Ayer, que tuve un
poco más de tiempo libre, me puse a pensar sobre la cantidad de experiencias
que vamos acumulando a lo largo de la vida. La verdad es que comencé haciéndome
una pregunta que reaparece una y otra vez: ¿Por
qué el ser y no la nada? Es una pregunta típica de un domingo por
la tarde. Recuerdo que cuando era niño, a veces, antes de dormirme, iba sustrayendo objetos en mi
imaginación para ver hasta dónde podía llegar. Imaginaba que de repente
desaparecía el sol y todo se quedaba a oscuras. Imaginaba luego que desaparecían
las personas que conocía y me quedaba solo en el mundo. Imaginaba que desaparecían
el suelo sobre el que apoyaba los pies y el aire que respiraba… Y así, en
sucesivas desapariciones, hasta llegar al vértigo de la nada, al vacío
absoluto. En ese ejercicio de desnudamiento mental, me formulaba las preguntas
que todos nos hacemos muchas veces: ¿Por qué empezó todo? ¿Quién puso en marcha lo que existe? ¿Cuándo
se produjo el comienzo? ¿Qué o quién existía en un inimaginable antes? ¿Cuándo será el final? A
medida que uno se va haciendo mayor va aceptando que las cosas son como son y
no suele romperse mucho la cabeza con preguntas semejantes. Los problemas del
día a día ocupan casi todo el tiempo disponible. Pero cuando uno se para, las
preguntas reaparecen porque no podemos prescindir de saber de dónde venimos y adónde
vamos. Somos seres necesitados de identidad y sentido.
Sin llegar a
estos extremos metafísicos –que hoy resultan casi insultantes para muchos que
se contentan con practicar una especie de surf
vital– basta concentrarse en la propia vida. ¿Cuántas experiencias hemos vivido a lo largo de los muchos o pocos años que tengamos? Si cada persona conocida, cada imagen vista, cada palabra
escuchada o pronunciada, fuera un archivo informático, ¿cuánto espacio ocuparía
en el disco duro de nuestra memoria? Pensemos solo en las personas con las que
nos hemos encontrado fugaz o establemente a lo largo de nuestra vida. ¿Cómo
almacenamos esos recuerdos? ¿Cómo siguen en nosotros aunque no seamos
conscientes de ellos? ¿Por qué a veces se activan sin que sepamos cómo? En
ocasiones basta un sonido, un olor, una imagen… para que salten al primer plano
de nuestra mente recuerdos que parecían olvidados. Cada uno de nosotros somos
un universo en continua expansión. Nada de lo vivido se pierde. Sigue ahí.
Somos los que somos como resultado de todo lo vivido. Yo soy, en cierta medida,
los libros que he leído, las personas a las que he querido, las canciones que
he escuchado, los paisajes que he contemplado, las comidas que he saboreado,
los cielos que he surcado, los silencios que he soportado o disfrutado… ¿Quién
puede calcular las dimensiones de nuestro disco duro?
A veces, cuando
el pasado nos remuerde o simplemente cuando la vida nos pesa demasiado, uno
siente la tentación de formatear el disco duro, de borrar todo y empezar de nuevo.
No quiere cargar para siempre con el peso de la culpa, la traición, el miedo,
la envidia o el odio. Esto es imposible. Nada de lo vivido desaparece. Pero sí
es posible darle una nueva significación. Algunas terapias psicológicas consisten precisamente en ayudar a las personas
a revivir las experiencias no integradas, a volver a experimentar el dolor
sufrido para darle el sentido que en su momento, por diversas razones, no se le
pudo dar. Esta práctica es muy liberadora. No se formatea el disco duro, pero –siguiendo
con la metáfora informática– se desfragmenta y se reordena de un modo más
racional y eficaz, de manera que el pasado no se convierta en un tirano sino en
un aliado. Hacer de las experiencias vividas –fueran dolorosas o placenteras–
una oportunidad de aprendizaje y de crecimiento es el arte de las personas que
saben vivir. Nuestro disco duro puede ser fuente de continuos resentimientos y
tristezas o puede convertirse en un arsenal de posibilidades. No podemos
cambiar lo vivido, pero podemos darle un nuevo y más liberador significado. ¡He
aquí el desafío!
Como en Italia se acaba de celebrar la 67 edición del Festival de San Remo con un rotundo éxito de espectadores, os dejo con el vídeo de la canción ganadora, que lleva un extraño título: Occidentali's Karma. Su autor e intérprete es Francesco Gabbani.
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