jueves, 13 de julio de 2017

Problemas, problemitas y problemones

Estoy de nuevo en Libreville, la capital de Gabón. Este país africano, con sus enormes selvas tropicales, es uno de los grandes “pulmones verdes” del planeta. Viajando en avión de hélice se contempla la masa interminable de vegetación y los meandros de algunos ríos caudalosos. Los días pasados en Franceville, Akieni y Okondja han estado llenos de encuentros. Pero hay algunos que han dejado una huella especial. El domingo por la tarde visité varios poblados de la zona de Okondja. Vi de cerca cómo vive la gente pobre. Vi sus cabañas de madera cubiertas con planchas de cinc, sus pequeñas plantaciones de mandioca y plátano, sus capillitas elementales. En medio de ese ambiente sencillo, me impresionó una anciana ciega cuyo nombre ignoro. En su situación, es probable que otras personas estuvieran desesperadas. Ella mostraba una serenidad y una alegría inexplicables. No me gusta poner fotos personales en este Rincón. Y menos de personas conocidas. Tampoco prodigo las fotos en Facebook. Me parece una exhibición innecesaria, aunque respeto a quienes les gusta retransmitir su vida por las redes sociales. Hoy, sin embargo, voy a hacer una excepción. Voy a poner la foto que un compañero tomó con mi móvil a petición mía. En ella aparecemos la anciana ciega, algunos niños correteando con expresiones de asombro ante un hombre blanco y yo mismo. Tomé la mano derecha de la anciana. La apreté suavemente. Yo no podía hablar en su lengua. Ella no hablaba ni entendía francés. A través de ese gesto sencillo quise transmitirle toda mi cercanía. Ella acababa de recibir la comunión. Era su gran deseo. No esperaba ni vestidos nuevos ni siquiera comida. Esperaba a Jesús. Y Jesús se quedó con ella.

Agarrado a su mano débil, sin que me diera tiempo a reaccionar, sentí que a menudo estamos viviendo en un mundo falso. Las personas que tienen a su alcance casi todo para ser felices se inventan problemas. Situaciones normales (como engordar un par de kilos, escuchar un comentario crítico, no disponer de internet o recortar algún día las vacaciones) se convierten en grandes problemas. Tanto en las familias como en las comunidades religiosas podemos quedar atrapados por minucias que complican la vida innecesariamente. Los problemitas se convierten en problemones que ponen en marcha dinámicas destructivas y absurdas. De poco sirven los consejos psicológicos. No hay mejor terapia que afrontar problemas de verdad, vivir situaciones en las que uno se juega la vida y la muerte. Cuando uno está cerca de personas que apenas tienen lo imprescindible para la subsistencia y, a pesar de ello, no se desesperan, no engrosan las filas de los ricos depresivos, entonces comprende hasta qué punto la mayor parte de nuestros problemas cotidianos son solo problemitas de gente satisfecha. La vida cómoda nos vuelve débiles y susceptibles.

La mano arrugada de la anciana, la expresión neutra de los ojos provocada por la ceguera, su voz apagada pero firme, su saber estar, me sacaron un poco de mis casillas. Es imposible volver a casa como si no existieran personas como ella, como si uno pudiera vivir ignorando que millones de seres humanos viven en condiciones miserables. La tentación inmediata de muchos misioneros y voluntarios es la de proveerles de lo que está al alcance de su mano: pozos de agua, casitas de cemento, placas solares, etc. Son signos eficaces de solidaridad, pero me parece que lo que más valoran estas personas no es la irrupción de miembros de una ONG con un proyecto bajo el brazo, sino el acompañamiento diario, cercano, de personas que han decidido caminar junto a ellas, que han entregado sus vidas para que ellas puedan ir haciendo su propio camino. Cuando veo a mis hermanos visitando estos poblados de manera regular, entrando en las cabañas de la gente, hablando con ellos en la lengua local, llamando a las personas por su nombre, comprendo que merece la pena. Estas historias no tienen la espectacularidad de un proyecto de traída de agua, no hay placas de ONGs ni logos. Todo se desarrolla en el anonimato. Pero me parece que es así como Jesús saldría al encuentro de la anciana ciega y de todos sus paisanos de poblado. No hay mayor revolución que la de la ternura. Sus efectos son profundos, transformadores y duraderos.


1 comentario:

  1. ¡Gracias, Gonzalo! Como tantas veces, tus palabras encuentran en mí un eco profundo y me ayudan a verbalizar lo que quiero que sean actitudes de vida.

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