Ya se sabe que hablar del tiempo es una costumbre
muy inglesa. Una de las primeras preguntas que uno aprende cuando estudia la lengua de Shakespeare es How’s the weather?
o cualquiera de sus múltiples variantes. Se suele decir que en Inglaterra puede
hacer las cuatro estaciones en un mismo día. Como en todos los países, también
en Italia los informativos de las televisiones hablan del tiempo, pero, en
general, de manera muy breve y concisa. En España, sin embargo, la información meteorológica
ocupa un tiempo desproporcionado. Y no solo en su correspondiente sección sino
que con frecuencia salta como noticia de portada. En los últimos días se ha
hablado hasta la saciedad de la ola de frío siberiano, de las nevadas en
lugares insólitos, de los atascos en las autopistas, etc. Como no parece suficiente
una información escueta, las televisiones añaden entrevistas con las gentes del
lugar para escuchar confidencias tan reveladoras como que “Hace un frío que pela”, “Hemos
tenido una temperatura de 10 grados bajo cero”, “Hay que salir a la calle con gorro y guantes”… Minutos y minutos
dedicados a algo tan obvio como que ha nevado en enero o las temperaturas han
descendido mucho. En verano volverá a suceder lo mismo con los golpes de calor,
la necesidad de protegernos del sol y beber líquidos… y obviedades por el
estilo.
Me pregunto a qué responde esta obesidad informativa.
Es como si hablando del tiempo meteorológico se quisiera escapar
del tiempo social. Es más fácil gastar
minutos en poner bellas imágenes de nieve que en informar sobre el drama de los
refugiados que se calientan en la calle con una hoguera o de otros problemas
que estamos teniendo. Cuando no sabemos o no queremos hablar de otra cosa... hablamos del tiempo. Es una salida fácil, neutra, socialmente aceptable. Me
vienen a la mente las duras palabras de Jesús dirigidas a la gente de su
tiempo: «Cuando veis subir una nube por
el poniente, decís en seguida: “Va a caer un aguacero”, y así sucede. Cuando
sopla el sur, decís: “Va a hacer bochorno”, y sucede. Hipócritas: sabéis
interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar
el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?»
(Lc 12, 54-56). Hoy podría decirnos algo semejante: “Desplegáis todos los
medios habidos y por haber para hablar de borrascas, anticiclones, isobaras, etc.
y no os dais cuenta de lo que está pasando en vuestra familia. Os preocupáis de si
va a llover mañana o de si va a salir el sol y os da igual lo que sucede con las
personas sobrantes. Dejad ya la obsesión meteorológica y abrid los ojos a lo
que realmente importa”.
Es verdad que a muchas personas el tiempo les cambia
el estado de ánimo. Si sale un día nublado y gris entran en estado depresivo.
Si aparece un sol radiante se ponen más contentas que unas pascuas. No es
cuestión de despachar estos asuntos con frivolidad. Pero en ningún caso el
interés por el tiempo meteorológico debería impedirnos medir la temperatura del
tiempo social, preocuparnos de adivinar las tendencias y adoptar las actitudes
necesarias. Algunas son invisibles. Solo con el paso del tiempo se hacen
patentes, pero otras saltan a la vista. Hoy quiero subrayar una que aparece con
claridad en el vídeo que acompaña este post:
la tendencia al inmediatismo, a
considerar que –como sucede en el mundo informático– todas las metas tienen que estar siempre al
alcance de la mano. Cuando esto no sucede, uno se desanima o se deprime. Como
si lograr la excelencia profesional o escalar la cumbre de la virtud estuviera
al alcance de un click. Os dejo con
un vídeo que nos ayuda a entender mejor esto a partir de experiencias de la
vida diaria.
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