Dentro de unas
horas emprendo el vuelo de regreso a Europa después de haber pasado diez días
en el Perú. Ha sido un viaje corto, limeño, sereno y entrañable. En el
evangelio de ayer Jesús hablaba del corazón: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. También yo quisiera
hablar hoy del corazón… latino.
Tranquilos, no pienso disertar sobre la canción que hizo famoso a David Bisbal en 2002, aunque al final pondré el vídeo
para dar un poco de ritmo a este anodino lunes de agosto. Quiero hablar sobre
el carácter de estas gentes, sobre mis amigos latinoamericanos, sobre lo que
siento cada vez que viajo a este maravilloso continente, que considero mi
segunda casa. Tengo muchos conocidos y amigos desde Bariloche (en Argentina)
hasta Victoriaville (en Canadá). Algunos de ellos son lectores habituales de El rincón de Gundisalvus. Desde aquí les envío un saludo muy cordial.
Comenzaré por un
detalle revelador. El número 82 de la Introducción general del Misal Romano dice: “En cuanto al signo mismo para dar la paz,
establezca la Conferencia de Obispos el modo, según la idiosincrasia y las
costumbres de los pueblos. Conviene, sin embargo, que cada uno exprese la paz
sobriamente sólo a los más cercanos a él”. Es evidente que los redactores de
esta rúbrica no entendían bien “la
idiosincrasia y las costumbres de los pueblos”; por lo menos, de los
pueblos latinoamericanos. Eso de dar la paz “sobriamente
solo a los más cercanos” no responde al carácter latino. Aquí –y no digamos
en Brasil, Colombia, Venezuela, Centroamérica o las Antillas– la paz se da a
cuantos más mejor. Los besos y abrazos se reparten con profusión, sin límites
espaciales o temporales. Uno da el abrazo de paz como si fuera la primera o la
última vez que se encuentra con esa persona. Confieso que las primeras veces
que viajé al continente me resultaba algo excesivo y desproporcionado. Daba la
impresión de que la misa había sido solo una larga preparación para este
emotivo e interminable momento del rito de la paz. Las personas que hasta
entonces habían permanecido un poco acartonadas expresaban lo mejor de sí
mismas. Yo mantenía mi sobriedad europea. Con el paso del tiempo –aunque sigo
pensando que es mejor ser comedidos– creo haber entendido algo de este efluvio emocional.
El corazón latino
es efusivo por naturaleza. Esta efusividad tiene sus riesgos. Las personas suelen
ser hipersensibles, enamoradizas, apegadas y hasta volubles: dependen demasiado
del último viento afectivo que sopla en sus vidas. Por eso les resultan
difíciles dos cosas: los compromisos a largo plazo y la salida de su país y aun
de su ambiente familiar y afectivo.
Pero un corazón así tiene también su lado entrañable y mariano. Los latinos son cercanos, cariñosos, profundos, hospitalarios, agradecidos y generosos. Saben disfrutar de la amistad, de la conversación y de la fiesta. Tienen un fuerte sentido de pertenencia a la familia, a la comunidad, al pueblo, al país y hasta al continente. El corazón latino bombea sangre mestiza. Sus movimientos de sístole y diástole almacenan ritmos autóctonos, europeos y africanos. Y se adivina también, en los pliegues de la interioridad, la huella asiática: el misterio de la profundidad nunca explorada del todo. Esta combinación resulta seductora.
Ser claretiano latinoamericano parece una redundancia porque es como decir que uno es "doblemente corazón": por cultura y por carisma. La marca indeleble es la cordialidad, el estilo vital de quienes tienen corazón. Eso es lo que he experimentado durante el II Capítulo Provincial de Perú-Bolivia celebrado en "Casa Claret" de Chaclacayo. Arriba podéis ver la foto con todos los participantes.
Pero un corazón así tiene también su lado entrañable y mariano. Los latinos son cercanos, cariñosos, profundos, hospitalarios, agradecidos y generosos. Saben disfrutar de la amistad, de la conversación y de la fiesta. Tienen un fuerte sentido de pertenencia a la familia, a la comunidad, al pueblo, al país y hasta al continente. El corazón latino bombea sangre mestiza. Sus movimientos de sístole y diástole almacenan ritmos autóctonos, europeos y africanos. Y se adivina también, en los pliegues de la interioridad, la huella asiática: el misterio de la profundidad nunca explorada del todo. Esta combinación resulta seductora.
Ser claretiano latinoamericano parece una redundancia porque es como decir que uno es "doblemente corazón": por cultura y por carisma. La marca indeleble es la cordialidad, el estilo vital de quienes tienen corazón. Eso es lo que he experimentado durante el II Capítulo Provincial de Perú-Bolivia celebrado en "Casa Claret" de Chaclacayo. Arriba podéis ver la foto con todos los participantes.
Me voy del Perú
con deseos de volver. Siempre que salgo de algún país latinoamericano siento
que algo de mí se queda aquí. Gracias a todos los que se esmeran por alimentar
mi nostalgia.
Gonzalo, me gustó tu perceptiva nota sobre el saludo de la paz.
ResponderEliminarSiempre he creído que esa espontánea explosión de entusiasmo a la invitación a darse la paz, nos tiene que llevar a preguntarnos a los celebrantes (y, por supuesto, a la Sagrada Congregación para el Culto divino) por qué en el resto de la Eucaristía la asamblea se percibe indolente, acartonada -dices bien- y pasiva... y a volver a la inspiración cálida, informal y fraterna de la cena del Señor.
Y recuerdo la respuesta de una suscriptora de la revista claretiana norteamericanas US Catholic a una encuesta sobre sí debería permanecer o no el saludo de paz dados los riesgos de contaminación: "Soy una anciana que vive sola. No vayan a quitar el saludo de paz en la misa: es el único contacto humano que yo tengo en la semana".
He tenido la misma experiencia, personas que han manifestado que es el único abrazo que reciben, el del momento de la paz en la eucaristía...
EliminarGonzalo, me gusta la descripción que haces del corazón latino.
ResponderEliminarRealmente son hipersensibles y emotivos...
Amar de verdad también duele.