Estamos sobrevolando
las Islas Canarias. Faltan menos de tres horas para llegar a Madrid. Aprovecho
este tiempo de vuelo para escribir el post
de hoy porque cuando lleguemos, ya entrada la noche, estaré muy cansado. Para
colmo, mi vuelo a Roma es a las 7 de la mañana. Tendría que escribir algo sobre san Antonio abad, cuya fiesta celebramos hoy, pero no me siento muy inspirado, a pesar de que es un santo muy popular. Sigo con el asunto de mi viaje. Me sorprende la serenidad con
que los pasajeros hemos aceptado el retraso de 15 horas. Una vez que nos
convencimos de que no había nada que hacer, procuramos sacar partido hasta de
las más de cinco horas de cola mientras reprogramaban nuestros vuelos. Quizá
estamos aprendiendo a aprovechar todo lo que sucede más que a quejarnos
de las cosas que no dependen de nosotros. En el mes de marzo escribí algo sobre
la distinción que los ecólogos hacen entre complicado
y complejo. El post se titulaba Un smartphone no es una rosa.
Fue una reflexión rápida escrita en un aeropuerto. Me ha venido ahora a la
mente porque lo vivido durante el fin de semana ha sido un evento complejo, no un hecho
complicado. Nadie contaba con que el avión que estaba volando de Madrid a
Lima iba a tener un percance serio (todavía inexplicado) y tendría que hacer un
aterrizaje de emergencia en las islas Barbados. Nadie contaba con que la
compañía tendría que enviar otro avión vacío desde Madrid para recoger a los
pasajeros que se habían quedado tirados en la isla caribeña, trasladarlos a
Lima y luego recogernos a nosotros que llevábamos más de 12 horas esperando
nuestro vuelo a Madrid. Estas cosas no son objeto de programación: acontecen
sin más. Y es mejor aceptarlas con calma, aunque nos causen serios
contratiempos.
Lo vivido este
fin de semana me ha recordado algo a lo que llevo dando muchas vueltas desde hace
años. Frente a las realidades complicadas, programables, nuestra actitud suele
ser el control. Queremos controlar la economía, las comunicaciones, los
vehículos, los aviones, los ordenadores. Es lo que toca. Pero, ¿qué hacer ante
las realidades complejas, inesperadas; es decir, ante las realidades humanas?
Si las afrontamos con la misma mentalidad controladora experimentaremos una
gran frustración porque lo complejo se resiste al control y la manipulación. Lo
correcto es poner en marcha una actitud estratégica que aprenda a sacar partido
de lo que sucede, a aprovechar al máximo el movimiento de la vida. Ponerse del
lado de la vida: he aquí el reto. Esta actitud estratégica se basa en cinco
puntos:
1. Aceptar la realidad como es, no como nos
gustaría que fuese. Es el
punto más difícil. Todos nosotros queremos modificar la realidad según nuestras
expectativas, deseos, planes, temores, etc. Cuando ésta no se acomoda, nos
sentimos inermes y desorientados. Lo lógico sería comenzar aceptando las cosas
como son, tanto aquellas que hemos programado como las que suceden por
sorpresa, tanto las que nos gustan como las que nos disgustan. Para ello no es
necesario hacer un cursillo acelerado de budismo. Basta ejercitarse en el
realismo que impone la experiencia. ¿De qué hubiera servido que este fin de
semana hubiéramos organizado una algarada en el aeropuerto de Lima? A nadie (ni
a los pasajeros ni a los directivos y empleados de la compañía área) le resultó
plato de buen gusto el aterrizaje forzado en Barbados. Pero sucedió. Partamos
del hecho bruto.
2. Investigar las raíces de lo que
sucede. Para saber cómo afrontar un contratiempo es preciso saber –hasta dónde
sea posible– por qué y cómo se ha producido. Puedo aceptar que un día estoy triste, pero si
quiero afrontar la tristeza es bueno que me pregunte si hay alguna causa que la
haya provocado. No es lo mismo estar triste por haber dormido mal que por haber
recibido una mala noticia, porque ha salido un día lluvioso o porque nos sentimos responsables de alguna acción mala. La búsqueda de
las raíces es especialmente necesaria cuando se trata de experiencias humanas
que condicionan nuestra vida. ¿Por qué soy agresivo o celoso o suspicaz?
Quienes se conocen bien suelen identificar con facilidad algunas causas de sus
reacciones. En el caso del incidente aéreo del fin de semana, es probable que
la compañía se pregunte si el avión había pasado todos los controles
prescritos, si hubo agentes externos que provocaron el percance (una tormenta
eléctrica, un objeto introducido en los motores, etc.).
3.
Preguntarse por el significado. Un mismo hecho puede tener significados diversos
según las circunstancias externas y, sobre todo, las actitudes internas. Todos
conocemos personas que ante una enfermedad, por ejemplo, reaccionan de modos
diversos según el sentido que le otorgan. No es lo mismo considerarla un
castigo, un reto o una forma de sufrimiento redentor. Enamorarse de una persona
no significa lo mismo a los 15 años que a los 30 o a los 60. Para aprovechar al
máximo un evento, es preciso situarlo en nuestra trayectoria vital, en un
contexto. Solo así adquiere sentido y puede ayudarnos a crecer como seres
humanos.
4. Reaprender cuando es posible. La mayoría de las cosas que nos suceden
son fruto de los aprendizajes que hemos hecho. A menudo, ante una reacción
violenta o egoísta, solemos escudarnos diciendo: “Yo soy así” cuando, en realidad,
tendríamos que decir: “Yo he aprendido a ser así”. Hemos aprendido a ser
egoístas, envidiosos, pasivos, huraños, agresivos… Pero también generosos,
creativos, solidarios o simpáticos. El ser humano es extraordinariamente
moldeable. Podemos reaprender muchas actitudes y conductas positivas si nos lo
proponemos y seguimos un cierto método. Estoy seguro de que la compañía aérea,
si logra identificar las causas del incidente y es una compañía seria, va a
aprender cómo deben afrontarse ciertas situaciones y cómo se pueden mejorar las
cosas.
5. Integrar la parte en el todo cuando el
reaprendizaje no es posible. Lo ideal es reaprender todo aquello que ha sido aprendido mal. Cuanto más
lo hagamos mejores seremos. Pero la experiencia nos dice que, por causas
diversas (dotación genética, hábitos muy arraigados, trastornos psíquicos, contextos
muy adversos), no siempre es posible reaprender. ¿Qué nos queda, entonces? Nos
queda integrar la parte no sana en el todo, de manera que no fijemos nuestra
atención en lo que no funciona bien sino en el conjunto de nuestra vida. Yo
puedo tener un problema con el alcohol o un lenguaje un poco grosero, pero mi
vida no se reduce a esos dos puntos. Cuanto más contemple el conjunto, más
fácilmente integraré esas partes en él y, por tanto, haré que no absorban toda
mi energía. No podemos respirar por nuestras heridas, absolutizándolas y contaminando a las personas que forman parte de nuestro entorno.
Mientras tecleo
casi furtivamente estas notas, percibo que la adolescente peruana que está sentada a
mi izquierda mira de soslayo la pantalla de mi portátil. Probablemente piense:
“¿Qué estará escribiendo este tío cuando todos dormitan o escuchan música?”.
Desde luego no es un cuento para niños, pero todo se andará.
BUENÍSIMO y más teniendo en cuenta las 15 horas y lo que te espera. No he podido calificarlo con las opciones q brinda la máquina. Siempre gracias por seguir. Te imagino ahora mismo en Barajas aterido de frío en contraste con el calor peruano y boliviano y medio dormido. Mucho ánimo, seguimos rezando para que nunca te abandone el Espíritu Santo y tú gran ánimo.
ResponderEliminarP. Gonzalo: muy lúcida su reflexión. A muchos nos cae muy bien. Un respetuoso y fraterno saludo.
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