hay
proporción. Siempre me ha parecido una reacción infantil la de algunos
cristianos que, por desavenencias con su párroco o por cuestiones menores, dicen: “Pues ya no piso la iglesia”. Quien
así actúa está demostrando que su fe es muy epidérmica, demasiado dependiente
de factores externos y no fruto de una honda convicción personal. Todo esto
constituye un enorme desafío para la nueva evangelización.
Como misionero,
no permanezco indiferente ante este hecho. No me preocupan demasiado los
porcentajes de creyentes. No hay ninguna encuesta que pueda “medir” la fe. Lo
que realmente me inquieta es las dificultades que tenemos los cristianos para
compartir nuestra experiencia de una forma razonable, empática y atractiva.
Estoy convencido de que Jesús posee la energía suficiente para llegar al
corazón de cualquier ser humano. Tengo la impresión de que a menudo no creemos
en esto. Me parece imprescindible ayudar a las personas a encontrarse con Jesús
y no tanto a adecuarse a las prescripciones de la Iglesia. Sé que no hay
experiencia de encuentro real con Jesús prescindiendo de su comunidad, pero, al
mismo tiempo, creo que cuando la comunidad (la Iglesia) es demasiado
impositiva, demasiado compacta, demasiado clerical, constituye más un obstáculo
que una mediación. Hasta que cada cristiano –no solo los sacerdotes– tome
conciencia de que es un evangelizador a través de su testimonio y de su
palabra, será difícil producir un cambio significativo. Por eso, es necesario
invertir tiempo, energías y recursos, en la buena formación de los bautizados.
No basta fiarlo todo al ambiente familiar y mucho menos a la tradición
cultural. Es preciso imaginar nuevos procesos de iniciación cristiana que
ayuden a los creyentes a fundamentar su fe y a capacitarlos para vivirla en un
contexto pluralista como el nuestro. Aunque hay iniciativas loables, todavía
tenemos que cambiar muchas cosas y poner más entusiasmo. Una vez más, la crisis
tiene que convertirse en una oportunidad, no en un motivo de descorazonamiento
y abandono.
Te felicito Gonzalo, has dicho lo correcto, me gustaría que bebáis un poco de la experiencia de América Latina, que a pesar de todo, se vive la fe con verdadero convencimiento y relativismo Racional.....
ResponderEliminarDuros los resultados de la encuesta, a mí que trabajo con niños y jóvenes, me ha hecho pensar... M hacen pensar cada día las respuestas de los jóvenes ante su fe, siento la enorme dificultad de ponerles en situación de poder encontrarse con Jesús y sin eso...no hay fe, no hay cristianos, no hay nada.
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