La frase Timeo hominem unius libri se le atribuye
a santo Tomás de Aquino,
cuya memoria litúrgica celebramos hoy, si bien antes de la reforma se celebraba
el 7 de marzo, aniversario de su muerte. El filósofo y teólogo dominico es
sobradamente conocido, aunque también bastante orillado en la actualidad. Resulta
demasiado medieval para el pensamiento
contemporáneo, demasiado católico para
la visión secularizada del mundo. He escogido la frase que figura en el título
porque nos previene contra una forma demasiado estrecha de entender las cosas.
La podríamos parafrasear de múltiples maneras: “Temo al hombre de una sola patria,
de un solo partido, de un solo periódico, de una sola televisión…”. Hoy vivimos tiempos de nuevos fundamentalismos, de visiones del mundo que ignoran la complejidad y quieren reducir todo a un único camino (one way). Tomás de Aquino,
tan amante de la verdad, no está defendiendo el relativismo,
ni siquiera el perspectivismo,
sino la necesidad de no cerrarnos a un solo punto de vista sin haber
considerado otros posibles. En la reciente entrevista
que el periódico español El País hizo
al papa Francisco, a la pregunta sobre lo que recomendaría en el debate
entre religiosidad y laicidad, el Papa respondió así:
“Diálogo. Es el consejo que doy a cualquier país. Por favor, diálogo. Como hermanos, si se animan, o al menos como civilizados. No se insulten. No se condenen antes de dialogar. Si después del diálogo quieren insultarse, bueno, pero por lo menos dialogar. Si después del diálogo se quieren condenar, bueno… Pero primero diálogo. Hoy día, con el desarrollo humano que hay, no se puede concebir una política sin diálogo. Y eso vale para España y para todos. Así que si usted me pide un consejo para los españoles, dialoguen. Si hay problemas, dialoguen primero”.
Soy consciente de que la palabra diálogo se ha convertido en un talismán que prestigia todo cuanto toca, pero que puede quedar vacía de contenido. Sin embargo, en su sentido más auténtico significa un pensamiento (logos) que se abre camino a través (dia) de la relación. Es otra manera de
decir lo que Tomás de Aquino sugiere con su frase. Dialogar significa salir del
propio espacio mental y afectivo para abrirse al del interlocutor. ¿Por qué
muchos defienden hoy la laicidad del estado? ¿Qué quieren decir? ¿Se refieren a
que en las sociedades abiertas ningún estado puede ser confesional o, más bien, a que la
religión tiene que circunscribirse al ámbito de lo privado? ¿A qué se refieren
los que acentúan la importancia de la religiosidad? ¿Pretenden que las leyes reflejen la visión de
la vida de la confesión religiosa mayoritaria? ¿Reivindican algunos privilegios obsoletos y antidemocráticos?
¿O están demandando, más bien, que la dimensión religiosa sea valorada como una
dimensión humana (al mismo nivel, al menos, que la política, la económica y la artística)
y que, en consecuencia, sea tutelada como un bien social y no solo tolerada en el ámbito privado? Como en este terreno
los prejuicios sustituyen a las razones, es preciso emprender un arduo y
paciente camino de escucha y clarificación. De entrada, no se puede comenzar
descalificando la postura del interlocutor por lejana que parezca de la propia.
Si algo admiro de la
cultura anglosajona es la capacidad de argumentar a base de hechos comprobados
y no de simples conjeturas. “Baje el
volumen y refuerce los argumentos”. Este podría ser el aviso de un frío
anglosajón a un apasionado latino en medio de una discusión sobre cualquier tema candente. Tomás de Aquino fue
latino (nació en Roccasecca, en la
región italiana del Lacio), lo cual no fue óbice
para que desarrollara un pensamiento racional en el contexto de su tiempo. Supo
abrirse críticamente al pensamiento aristotélico y siempre buscó una síntesis entre
razón y fe. En nuestro contexto, necesitamos personas así. Un ejemplo elocuente
es el del científico Francisco.
J. Ayala, profesor de la Universidad de California. Hay muchos más, pero la presión ambiental los mantiene como aletargados. Hay que atreverse a pensar en público y a debatir con fundamento. Es la base de una cultura democrática y abierta.
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