Ayer comenzamos
la Semana
de Oración por la Unidad de los Cristianos. Este año el tema es: Reconciliación.
El amor de Cristo nos apremia. Me resulta muy familiar porque el
lema que san Antonio María Claret escogió para su escudo arzobispal fue
precisamente esa misma frase de san Pablo extraída de la segunda carta a los
Corintios: Caritas Christi urget me.
Aquí, en Inglaterra, el desafío ecuménico se percibe con mucha claridad.
Junto a nuestra comunidad de Buckden está la iglesia anglicana. Ayer, en una
breve visita vespertina a la comunidad de Hayes, comprobé que a pocos
pasos está la sede de la Iglesia Metodista y, un poco más allá, una de las
mezquitas de un barrio que es claramente multicultural y multirreligioso. Por
cierto, me sorprendió mucho la publicidad del Corán que vi en una pancarta
colgada de la fachada de la mezquita. Decía, más o menos, lo siguiente: “El noble
Corán nunca ha cambiado, nunca se ha modificado. Miles de millones lo leen.
Millones lo saben de memoria. ¿Te has preguntado por qué?”. El viandante podía
llevarse gratis un ejemplar en inglés. No es que me entraran unas ganas
irrefrenables de hacerme musulmán, pero me di cuenta de que la publicidad era
impactante. Quizá deberíamos aprender a hacer algo semejante con la Biblia.
La unidad de los
cristianos se hace más urgente en este 2017 en que celebramos el quinto centenario
de la Reforma protestante. He leído algunos comentarios de pastores
protestantes que sostienen que si en la Roma del siglo XVI hubiera habido un
Papa como Francisco jamás se hubiera producido la división. Es imposible hacer
juicios anacrónicos, pero detrás de esas afirmaciones hay una verdad palmaria:
cuanto más auténticamente vivimos el Evangelio, más contribuimos a la unidad. Y
viceversa. Se suele decir que el primer milenio fue la etapa de la división
entre la Iglesia de Oriente (ortodoxa) y la de Occidente (católica). El segundo
milenio conoció la separación de las Iglesias surgidas de la Reforma
protestante. Oramos para que el tercer milenio no continúe la senda de la
división sino que sea una etapa de reconciliación y de unidad. Estamos
convencidos de que esta nueva unidad será un fruto del Espíritu Santo, no solo
el acuerdo entre las partes fragmentadas. Por eso, a iniciativa del sacerdote
anglicano Paul Watson, se celebra desde principios del siglo XX esta
semana de oración por la unidad. En algunos países de mayoría católica nunca ha
arraigado mucho en la mentalidad de los fieles, pero en aquellos lugares en los
que la diversidad confesional es patente (por ejemplo, en Centroeuropa) es una
semana significativa. El ecumenismo debería ser
una preocupación de todos aquellos que nos sentimos interpelados por la oración
de Jesús: “Padre, que todos sean uno para
que el mundo crea” (Jn 17,21). La credibilidad de la misión de la Iglesia
está, pues, ligada al testimonio de unidad. Lo que sucede en el plano de las
diversas confesiones sucede también en relación con las comunidades religiosas,
las familias cristianas, etc. No es digno de fe el anuncio de quienes viven
divididos. La reconciliación, por el contrario, es signo de credibilidad. El
lema de este año va en esta dirección. Donde hay experiencia del amor de
Cristo, hay siempre perdón y nuevo comienzo.
Escribo estas
notas horas antes de emprender el vuelo de regreso a Roma, tras una breve estancia en Inglaterra. Ayer me entristecieron las noticias de la cadena de
terremotos en Italia y de las consecuencias
de la ola de frío sobre los afectados. Ante este panorama, siento casi
vergüenza de escribir este post desde
una habitación con moqueta en el suelo (algo común en Inglaterra), buena
calefacción y todo lo necesario para descansar confortablemente. Me meto en la
piel de los terremotati que, tras las
devastadoras consecuencias de los terremotos, tienen que sufrir ahora las
secuelas del frio invernal. Lo mismo están experimentado miles de
refugiados en Grecia y algunos países del Este europeo. Es verdad que se han
multiplicado las iniciativas solidarias, pero no son suficientes para paliar
una situación que muchos califican de inhumana. También aquí las iglesias deberían
estar en la vanguardia de la solidaridad. Va en nuestro ADN.
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