Los dos últimos
días no he tenido tiempo de asomarme a este Rincón.
Me han faltado horas para atender los muchos frentes abiertos. He tenido que
aguardar la quietud del avión para volver a escribir. Son las 15:30 de la
tarde. Sobrevuelo el inmenso desierto del Sahara a bordo de un Boeing de Air France. Hemos salido de París con una hora de retraso por culpa
de la formidable tormenta que caía sobre la ciudad. La cúpula acristalada de la zona K del
aeropuerto chorreaba ríos de agua. Llegaremos a Libreville más tarde de lo
previsto. No importa. Vuelvo a la capital e Gabón un año después de mi anterior
visita. Espero no repetir la desagradable experiencia que tuve el año pasado en
el aeropuerto. No me gusta lidiar con la policía porque, en principio, siempre llevo
las de perder. Antes de comer he visto la película-documental The Beatles. Me apetecía volver a recordar, una vez más, la trayectoria del
cuarteto de Liverpool. John Lennon explica el sentido de su controvertida frase
sobre Jesucristo. No era una comparación axiológica sino solo una constatación
sociológica: para muchos jóvenes, ellos, los melenudos de Liverpool, eran más
conocidos que el melenudo de Nazaret. Suenan las canciones de siempre. Esta vez
me han sorprendido dos: A Hard Day’s Night y Help.
La segunda es pura autobiografía: un grito de socorro en medio de la avalancha
mediática. Después de comer, venciendo la somnolencia, he visto Moonlight.
Y ahora tecleo estas notas. El ambiente está tranquilo. Muchos pasajeros siguen
durmiendo. La tripulación es amable. Han desaparecido las turbulencias. Quedan
más de dos horas para llegar al destino.
Vuelvo a África
un mes después de haber estado en Guinea Ecuatorial. Si Dios quiere, volveré
otra vez en noviembre. Será el turno de Nairobi. Este año el continente negro
tiene prioridad. Dejo atrás la calurosa Roma y me sumerjo en otro calor, más
humano que físico. Por el camino recuerdo algo de lo vivido en los últimos
días. Me ha sorprendido el número de visitas que ha recibido la página web sobre los mártires que lanzamos el
martes. Las historias en las que la vida y la muerte entran en juego nunca nos
dejan indiferentes. Me ha sorprendido también una carta que llevaba esperando
casi dos años. ¡Por fin llegó! Todos tenemos derecho a tener crisis y a
batallar con ellas. Y me ha sorprendido ver a las 4:30 de la mañana –mientras
viajaba al aeropuerto para tomar el primer vuelo hacia París– una marea de
jóvenes haciendo una fiesta al aire libre entre el estadio Olímpico y el
palacio de la Farnesina. Lo primero
que me ha venido a la mente ha sido el contraste entre mi ritmo y el suyo.
Mientras yo comenzaba la jornada tempranísimo, ellos se dirigían a sus pequeños
Smart o a sus motos, tras horas de
música y alcohol (me temo que también otras drogas), para regresar a casa y
dormir como marmotas durante toda la mañana. Estos vigías de la noche parecían
felices. Se despedían entre ellos con besos y abrazos efusivos. En algunos chicos
eran evidentes los síntomas de una suave borrachera.
Desde el avión
solo veo una mancha inmensa de arena. Me viene a la mente la figura de Charles de Foucauld (1858-1916), que pasó varios
años en Tamamrasset y murió allí. Pablo d’Ors, a quien en varias ocasiones he
citado en este Rincón, escribió hace
años una novela –El olvido de sí– que describe magistralmente la trayectoria
espiritual de este converso francés. Me pregunto quiénes y cómo son los
conversos de hoy, qué les lleva a cambiar de vida, por qué Jesús sigue alterando
las vidas de algunas personas. Mientras disminuye el número de bautismos
infantiles, cada año crece el número de bautismos de adultos en la laica
Francia. ¿Qué nos tiene que pasar en la vida para que abramos los ojos y caigamos
en la cuenta de dónde está el Norte? Ayer leí que la CUP catalana quiere que la
catedral de Barcelona se convierta en una escuela de música. Suena a propuesta
atrevida, rompedora. Más allá del ruido mediático y del oportunismo político,
¿qué indican propuestas como éstas? ¿Estamos regresando al clima rupturista de
los años 30? ¿Hemos aprendido algo de la historia o cada generación está
condenada a repetir siempre los mismos errores?
Se ve que el
desierto del Sahara, aunque sea a 10 kilómetros de altura, produce efectos
alucinógenos. Me cuesta enhebrar un discurso seguido. El ordenador no está muy
acostumbrado a trabajar a esta altura, rodeado de gente que dormita o conversa
y con el ruido continuo de los motores del avión. Mañana será otro día.
Muchas gracias Gonzalo, por volver al "Rincon"... Buen viaje y buen trabajo en Africa... Te acompaño con la oración... Un abrazo
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