Sí, he comenzado
mis vacaciones. Antes de salir de Roma, varios me han dicho: “Espero que
desconectes”. Es un deseo muy en línea con la sociedad de la comunicación en la
que vivimos. Nos pasamos la vida conectándonos y desconectándonos. Son los
verbos de moda. Algunos catalanes (no tantos como se suele creer) quieren “desconectarse”
del resto de España. Lo dicen así, con fina modernidad, porque eso de la “secesión”
suena a lenguaje prehistórico. Muchas agencias turísticas venden “paquetes
vacacionales” que aseguran la desconexión total en una isla del Caribe o
mismamente en La Gomera. En una de las librerías del aeropuerto de Barajas acabo
de ver el último número de la revista Muy
interesante que trata sobre el tema con un título muy veraniego: “Cerrado
por vacaciones. Claves para conseguir la desconexión total”. Incluso
hay algunos retiros espirituales que se anuncian con estos códigos: “Desconecta de todo lo que te preocupa. Conéctate
con Dios”. Estoy seguro de que cuando llegue a mi lugar de destino, más de
uno, con el móvil en la mano, me dirá: “Ya
ves, aquí estoy, desconectando un poco”. Por supuesto que durante estos días
veré en alguna iglesia el típico cartelito que dice: “Para hablar von Dios no necesitas el móvil. Desconéctalo”.
Es tanta la
insistencia, que no tengo más remedio que preguntarme si de veras quiero
desconectarme y de qué. De Dios ni puedo ni quiero. Más aún: espero dedicar más
tiempo durante estos días a una conexión afectiva sin prisas. De la gente,
tampoco quiero. Somos personas de conexión. Más aún: espero reforzar algunas
conexiones que han estado un poco intermitentes durante el año. ¿De mí mismo? ¡Faltaría
más! Lo que quiero es mantener una conexión permanente que me ayude a ganar
conciencia y lucidez. Entonces, ¿de qué habría de desconectarme? Tal vez las personas
que me quieren bien y me aconsejan esta desconexión se refieren, sobre todo, a
ciertos compromisos laborales que resultan un poco cargantes. O tal vez aluden
a ciertas rutinas romanas que pueden hacer algo monótona la vida. O puede que
se refieran redondamente a que me desconecte de internet y me dedique a navegar
por otros mares que no sean digitales. Estas últimas desconexiones me convencen
más. Dejar las tareas habituales por un tiempo es saludable. Un cierto nivel de
saturación bloquea la creatividad. Desconectarme de internet no me cuesta lo
más mínimo, pero me temo que no podrá ser una desconexión completa, aunque solo
sea porque tengo que colgar mi post
diario en este rincón.
En fin, que esto
de la conexión-desconexión tiene su intríngulis. De lo que sí quiero desconectarme,
hasta donde sea posible, es del ambiente tóxico que se respira en los medios de
comunicación. Estoy harto de Donald Trump, del interminable y sangriento conflicto
venezolano, del famoso procés català, de los innumerables casos de corrupción, de las maniobras del ISIS, del fichaje de Neymar por el PSG, de las vacaciones de Cristiano Ronaldo, del cansino Brexit,
de la alcaldesa romana Raggi y de
otras muchas cosas. Me prometo no prestarles atención durante todo el tiempo
posible. Sí, ya sé que puede resultar una frivolidad no conectar con asuntos de
tamaña envergadura, en los que se juegan muchos valores e intereses, pero uno
tiene también su umbral de resistencia. Y yo, francamente, lo he sobrepasado
hace tiempo. Espero volver sobre estos asuntos dentro de unas semanas con un
poco más de serenidad y lucidez. Mientras tanto, vamos a desconectar un poco,
jajajaja.
Ya he vuelto de vacas... con nostalgia pero feliz de leeros a todos. Un abrazo
ResponderEliminar