lunes, 15 de agosto de 2016

Salve, Virgen del Pino

Anoche volví a emocionarme. La ceremonia dura menos de media hora. La iglesia, abarrotada de gente, se viste de gala. Al filo de las 10 de la noche, los gaiteros anuncian la llegada de la mayordoma que porta la vela encendida. El párroco la toma, la coloca al pie del camarín de la Virgen del Pino y la deja encendida hasta que se consuma. Inmediatamente comienzan los primeros acordes de la Salve Regina de Hilarión Eslava. Durante diez minutos, el coro popular, formado por voces intergeneracionales, interpreta esta composición –a veces, mística; otras, casi zarzuelera– que los lugareños y visitantes perciben como un dardo directo al corazón.  El acorde inicial en sol menor marca el carácter íntimo de un canto mariano que lleva ejecutándose en la villa de Vinuesa desde hace unos 80 años. No es, pues, ancestral, pero sí muy popular. Cuando el coro ataca el Ad te, ad te clamamus, todos, sin entender latín, dirigen a la Virgen sus anhelos más profundos, le presentan sus necesidades irresueltas. Es como si el coro pusiera voz a los clamores de los hombres y mujeres que se dirigen a la Madre implorando consuelo y misericordia. Sea cual fuere nuestro tenor de vida, en el fondo todos somos conscientes de vivir in hac lacrimarum valle (en este valle de lágrimas) y aspiramos a que “después de este destierro”, la Madre nos muestre a Jesús, “fruto bendito de su vientre”. 

Os dejo un vídeo que preparé hace un par de años. El fondo musical es una versión de la Salve Regina de Hilarión Eslava. Las imágenes ilustran el texto de esta clásica antífona mariana.



El evangelio de este día 15, solemnidad de la Asunción de María, nos ofrece el canto del Magnificat, que es un resumen poético de la experiencia de Dios que tiene María, una experiencia que es manantial de gozo: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi alma en Dios mi salvador”. Es un Dios que se fija, sobre todo, en los humildes: “Porque ha mirado la humillación de su eslava; desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. Es un Dios que vuelve del revés este mundo injusto que hemos construido los seres humanos: A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Es, por último, un Dios que tiene memoria, que no olvida su compromiso de amor con su pueblo: “Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia”. Cada vez que somos seducidos o confundidos por otras imágenes de Dios es saludable volver al Magnificat. María da testimonio del Dios verdadero. Ella se convierte en nuestra guía por los inextricables senderos de la fe. Quizá eso explique por qué millones de hombres y mujeres en todo el mundo la invocan con devoción. Lo resume bien una canción popular: “Estrella y camino, prodigio de amor, de tu mano, Madre, hallamos a Dios”.

Yo, por mi parte, he tenido el atrevimiento de componer este soneto a María, bajo la advocación de Virgen del Pino, en el día en que mi pueblo natal celebra con júbilo su fiesta. Este año tengo la suerte de celebrarla junto con mis familiares y paisanos.
Busco, Virgen del Pino, tu mirada
entre tantos destellos luminosos
que deslumbran mis fatigados ojos,
sin encender mi vida disipada.

Busco solo tu cara enamorada
en ese camarín de luces y oros,
anhelo la alegría de los coros
que cantan con la voz arrodillada.

Siete siglos te contemplan coronada
de los cantos, plegarias y sollozos
de mi vieja Vinuesa, villa amada.

La alegre letanía de los gozos
los dolores de esta vida tan probada
se reflejan en la gloria de tus ojos.


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