El tiempo vuela. Ya hemos llegado al segundo
Domingo de Adviento y parece que fue ayer cuando empezó esta etapa preparatoria de la Navidad. En el evangelio de hoy, Lucas nos da las
coordenadas de la historia romana y judía para situar el comienzo de la vida pública
de Jesús y, por tanto, su aparición en el tiempo. La intención es clara. Jesús
no es un mito intemporal que cada época actualiza según sus gustos, sino una
persona de carne y hueso que ha pisado un rincón de nuestro planeta (la franja
de Palestina, en el cruce entre tres continentes) y ha vivido en un tiempo (el
primer tercio del siglo I, según los cálculos que hacemos precisamente a partir
de su nacimiento). Para que no haya dudas enumera a siete (¡número perfecto!)
personajes del tiempo de Jesús: el emperador romano Tiberio (1); el gobernador
de Judea, Poncio Pilato (2); el tetrarca
de Galilea, Herodes (3); el tetrarca de Iturea y Traconítide, su hermano Felipe
(4); el tetrarca de Abilene, Lisanio (5); el sumo sacerdote emérito, Anás (6);
y el sumo sacerdote en ejercicio, Caifás (7). No se me ocurre llamarlos los “siete
magníficos” porque la mayoría de ellos fueron un poco sinvergüenzas. Pero
Lucas, en un sano ejercicio de “memoria histórica”, no condena sus nombres al
ostracismo. Los rescata para la historia. Las cosas son como son, aunque no siempre nos gusten. Jesús empezó su predicación cuando estos
tipos jugaban a ser alguien, una especie de G-7 de la antigüedad.
A estos siete,
que representan el anclaje en la historia, Lucas añade un octavo personaje. No
ocupa cargos importantes ni vive en Jerusalén, en Roma, o en alguna otra
ciudad notable de aquel tiempo. Es Juan, el hijo de Zacarías. Vive en el
desierto y cultiva la espiritualidad del desierto. Es, por decirlo con una
expresión de hoy, un periférico,
alguien que no se mueve en los círculos centrales del poder. Su invitación a la
conversión encuentra fundamento en un texto del profeta Isaías que Lucas
reporta con más extensión que otros evangelistas: “Voz que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, / allanad
sus senderos; / los valles serán rellenados, / los montes y colinas serán
rebajador; / lo torcido será enderezado, / lo escabroso será camino llano. / Y
toda carne verá la salvación de Dios”. A nosotros nos toca poner en práctica
los dos imperativos: preparar el camino del Señor y allanar sus senderos. Pero
la verdadera obra de transformación la va a hacer él. Los verbos pasivos
encadenados (serán rellenados, serán
rebajados, será enderezado) indican que el verdadero sujeto de la frase es
Dios mismo. A él le corresponde nivelar una realidad abruptamente desnivelada.
Juan es un luchador, pero es, ante todo, un hombre que confía en la acción de
Dios. Por eso, cuando la ve manifestada en Jesús, se rinde con profunda fe y
admiración.
¿Cómo creer que Jesús
sigue actuando hoy en nuestro mundo, que él sigue rellenado, rebajando y enderezando las cosas? En la entrada de ayer
aludía al impacto que me produjeron algunas películas que vi en el vuelo de
Roma a Singapur. La realidad es aún más cruel que lo que aparece en las imágenes.
No da la impresión de que la acción de Jesús sea muy eficaz. Por eso, como sucedió en su
tiempo, hay muchas personas que se han cansado de él. Ya no esperan cambios
significativos de un hombre al que consideran demasiado idealista y blando
como para afrontar el mal de nuestro mundo. Algunos han preferido empuñar las
armas (las guerrillas revolucionarias siempre están en activo) y otros han
optado por caminos más eficaces y pacíficos como
la investigación científica, la estrategia política, o la influencia social a
través de los medios de comunicación. ¿Cuántos siguen creyendo en la eficacia callada de Jesús? Según el último Sociómetro
vasco, publicado hace unos días, solo el 23% de la población vasca confía
en la Iglesia católica, frente al 51% de 1999. Se trata de un botón de muestra. Es verdad que el estudio no
pregunta explícitamente por Jesús, pero la confianza en su comunidad es un indicador
significativo, aunque no único, pues muchos siguen apuntándose a aquello de “Jesús
sí – Iglesia no”. Creer hoy pasa por confiar en que Dios sigue actuando en
nuestro mundo, aun cuando los signos de su acción no siempre nos resulten
perceptibles. Quizás porque no acabamos de preparar el camino. Juan, el periférico del desierto, nos invita a
ello en este tiempo de Adviento.
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