Acaban de publicar en la
página web del Centro de Espiritualidad
Claretiana de Vic un artículo que escribí el pasado mes de marzo en el que
cuento mi experiencia de relación con san Antonio María Claret. Se titula Todo empezó con un libro. En realidad,
se trata de un testimonio. Cuento cómo descubrí al santo catalán y cómo fue
evolucionando mi relación con él. Estas cosas pasan sin que uno sepa muy bien
por qué. A veces, un hecho que parece accidental, puede cambiar el rumbo de la
vida. Necesitamos que pase mucho tiempo para comprender su trascendencia. Alguna vez me han preguntado si volvería a ser misionero en caso de volver a nacer. Es la típica pregunta de una entrevista televisiva o radiofónica. Yo suelo decir que sí, pero
sin saber muy bien lo que quiero decir. Contemplando la vida en su conjunto, no
tengo la impresión de haber elegido muchas cosas. En cierto sentido, las cosas
me han venido dadas. Se me han abierto puertas que yo jamás hubiera imaginado.
No soy de esas personas que tienen un sueño en la vida y lo persiguen hasta el
final, caiga quien caiga. Soy más de aquellos que se dejan llevar por el flujo de la vida,
convencido de que Dios nos va conduciendo con su mano amigable sin que nosotros
tengamos que rompernos la cabeza para tomar opciones radicales. Todo es más sencillo de lo que parece.
Cuando era adolescente se
nos repetía mucho la necesidad de hacer una elección, de optar entre diversas posibilidades,
de tomar las riendas de la vida. Era un lenguaje muy existencialista que nos
hacía sentir importantes. Se nos decía, con una base filosófica sólida, que los
seres humanos somos libres, que las cosas no nos vienen dadas, que debemos
elegir. Todavía resuena la paradójica frase de Jean Paul Sartre: “El hombre está condenado a ser libre”. Hoy,
al borde de los 60 años, me parece verdadera, pero no más que esta otra: “Él nos eligió en Cristo antes de la
creación del mundo” (Ef 1,4). La historia de cada uno de nosotros es un
misterioso diálogo entre la gracia de Dios y nuestra libertad. Cuando era
profesor de teología, dediqué mucho tiempo a reflexionar sobre este tema que ha
recorrido la historia. ¡Hasta me atrevía a usar La Vía Láctea (1969) de Luis Buñuel como una película que presenta el tema de
manera muy provocativa!
No soy muy amigo de
recuerdos, álbumes de fotos, memorias, etc. El presente es lo bastante rico y
desafiante como para no vivir de la nostalgia. Pero, al mismo tiempo, reconozco
que nunca sabemos quiénes somos si no conocemos nuestro pasado. Al fin y al
cabo, no hay frutos sin raíces. El articulito en el que cuento mi experiencia
de relación con Claret es, en el fondo, un acercamiento a mis raíces. Yo no
sería quien soy sin haberme encontrado con este santo misionero. O, mejor
dicho, sin que Dios lo hubiera puesto en mi camino en un momento en el que yo
tenía otros intereses. ¿Es lo mejor que podría haber hecho en la vida? La pregunta
no tiene mucho sentido. Toda elección significa renunciar a otras muchas cosas.
Lo que importa es que, elijamos lo que elijamos, seamos capaces de abrirnos al
todo desde una parte. Al todo de la experiencia de Dios se puede entrar por
muchas puertas. La mía se llama Claret, pero existen infinitas. El punto de
llegada es siempre el mismo. Es maravilloso comprobar lo diferentes que somos los seres humanos. No hay dos caminos iguales. Como decía León Felipe, para cada uno guarda un camino virgen... Dios.
Mientras tecleo estas
notas, escucho de fondo algunas viejas canciones de Antonio Flores. Ahora mismo
suena “Siete vidas”. Es una preciosa canción erótica. Me permito tomar su
estribillo y aplicarlo a mi caso: “Tranquila
mi vida / He roto con el pasado / Mil caricias pa’ decirte / Que siete vidas
tiene un gato / Seis vidas ya he quemado / Y esta última la quiero vivir a tu
lado”. Yo no sé si he vivido seis vidas o siete. Pero no he roto con el
pasado. El pasado está rehaciéndose una y otra vez. Lo que sí es cierto es que “esta última la quiero vivir a tu lado”. Junto
a Dios, no hay nada que temer. Las cosas no van a salir siempre bien. Él nunca
ha prometido eso a sus hijos e hijas. Pero, pase lo que pase, nuestra historia
no se le escapa de las manos. ¿Se necesita alguna otra razón más poderosa para
vivir con serenidad? A Antonio Flores lo ha sustituido Bob Dylan en el
recopilatorio de canciones nostálgicas que tengo en el ordenador. Suena ahora Blowing in the Wind, uno de mis himnos.
Por si hubiera alguna duda, el cantante americano la aclara: “The answer, my friend, is blowing in the wind”.
Pues eso.
Gracias padre por compatir su experiencis devida
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