Escribo esta
entrada en el aeropuerto de Barajas mientras degusto un cappuccino. Acabo de llegar de Lima. Confieso que esta vez no me
tocó en suerte una señora de 130 kilos sino una escuálida y simpática muchacha
que se comportó con amabilidad y discreción. Durante el vuelo leo algunas informaciones sobre la
muerte del filósofo calceatense Gustavo Bueno. Confieso que no he leído
nada de él, aunque sí he visto por televisión varias
intervenciones suyas. Hay tres cosas que me sorprendieron: su
erudición, su verbo atropellado con entonación pueblerina (era un gran
polemista) y su ateísmo sin fisuras. En erudición no puedo competir con un
hombre de 91 años, lector empedernido y dotado de una memoria prodigiosa. Por
lo que respecta a su ateísmo, no sé qué decir. Cuando un hombre como él, culturalmente
católico, defiende con pasión no solo que Dios no existe sino que no puede existir, yo permanezco callado.
Entiendo estas declaraciones como un reto.
Desde la mesa en
la que escribo veo algunos grupos de personas conversando mientras toman un
café o un helado. El trasiego es constante. Barajas en el mes de agosto parece
la Gran Vía. Millones de pasajeros van y vienen. No veo a Dios con una maleta
en la mano. Y me temo que la mayoría de las personas están más preocupadas por
no perder su vuelo que por buscar a Dios en este laberinto. ¿Qué significa
creer en Dios? ¿Qué imagen nos hacemos de él los que nos confesamos creyentes?
¿Cómo se ha formado en nosotros esta idea? ¿Por qué la mantenemos a pesar de
que hombres de la talla intelectual de Gustavo Bueno
quieren convencernos de que es absurda? ¿Seguimos creyendo por costumbre, por
miedo, por pereza intelectual, por infantilismo? Me resulta difícil responder a
estas preguntas con precisión. Dejo que me trabajen por dentro, que me obliguen
a pensar, a seguir explorando, a superar prejuicios, a abrirme al misterio.
En otras etapas
de mi vida he debatido –si se puede
decir así– con Aristóteles, Platón, San Agustín, Santo Tomás, Descartes, Kant,
Hegel, Heidegger, Sartre, Wittgenstein, Bertrand Russell, Albert Camus…
Recuerdo con qué fruición leí en 1979 la obra de Hans Küng ¿Existe
Dios?. Me ayudó a repasar las diversas posturas en torno a esta
sempiterna cuestión.
Confieso que hoy planteo las cosas de otro modo. Me dejo guiar por la palabra de Jesús. Para algunos –estoy seguro de que para Gustavo Bueno– esto es una dejación irresponsable, la aceptación de una derrota intelectual, el refugio fácil en el fideísmo. Puede ser. Yo lo percibo como el único camino para no errar, para no ser víctima de un racionalismo suicida. Recuerdo ahora las palabras de Jesús: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt 11,25). No veo en estas palabras de Jesús ningún desprecio a la razón humana sino una actitud que va más allá. Mi convivencia con orientales me ha ayudado a superar el racionalismo que nos caracteriza a los europeos. La realidad es siempre más compleja de lo que nosotros conseguimos analizar.
Confieso que hoy planteo las cosas de otro modo. Me dejo guiar por la palabra de Jesús. Para algunos –estoy seguro de que para Gustavo Bueno– esto es una dejación irresponsable, la aceptación de una derrota intelectual, el refugio fácil en el fideísmo. Puede ser. Yo lo percibo como el único camino para no errar, para no ser víctima de un racionalismo suicida. Recuerdo ahora las palabras de Jesús: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt 11,25). No veo en estas palabras de Jesús ningún desprecio a la razón humana sino una actitud que va más allá. Mi convivencia con orientales me ha ayudado a superar el racionalismo que nos caracteriza a los europeos. La realidad es siempre más compleja de lo que nosotros conseguimos analizar.
Es verdad, no veo a Dios en el aeropuerto. Las
conversaciones de las mesas de al lado versan sobre un viaje a las fallas de
Valencia y sobre otros asuntos parecidos. No escucho a nadie que hable de Dios.
Y, sin embargo, no logro apagar la inquietud. ¿Seré un extraterrestre? ¿Habré
dejado de pensar hace mucho tiempo?
Leer estas reflexiones tuyas sobre la existencia de Dios, resulta muy edificante y, en cierto modo, tranquilizador o consolador. Esas preguntas parece que pasan por mi mente más a menudo de lo que quisiera. Lo atribuyo al demonio que trata de alejarnos de Dios. Y al sentir que a personas como tú también les sucede me siento más tranquilo. Y recuerdo cuando decías que ante acontecimientos tremendos que hacen dudar del "papel" de Dios viste a personas como la señora mayor de ¿Haiti? que en medio del pánico general veía a Dios y sonreía. Allí estaba Dios como en tantas ocasiones y sitios aunque lo nieguen filósofos y el propio mundo actual y pasado, siempre ha sido así, de una manera u otra. Gracias
ResponderEliminarGracias por expresar y compartir tus inquietudes.
ResponderEliminar