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lunes, 29 de agosto de 2016

Todavía hay ciudades con alma

Pasé toda la tarde de ayer en Segovia. Podría no haberme sorprendido. Al fin y al cabo, viví en esta hermosa ciudad castellana cinco años y la he visitado infinidad de veces. Pero ayer me dejó fascinado, casi como si hubiera sido la primera vez. La encontré limpia, serena, habitada. Aunque había turistas, no percibí el agobio que se padece en otros lugares. La gente paseaba con calma. Varias calles del centro histórico han sido peatonalizadas, con lo cual se puede caminar sin desazón. Contemplar el monasterio de Santa María del Parral desde la explanada del Alcázar a eso de las ocho de la tarde me produjo una extraña combinación de belleza y melancolía. Es el último reducto de la otrora poderosa Orden de San Jerónimo. Iluminado por el sol vespertino, el monasterio parecía un oasis en medio de las tierras achicharradas al final del verano.

Mi paseo comenzó por la iglesia del Convento de los Carmelitas Descalzos donde se conserva el sepulcro de san Juan de la Cruz. Esta vez me impresionó el silencio. Casi se respiraba. Algunas personas oraban en la capilla del sepulcro. No había turistas, lo que no deja de ser algo extraño. El paso fugaz por el santuario de Nuestra Señora de la Fuencisla me permitió recordar las novenas de hace muchos años. Así podría ir desgranando otros muchos rincones cargados de recuerdos, pero eso no importa mucho a los lectores del blog. Son emociones demasiado personales. De vuelta a la comunidad claretiana a pie, tenía la impresión de que hoy sabemos construir ciudades nuevas con racionalidad, pero sin alma. Segovia no es el resultado de un plan urbanístico más o menos ingenioso o sistemático sino de una historia multisecular. Y la historia no se inventa en el estudio de un arquitecto o de un paisajista. He visitado ciudades espectaculares como Shanghái y Dubái, y no he experimentado ni una cuarta parte de la emoción que me produce esta pequeña joya castellana. 

La técnica se estudia, pero el alma no se fabrica en un estudio o en un laboratorio. Es probable que yo sea un enamorado de la historia y que otorgue demasiada importancia al fruto de las experiencias vividas, pero no puedo ir contra mis sentimientos. Si París bien vale una misa –frase atribuida al rey francés Enrique IV– Segovia vale un paseo sin prisas para saber de dónde venimos y tal vez adónde vamos. El Acueducto es un recordatorio permanente de la cultura romana que tanto ha impregnado a Europa. La catedral y las mútiples iglesias románicas son testimonio elocuente del influjo de la fe cristiana en la configuración de los pueblos hispánicos. El Alcázar simboliza entre otras muchas cosas el largo y tortuoso proceso hasta la constitución de un estado moderno. Demasiados referentes para una agradable tarde de verano.

2 comentarios:

  1. Gracias Gonzalo. Después de haber pasado tantos años paseando por sus calles y haber nacido en uno de sus pueblecitos, yo también la considero, como dices tú, una ciudad con alma. Una ciudad con alma en sus calles, en sus gentes, en cada uno de sus rincones.
    Alma, historia, arte en cada uno de sus rincones. Gracias.Rafa

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    1. Gracias a ti, Rafa, que conoces mucho mejor que yo esta hermosa ciudad.

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