Escribo todavía bajo
el impacto de la película Hasta el último hombre (Hacksaw
Ridge es su título original), el reciente trabajo de Mel Gibson que vi anoche en nuestra habitual sesión
sabatina de cine en comunidad. En varias ocasiones tuve que dejar de mirar a la
pantalla porque no resistía tanta violencia. El metraje me pareció un poco excesivo. La película está basada en la
historia real del sargento del Ejército de Estados Unidos Desmond Doss, un cristiano Adventista del Séptimo día que
se negó a portar armas en el frente y que, sin embargo, fue condecorado por el
presidente Harry S. Truman por haber salvado la vida a más de 75 hombres bajo
el constante fuego japonés durante la brutal batalla de Okinawa, en la Segunda Guerra Mundial. La película
es sencillamente impactante. Es probable que gane más de un Oscar. De hecho,
tiene seis nominaciones.
Lo sabremos el próximo 26 de febrero.
Este VI Domingo del Tiempo Ordinario viene sobrecargado. ¿Veo alguna relación
entre la película de Mel Gibson y las lecturas de hoy? Sí. El soldado Desmond
Doss, a pesar de convertirse en el hazmerreír de sus compañeros en el período
de instrucción, no claudica de sus convicciones cristianas y se declara objetor
de conciencia. Está dispuesto a servir a su pueblo, pero no a empuñar un arma.
Se entrega como nadie para salvar vidas (incluyendo las de algunos japoneses),
pero no quiere derramar ni una sola gota de sangre del enemigo. Opta por servir como asistente sanitario, no como soldado. Al final, el tiempo le dio la razón. Se tomó en
serio lo que nos dice la primera lectura de hoy, extraída del libro del
Eclesiástico: “Él te ha puesto delante
fuego y agua, extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres está la vida
y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera” (Eclo 15,17-18). Desmond Doss eligió la vida en un contexto de muerte. Y naturalmente pagó un precio.
Para los que
tengáis tiempo, os recomiendo leer con calma los sabrosos comentarios de Fernando Armellini que, en realidad, son como un curso bíblico por entregas semanales. Son
necesarias algunas claves para comprender el largo y denso Evangelio de hoy. Yo
–como cada semana– me detengo solo en un punto. Creo que la clave de todo se
concentra en esta frase de Jesús: “No creáis que he venido a abolir la Ley y
los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud” (Mt 5,17). Jesús,
como buen judío, ama la Torah, cree
que, a través de ella, Dios ha ido mostrando a su pueblo la dirección del
camino de la vida. Pero se da cuenta de que en muchos casos ha sido reducida a
un conjunto de preceptos que a veces se utilizan para humillar, condenar y hacer la vida insoportable. Él se siente llamado a devolver a la Ley su sentido auténtico y a
llevarla a su cumplimento. El juego Habéis
oído que se dijo (en referencia a la Ley antigua) – pero yo os digo (en referencia a la novedad que él trae), además de
ser una osada provocación, indica que lo más importante no es cumplir un precepto
sino descubrir su sentido, ir a la raíz, colocar el amor como clave todo.
Hoy seguimos
padeciendo la misma enfermedad que muchos judíos del tiempo de Jesús. Las
personas con mentalidad legalista (que las hay) siguen creyendo que ser
cristiano consiste en ser minucioso en el cumplimiento de normas, ritos, preceptos, etc. Identifican, sin más, cumplimiento de las leyes con fidelidad a Dios, como si fuera un proceso automático. Algunos llegan –aunque cada vez menos– hasta el escrúpulo. Me sorprenden los que
critican al papa Francisco porque, según ellos, no dice claramente lo que hay que hacer sino que nos invita al discernimiento. ¡Como si eso fuera fácil, una especie de concesión a los flojos! Otros –quizá
la mayoría– pasan olímpicamente de toda referencia objetiva y se guían por sus
instintos, intuiciones o principios subjetivos. Jesús no se alinea ni con unos ni con otros
sino que nos confronta con la verdad de nosotros mismos. No va contra los
preceptos (sin ellos no podríamos vivir) sino que nos invita a descubrir su
verdadero sentido. En otras palabras,
no nos pide que seamos rígidos sino que seamos radicales. No es lo mismo. El
rígido confunde la fidelidad con el cumplimento material de los preceptos sin
tener en cuenta su sentido y su contexto. El radical va siempre a las raíces: se pregunta qué
significa un precepto y en qué dirección apunta. En fin, que tenemos un domingo
entero para dar vueltas a este mensaje desconcertante y liberador a un tiempo.
Creo que el soldado Desmond Doss, en medio de un contexto de extrema violencia, supo
entenderlo a la perfección. Necesitamos historias de carne y hueso que nos hagan ver que es posible vivir como Jesús también en circunstancias adversas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.