Alguien se puede
escandalizar. Se supone que un religioso sacerdote debería rodearse de gente
que compartiera su fe y su manera de entender la vida. Es más, parece que lo
normal es que sus amigos procedan de este ambiente. Siempre es más fácil
caminar junto a aquellos que tienen claro el destino que al lado de quienes
dudan de él o incluso lo rechazan. Pero las cosas no son tan simples. La vida
me ha regalado amigos a los que un poco precipitadamente califico de “ateos”.
He puesto esta palabra entre comillas porque no siempre refleja la verdad de
cada uno. Y, por otra parte, ¿quién puede conocer la conciencia de las
personas? Así que escribo este post
con temor y temblor, pero también con un gran deseo de afrontar cuestiones
delicadas que, a menudo, vamos orillando en la vida cotidiana. Por supuesto que
los nombres que voy a utilizar son ficticios, aunque las situaciones descritas
son reales. ¿Cómo podría traicionar la confianza propia de toda amistad verdadera?
Haciendo un repaso rápido de mis pocos amigos “ateos” caigo en la cuenta de que
todos son españoles. El ateísmo es, sobre todo, un fenómeno europeo y quizá algo
americano. Es difícil encontrar ateos en África o en Asia, si exceptuamos los
casos de los japoneses y los chinos en una proporción que no sabría
cuantificar. Descubro entre mis amigos –más allá de lo que diga la sociología
religiosa– cuatro tipos de ateísmo: el práctico, el intelectual, el posmoderno
y el combativo. A ver si soy capaz de decir algo sobre cada uno de ellos.
El ateo práctico. Roberto fue
bautizado en el seno de una familia católica no practicante. Él hizo la primera
comunión y creo que también se confirmó a los 15 años. Admiro su cercanía y su bondad.
Solo tiene estudios primarios. Vive en un ambiente rural. Calificarlo de ateo
es casi una ofensa porque me consta que cree en Dios, pero no acierta a
expresar esa fe. Alguna vez al año frecuenta la iglesia; sobre todo, con motivo
de la fiesta patronal. Respeta muchísimo mi opción de vida. Jamás le he escuchado
ningún comentario desagradable. Se despegó de la Iglesia cuando acabó la EGB.
Pronto se puso a trabajar. Dejar de manifestarse católico es un elemento más de
los ritos que acompañan la iniciación en la edad adulta de muchos jóvenes. Va
acompañado de otras prácticas iniciáticas como fumar, beber alcohol, tener la
primera relación sexual y “pasar del rollo de los curas”. Una vez enfilada esa
vía –cosa que uno hace casi sin darse cuenta, dejándose llevar del temor adolescente
a ser diferente– es difícil dar marcha atrás y más en un pueblo. Roberto no ha
tenido apenas formación religiosa. Sus intereses son –por este orden– su
familia, su trabajo y algunas aficiones típicas del mundo rural. Estoy seguro
de que si tuviera la oportunidad de vivir una experiencia religiosa serena y
profunda, daría un paso porque su corazón es noble y abierto.
El ateo intelectual. Joaquín es doctor
y profesor de universidad. Dirige grupos de investigación. Nos conocemos desde
hace varias décadas, desde el tiempo en que ambos éramos estudiantes. Entonces
compartíamos la búsqueda de la fe y el compromiso social en un grupo de universitarios.
Joaquín contrajo matrimonio por la Iglesia. Su formación científica y su carácter
racional le han hecho ver que la idea de Dios no tiene fundamento. No creo que
haya leído a los “maestros de la sospecha” (Marx, Nietzsche, Freud), pero sí ha
pensado mucho la cuestión religiosa. Como científico, considera que no puede
creer. Sería ir más allá de lo
verificable. Políticamente es de izquierdas. Goza de una buena posición económica.
Es generoso. No solo se alegra de tener un amigo cura sino que, a pesar de su
actual postura, me anima a seguir evangelizando. Esto es sorprendente y dice
mucho de su honradez intelectual y de su nobleza de ánimo. Aunque es muy crítico
por naturaleza, jamás le he oído un comentario ofensivo respecto de la fe, la
Iglesia o mi sacerdocio. Hablamos de muchos temas, aunque por pudor hemos
dejado el tema de la religión fuera de nuestra agenda habitual. No sé lo que le deparará
el futuro. Dios es capaz de sorprendernos cuando menos lo pensamos.
El ateo posmoderno. A Ricardo no sabría
cómo calificarlo. Es mi amigo más joven. Frisa la trentena. Lo he llamado posmoderno, pero quizá tendría que llamarlo
millennial. Es hijo de unos íntimos
amigos míos que pertenecen a la generación de padres secularizados. No sé si Joaquín está bautizado. Quizá no. Como
la mayoría de los jóvenes de su generación no se hace problemas con la fe.
Sencillamente no ha formado parte de sus experiencias y aprendizajes. No creer
en Dios le parece lo más normal. Ni siquiera se cuestiona esta postura. Sus amigos se mueven en la misma esfera. Sus intereses
tienen que ver con la informática (es un adicto a internet), el baloncesto y la
música. En estos terrenos logramos encontrar algunos puntos en común. Sus posturas
éticas son las emergentes: aceptación sin problemas de las relaciones sexuales,
de la convivencia sin matrimonio, de las uniones homosexuales, del aborto, de
la legalización de la droga, de la eutanasia en algunos casos… Casi nunca
tocamos estos asuntos. Partimos de dos mundos muy diferentes. Nos llevaría mucho
tiempo –o tal vez no– encontrar enfoques comunes. El ateísmo de Ricardo no es
agónico ni agresivo. Yo diría que es cultural. Ha crecido en ese ambiente y no
ha necesitado ir más lejos. Sabe muy poco de la Iglesia. A duras penas entiende
qué significa ser cura, pero le parece bien que yo me dedique a “ayudar a la
gente”. Siempre me pregunta por los países a los que viajo. A él no le
importaría tener una corta experiencia de voluntariado en el extranjero.
El ateo combativo. No sé si a Sergio
debo calificarlo de “amigo”, pero en cualquier caso forma parte del entorno
familiar extendido. Ronda los 50 años. Tiene un buen nivel de instrucción
general, aunque nada o casi nada de formación religiosa. Se maneja con maestría
en las redes sociales. Es su púlpito laico. No desaprovecha ocasión para poner
enlaces a artículos de periódicos o revistas en los que se critica la fe. No
digamos nada cuando se trata de la Iglesia. No sé cómo se las arregla para
encontrar información sobre casos de curas pederastas, escándalos económicos, eclesiásticos
corruptos, etc. Alguna vez he estado tentado de responder con datos, pero me ha
parecido inútil. Sergio respira por alguna herida que no sé de dónde proviene.
Es un ateo a la vieja usanza, una especie de redactor de la revista Charlie Hebdo. No deja títere con cabeza.
Es ateo sí –porque él mismo lo declara– pero es, sobre todo, un anticlerical de
libro. Sus preferencias políticas son también evidentes: podemita confeso, sin
que yo asocie una cosa (ateísmo) con otra (podemismo). Sé que no vamos a tener oportunidad
de hablar sobre estos asuntos, pero comienza a molestarme su avalancha crítica,
sus continuos comentarios irónicos y sus agresiones verbales. Creo que él hace
otra interpretación: ¡Por fin se puede hablar claro contra la Iglesia en este
país (España) de beatas, meapilas y corruptos de derechas! Conmigo no se mete
porque siempre en estos casos se suele añadir una coletilla defensora: “Pero mi
primo no es así”.
Sé que esta galería es incompleta, pero no es caricaturesca. He procurado ser fiel a lo que he observado. Tanto Roberto como Joaquín, Ricardo y tal vez Sergio son amigos míos. Se supone que yo debería intentar ganarlos para la causa de la fe. Reconozco que me encantaría compartir con ellos la experiencia de Dios como Padre común, pero, ante todo, respeto su conciencia como ellos respetan la mía. Por otra parte, la verdadera línea que divide a los seres humanos no es la línea de la fe y la increencia, sino la línea del amor y la injusticia. Jesús fue muy claro al respecto: “¿Cuándo te hemos visto, Señor? … Cada vez que disteis de comer al hambriento… conmigo lo hicisteis”. Oro para que el Señor les manifieste su rostro por los caminos que Él sabe. Quizá yo mismo pueda ser una mediación para el encuentro. Al final, ni son todos los que están ni están todos los que son. La vida es un rosario de sorpresas. Lo que cuenta es lo que hayamos amado porque Dios es amor.
Es meritorio tener amigos tan distintos y distantes a la vocación vital y a la vivencia diaria con Dios. La descripción de los cuatro amigos es un fiel retrato de la sociedad actual en España.
ResponderEliminarMe gustaría que tu análisis se extendiera hacia el futuro de una humanidad sin Dios. La ESPERANZA es una de las virtudes divinas y aunque la CARIDAD está, digamos, por delante, la falta de Esperanza perjudica el ejercicio de la Caridad. Y tu análisis, como la vivencia diaria en España y Europa en general, me lleva a la desesperanza porque parece que lo que avanza y a grandes pasos es la cultura de sin Dios. Puede que el pasado español donde todos éramos parte de la reserva espiritual influya y mucho en esta visión negativa. Lo cierto es que tengo que acudir a la Esperanza de tanto sacerdote y creyente de otras culturas, razas y colores que parecen asegurar que tendremos misioneros que tratarán de sacarnos de esta deriva hacia la nada y todo sin Dios.
Seguro que tus reflexiones sobre el futuro me ayudarán a mantener mi Esperanza para empujarme a más Caridad.