El descanso es un
invento bíblico. Según el relato simbólico del libro del Génesis, hasta Dios se tomó un
receso tras la obra magna de la creación: “Para
el día séptimo había concluido Dios toda su tarea; y descansó el día séptimo de
toda su tarea” (Gn 2,2). Los musulmanes descansan los viernes; los judíos,
los sábados; los cristianos, los domingos. En las sociedades multirreligiosas –como,
por ejemplo, Israel– esta diversidad crea algunos problemas organizativos, pero
acaban encontrando formas de conciliación. No obstante, como un día no es
suficiente para descargar el estrés acumulado durante la semana laboral, hemos
inventado el finde. Cuando era niño,
el fin de semana comenzaba el sábado por la tarde. Creo que incluso teníamos
clases los sábados por la mañana. Hace ya bastantes años que el fin de semana
abarca sábado y domingo, dos días completos. En España, la llamada “semana
inglesa” la consagró el Estatuto de los
Trabajadores de 1980 al abogar por las 40 horas semanales de trabajo, lo
que en la práctica equivalía a cinco días de ocho horas laborables cada uno. Ahora
muchos anticipan el finde al viernes
por la tarde. La película Thank God it’s Friday (1978) ganó un
día a la Fiebre del Sábado Noche (1977). Ambas contribuyeron a crear el mito del
fin de semana como espacio lúdico, sobre todo para los jóvenes. La música disco
se convirtió en la banda sonora de este sueño juvenil. La discoteca era el escenario simbólico donde se desarrollaban las fantasías del fin de semana.
Hemos devaluado
de tal manera el trabajo que la mayoría de las personas sueñan que llegue el
fin de semana para hacer las muchas cosas que no pueden hacer durante el
período laboral o simplemente… para no hacer nada. No importa que las
expectativas no se cumplan. No importa que, tras dos días vacantes, muchos sucumban
al “síndrome del domingo”. Apenas comienza el lunes, ya comienzan a contar los días que faltan para
que llegue el ansiado viernes por la tarde.
En este fenómeno, que tiene mucho
de ansiedad, veo dos fracasos acumulados. El primero es el fracaso de los días laborables.
El hecho de que mucha gente tenga que madrugar, emplear un tiempo excesivo en
desplazarse hasta el lugar del trabajo, realizar una tarea que no les gusta y
compartir horas con personas con las que no empatizan… acaba creando un gran
estrés. El trabajo, en vez de ser una tarea creativa en la que uno se realiza,
acaba siendo un monstruo que va devorando todo. Es comprensible que en estas
circunstancias uno desee que llegue cuanto antes el fin de semana para desconectar,
para sumergirse o refugiarse en otro mundo en el que puede hacer lo que le
viene en gana: dormir más, levantarse tarde, no tomar transportes públicos, ver
la televisión, comer en familia… Quienes tienen la suerte de tener un trabajo
que les gusta y pueden desarrollarlo en condiciones razonables, no experimentan
esta ansiedad. Saben que hay un tiempo para trabajar y otro para descansar. Los
combinan con serenidad. Disfrutan de ambos en dosis bien equilibradas.
El segundo
fracaso tiene que ver con el fin de semana en sí. A menudo, los resultados no
se corresponden con las expectativas. Uno sueña con acceder a un paraíso de sensaciones y experiencias, pero
con frecuencia se queda tumbado en un sofá consumiendo horas interminables de
televisión. Sin embargo, sería ideal poder disfrutar del fin de semana como un
tiempo de re-creación; es decir, como la oportunidad para recrear las cinco
relaciones básicas que nos configuran a los seres humanos:
- Con nosotros mismos (descansar, pensar, hacer deporte, leer, escuchar música…).
- Con los demás (escuchar, conversar, comer juntos, pasear, echar una mano…).
- Con el entorno (disfrutar de la naturaleza y el arte, hacer tareas manuales).
- Con el tiempo (posibilidad de ralentizar el ritmo vital para prestar atención a todo).
- Con Dios (contemplación, oración, liturgia…).
Pocas personas
han desarrollado la capacidad de prestar atención conjunta a estas cinco relaciones.
Por eso, el fin de semana, en vez de ser recreativo (en el más original sentido
de la palabra), se convierte en agotador, anodino, estresante, vacío… Quizá no
está lejano el día en el que dediquemos tres jornadas al negocio (es decir, al trabajo) y cuatro al ocio (es decir, al tiempo libre). Esto significa que desde niños tenemos que entrenarnos en el
cultivo armónico de las cinco relaciones básicas para que no sucumbamos a la
tentación de estar haciendo siempre cosas (con objeto de no sentirnos culpables) o de
abandonarnos al dolce far niente (haciendo dejación de nuestras responsabilidades). Junto al placer del fin de semana, hay que descubrir también el muy placentero
comienzo de semana. El finde se
complementa con el comde. Las cosas nos
irían de otra manera.
Huy que acertado!! Pero hay q darle a esto la vuelta como a un calcetín!
ResponderEliminarUna Visontina.
Pili.