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jueves, 6 de julio de 2017

Pensamientos saharianos

Los dos últimos días no he tenido tiempo de asomarme a este Rincón. Me han faltado horas para atender los muchos frentes abiertos. He tenido que aguardar la quietud del avión para volver a escribir. Son las 15:30 de la tarde. Sobrevuelo el inmenso desierto del Sahara a bordo de un Boeing de Air France. Hemos salido de París con una hora de retraso por culpa de la formidable tormenta que caía sobre la ciudad. La cúpula acristalada de la zona K del aeropuerto chorreaba ríos de agua. Llegaremos a Libreville más tarde de lo previsto. No importa. Vuelvo a la capital e Gabón un año después de mi anterior visita. Espero no repetir la desagradable experiencia que tuve el año pasado en el aeropuerto. No me gusta lidiar con la policía porque, en principio, siempre llevo las de perder. Antes de comer he visto la película-documental The Beatles. Me apetecía volver a recordar, una vez más, la trayectoria del cuarteto de Liverpool. John Lennon explica el sentido de su controvertida frase sobre Jesucristo. No era una comparación axiológica sino solo una constatación sociológica: para muchos jóvenes, ellos, los melenudos de Liverpool, eran más conocidos que el melenudo de Nazaret. Suenan las canciones de siempre. Esta vez me han sorprendido dos: A Hard Day’s Night y Help. La segunda es pura autobiografía: un grito de socorro en medio de la avalancha mediática. Después de comer, venciendo la somnolencia, he visto Moonlight. Y ahora tecleo estas notas. El ambiente está tranquilo. Muchos pasajeros siguen durmiendo. La tripulación es amable. Han desaparecido las turbulencias. Quedan más de dos horas para llegar al destino.

Vuelvo a África un mes después de haber estado en Guinea Ecuatorial. Si Dios quiere, volveré otra vez en noviembre. Será el turno de Nairobi. Este año el continente negro tiene prioridad. Dejo atrás la calurosa Roma y me sumerjo en otro calor, más humano que físico. Por el camino recuerdo algo de lo vivido en los últimos días. Me ha sorprendido el número de visitas que ha recibido la página web sobre los mártires que lanzamos el martes. Las historias en las que la vida y la muerte entran en juego nunca nos dejan indiferentes. Me ha sorprendido también una carta que llevaba esperando casi dos años. ¡Por fin llegó! Todos tenemos derecho a tener crisis y a batallar con ellas. Y me ha sorprendido ver a las 4:30 de la mañana –mientras viajaba al aeropuerto para tomar el primer vuelo hacia París– una marea de jóvenes haciendo una fiesta al aire libre entre el estadio Olímpico y el palacio de la Farnesina. Lo primero que me ha venido a la mente ha sido el contraste entre mi ritmo y el suyo. Mientras yo comenzaba la jornada tempranísimo, ellos se dirigían a sus pequeños Smart o a sus motos, tras horas de música y alcohol (me temo que también otras drogas), para regresar a casa y dormir como marmotas durante toda la mañana. Estos vigías de la noche parecían felices. Se despedían entre ellos con besos y abrazos efusivos. En algunos chicos eran evidentes los síntomas de una suave borrachera.

Desde el avión solo veo una mancha inmensa de arena. Me viene a la mente la figura de Charles de Foucauld (1858-1916), que pasó varios años en Tamamrasset y murió allí. Pablo d’Ors, a quien en varias ocasiones he citado en este Rincón, escribió hace años una novela –El olvido de sí– que describe magistralmente la trayectoria espiritual de este converso francés. Me pregunto quiénes y cómo son los conversos de hoy, qué les lleva a cambiar de vida, por qué Jesús sigue alterando las vidas de algunas personas. Mientras disminuye el número de bautismos infantiles, cada año crece el número de bautismos de adultos en la laica Francia. ¿Qué nos tiene que pasar en la vida para que abramos los ojos y caigamos en la cuenta de dónde está el Norte? Ayer leí que la CUP catalana quiere que la catedral de Barcelona se convierta en una escuela de música. Suena a propuesta atrevida, rompedora. Más allá del ruido mediático y del oportunismo político, ¿qué indican propuestas como éstas? ¿Estamos regresando al clima rupturista de los años 30? ¿Hemos aprendido algo de la historia o cada generación está condenada a repetir siempre los mismos errores?

Se ve que el desierto del Sahara, aunque sea a 10 kilómetros de altura, produce efectos alucinógenos. Me cuesta enhebrar un discurso seguido. El ordenador no está muy acostumbrado a trabajar a esta altura, rodeado de gente que dormita o conversa y con el ruido continuo de los motores del avión. Mañana será otro día. 

1 comentario:

  1. Muchas gracias Gonzalo, por volver al "Rincon"... Buen viaje y buen trabajo en Africa... Te acompaño con la oración... Un abrazo

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