Los fanáticos del
Estado Islámico la han tomado con Roma. Para ellos representa el centro
neurálgico de los cruzados, que es como ellos denominan a los cristianos
y, por extensión, a los occidentales. Su sueño es colocar la bandera del ISIS en
lo alto de la cúpula de san Pedro. Es muy probable que se trate solo de una
fanfarronada, pero ya han conseguido parte de su objetivo: hacer que Roma, ciudad
abierta –como la denominó Roberto Rossellini en su famosa película Roma, città aperta– se esté convirtiendo en una ciudad
blindada. Recuerdo la primera vez que entré en la basílica de san
Pedro. Fue en septiembre de 1981. Se accedía sin ningún control de seguridad.
Uno entraba en la basílica con la misma facilidad con que entro hoy en la iglesia
de mi pueblo. Con el paso del tiempo, se introdujeron los detectores de metales
y otras medidas de seguridad. Ahora, con motivo del Jubileo de la Misericordia y
ante las amenazas del terrorismo de matriz islámica, la bella Roma se está
convirtiendo en un fortín. ¡Hasta el ejército está apostado en muchos sitios estratégicos!
Lo que estamos
viviendo es incómodo, produce temor y ansiedad, altera el ritmo cotidiano, pero
no es sino el síntoma de un desorden más profundo: la dificultad –casi incapacidad–
que los seres humanos tenemos para afrontar los conflictos de manera razonable.
Donald Trump, haciendo gala de su estilo desafiante y provocador, ha llegado a afirmar
que el Estado Islámico es una creación de Barack Obama y Hillary Clinton. Se
trata de una calumnia, pero –quizá en contra de sus pretensiones– pone de relieve
que la dinámica acción–reacción no resuelve sino que agrava los conflictos. El
sedicente Estado islámico culpa a Occidente de todos los males de Oriente Medio
y se arroga el derecho a utilizar el Islam como justificación para luchar contra
él. Es obvio que se trata de una manipulación descarada, pero –como en el caso de
Trump– pone el dedo en una llaga que nunca fue curada del todo y que, por
tanto, nunca cicatrizó bien: la producida por algunas potencias occidentales en
la creación y repartición de los artificiales
países de Oriente Medio puestos al servicio de sus intereses. La historia no se
puede cancelar de un plumazo.
Nunca habrá paz
sin justicia por muchos medios coercitivos que se utilicen. El viejo adagio Si vis pacem para bellum (Si quieres la
paz prepara la guerra) “resuelve” algunas situaciones conflictivas a corto
plazo, pero sienta las bases de futuras explosiones. Crear una cultura del
diálogo y la paz lleva tiempo, exige paciencia, capacidad de aceptar los
fracasos… pero es la única manera de asegurar la convivencia en las sociedades multiculturales
y multirreligiosas cada vez más normales en este mundo globalizado. Si Roma
sigue blindada mucho tiempo, dejará de ser Roma, porque la apertura es
consustancial al espíritu de esta ciudad eterna.
Es más dificil ser consecuentes con nuestra vida de cristianos que vivir con el temor del infierno. Reflexión profunda y que nos compromete en el quehacer de cada día. Gracias
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