Pasé toda la
tarde de ayer en Segovia. Podría no haberme sorprendido. Al fin y al cabo, viví
en esta hermosa ciudad castellana cinco años y la he visitado infinidad de
veces. Pero ayer me dejó fascinado, casi como si hubiera sido la primera vez.
La encontré limpia, serena, habitada. Aunque había turistas, no percibí el
agobio que se padece en otros lugares. La gente paseaba con calma. Varias
calles del centro histórico han sido peatonalizadas, con lo cual se puede
caminar sin desazón. Contemplar el monasterio de Santa
María del Parral desde la explanada del Alcázar a eso de las ocho de la
tarde me produjo una extraña combinación de belleza y melancolía. Es el último
reducto de la otrora poderosa Orden de San
Jerónimo. Iluminado por el sol vespertino, el monasterio parecía un oasis en medio de
las tierras achicharradas al final del verano.
Mi paseo comenzó
por la iglesia del Convento
de los Carmelitas Descalzos donde se conserva el sepulcro de san Juan
de la Cruz. Esta vez me impresionó el silencio. Casi se respiraba. Algunas
personas oraban en la capilla del sepulcro. No había turistas, lo que no deja
de ser algo extraño. El paso fugaz por el santuario de Nuestra
Señora de la Fuencisla me permitió recordar las novenas de hace muchos
años. Así podría ir desgranando otros muchos rincones cargados de recuerdos,
pero eso no importa mucho a los lectores del blog. Son emociones demasiado personales. De vuelta a la comunidad claretiana
a pie, tenía la impresión de que hoy sabemos construir ciudades nuevas con
racionalidad, pero sin alma. Segovia no
es el resultado de un plan urbanístico más o menos ingenioso o sistemático sino de una
historia multisecular. Y la historia no se inventa en el estudio de un
arquitecto o de un paisajista. He visitado ciudades espectaculares como Shanghái
y Dubái, y no he experimentado ni una cuarta parte de la emoción que me produce
esta pequeña joya castellana.
La técnica se estudia, pero el alma no se fabrica
en un estudio o en un laboratorio. Es probable que yo sea un enamorado de la historia
y que otorgue demasiada importancia al fruto de las experiencias vividas, pero
no puedo ir contra mis sentimientos. Si París bien vale una misa –frase atribuida
al rey francés Enrique IV– Segovia vale un paseo sin prisas para saber de dónde
venimos y tal vez adónde vamos. El Acueducto es un recordatorio permanente de la cultura romana que tanto ha impregnado a Europa. La catedral y las mútiples iglesias románicas son testimonio elocuente del influjo de la fe cristiana en la configuración de los pueblos hispánicos. El Alcázar simboliza entre otras muchas cosas el largo y tortuoso proceso hasta la constitución de un estado moderno. Demasiados referentes para una agradable tarde de verano.
Gracias Gonzalo. Después de haber pasado tantos años paseando por sus calles y haber nacido en uno de sus pueblecitos, yo también la considero, como dices tú, una ciudad con alma. Una ciudad con alma en sus calles, en sus gentes, en cada uno de sus rincones.
ResponderEliminarAlma, historia, arte en cada uno de sus rincones. Gracias.Rafa
Gracias a ti, Rafa, que conoces mucho mejor que yo esta hermosa ciudad.
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