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lunes, 10 de julio de 2017

Pensamientos dominicales

Acabo de presidir la misa dominical en francés en la parroquia Christ-Roi de Okondja, una pequeña población en el sur de Gabón. Aquí no hay conexión a internet, así que no podré colgar este post hasta mañana cuando regrese a Franceville. Hoy domingo ni siquiera tenemos corriente eléctrica. La misa ha durado 90 minutos, un tiempo breve tratándose de una misa dominical africana. La homilía, pronunciada en obamba –la lengua local– por uno de mis compañeros gaboneses, ha sido inusualmente corta. No ha llegado a la media hora. En Europa hubiera sido un escándalo; aquí, es casi una falta de cortesía hacer homilías tan cortas. Los cristianos disfrutan de la misa. Es éste un verbo –disfrutar– que nunca se aplica a la liturgia, pero no encuentro otro más apropiado para describir el sentido de misterio, fraternidad y fiesta que se respira. Es increíble ver cantar y bailar a un niño de diez años, a los jóvenes del coro y a unas ancianas de edad incierta, que no han perdido el sentido del ritmo y todavía tienen ganas de alabar al Señor con todo su cuerpo. Los salmos cobran aquí un realismo liberador. No se puede decir: “¡Alabemos al Señor con tambores y cítaras!” y permanecer hierático y serio, como quien asiste a un funeral o a una conferencia sobre los agujeros negros. En África es inconcebible. Si los salmos invitan a danzar, la gente danza; si invitan a aplaudir, la gente aplaude; si invitan a cantar, la gente canta con ganas y buena afinación. No hacen sino ser fieles a la palabra de Dios. Nosotros preferimos ser más fieles a nuestras costumbres domesticadas.

Anoche me fui a la cama derrotado por la contemplación de la luna llena. Era una luna oronda, anaranjada, que añadía más misterio al que ya se respira en medio de la selva. Mientras la miraba un poco aturdido, pensaba en lo que a esa misma hora estarían haciendo mis amigos y conocidos de Europa y América un sábado por la noche. Muchos estarían cenando, tomando algo en los bares, o dando un paseo para disfrutar del frescor de la noche. O tal vez viendo la televisión o navegando por internet. Aquí, en este pueblo de Okondja, no es preciso añadir nada al espectáculo que la misma naturaleza ofrece gratis. Uno se sumerge en un mundo primordial en el que todo parece de primera mano. La luna entre palmeras parecía casi un poster turístico más que una experiencia real. Pero, como nada es perfecto, mis brazos desnudos fueron descortésmente visitados por algunos mosquitos insidiosos. ¡Y eso que los había rociado de un repelente que me vendieron en la farmacia como muy eficaz! Es el asunto que peor llevo cada vez que viajo a un país tropical: el asedio de los insectos. Esto me hace comprender mejor las condiciones en las que nuestros misioneros tienen que vivir todo el año. Aunque –dicho sea de paso– los mosquitos suelen ser más crueles con los extranjeros que con los nativos. Hace años le oí decir a un amigo mío que los mosquitos eran los únicos seres sobrantes en esta hermosa creación, que no comprendía por qué Dios les había dado carta de naturaleza. A mí me sirven para crecer en paciencia. Los detesto como profesores, pero reconozco que ponen a prueba mi capacidad de aguante mejor que cualquier otro método ascético.

Veo a la gente de Gabón frustrada. Parece claro que las elecciones del pasado año fueron ganadas por la oposición. Sin embargo, el Tribunal Constitucional dio como ganador, una vez más, al presidente Ali Bongo. La presión de su clan fue enorme. Aquí no importan tanto los resultados cuanto el futuro de los colaboradores: “¿Qué va a ser de nosotros, la gente de tu clan, que hemos medrado a tu sombra y hemos vivido del cuento?”. Quien sube al poder, coloca a todos los suyos –sean competentes o no– en puestos bien remunerados. El presidente se convierte así en una especie de “dador de trabajo” para su tropa. Y, claro, perder las elecciones significa dejar en la calle a un buen número de enchufados. Este es un lujo que uno no se puede permitir. Sin llegar a estos extremos, ¿no sucede algo parecido con los partidos políticos europeos? Comprendo la necesidad de contar con algunos cargos de confianza, pero la mayoría de los trabajadores públicos tendrían que ser personas preparadas para ello, no peones colocados a dedo. La dedocracia tiene que ser sustituida por la meritocracia. No pueden depender siempre del gobernante de turno.

El Evangelio del domingo nos invita a acercarnos a Jesús cuando nos sintamos “cansados y agobiados”. El amigo Fernando Armellini explica bien el sentido de estas palabras de Jesús. Yo me limito a poner el acento en el alivio que Jesús promete: “Yo os aliviaré”. Todavía hay mucha gente que vive –mejor sería decir padece– su experiencia religiosa como si fuera un fardo, como una costumbre que no aporta nada liberador a su manera de vivir. Jesús nunca habla en estos términos. Presenta el encuentro con él como un alivio, una experiencia que hace la vida soportable, ligera, satisfactoria. El amor es siempre exigente, pero no agobiante. La fe exige constancia, pero no cansa. La esperanza es para personas fuertes, pero no para superhombres.

Antes de emprender este viaje a Gabón, celebré el sacramento de la reconciliación. El confesor, un anciano simpático y sabio, me repitió varias veces que lo que importa en la vida no es lo que nosotros hacemos sino lo que Jesús hace a través de nosotros. Lo decía como quien destila una lección aprendida a fuerza de años. Sí, yo también creo que lo más importante no es hacer muchas cosas, ni siquiera buenas cosas, sino dejar que él las haga. Esta convicción de que él lleva las riendas de nuestra vida es la verdadera razón del alivio que nos produce el encuentro con Jesús. Estamos agobiados cuando creemos que todo reposa sobre nuestros débiles hombros, que tenemos que sacar las castañas del fuego nosotros solos. Sentimos alivio cuando nos convencemos de que la historia –la nuestra personal y la del mundo, ambas complejas y desconcertantes– es guiada por el Espíritu de Jesús. No por eso nos volvemos perezosos y pusilánimes: solo personas aliviadas que, con su saber estar confiado, alivian a los demás. A esto aspiro con permiso de los mosquitos insidiosos. Por cierto, la cocinera acaba de colocar sobre la mesa una piña troceada que con su aroma dulzón parece decir: Cómeme. No conviene retrasar mucho este festín. ¡Buena semana a todos desde un rincón sureño de la selva gabonesa!

2 comentarios:

  1. Gracias Gonzalo, por compartir desde estas tierras lejanas de Africa pero que tu nos acercas.
    Gracias por hacerte eco del mensaje liberador...
    Buena estancia y buen trabajo.
    Un abrazo

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  2. Me encanta tu buen humor, tu alegría, tus enseñanzas y tu confianza en estos que leemos con ansiedad las noticias que relatas con tanta claridad. Paciencia con los insectos a los cuales eres especialmente vulnerable. Gracias amigo. Disfruta para que disfrutemos también. Un abrazo.

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