sábado, 20 de febrero de 2016

No creer en nada es una putada

No me gusta usar tacos, pero tengo que ser fiel al autor de la frase. Hoy, navegando por “El Mundo” digital, me he encontrado con una entrevista al cantante Coque Malla. Apenas he escuchado de él alguna canción suelta. Pero me ha llamado la atención su sinceridad. A la pregunta “¿A quién reza un ateo como usted?” ha respondido: “A algo intangible que los ateos sufrimos. A veces tenemos ganas de rezar y no tenemos a nadie porque no creemos. Es una putada. Hay veces que tienes tantas ganas de rezar y pedir algo poderoso que cambie las cosas...Yo siempre había sido un ateo convencido, pero llega un momento en que no creer en nada es una putada. Y me inventé esta canción. Dios no voy a decir, Alá tampoco... Así que Santo, Santo”.

¿Quién no ha tenido, a veces, la impresión de que orar es como hablar con las paredes? Hace años que me acompaña esta canción de Luis Alfredo Díaz. Pone letra y música a la sensación de que orar es la actividad humana más inútil: “A veces, me parece que estoy loco, un interlocutor a quien le han colgado el teléfono, un vendedor de feria que se ha quedado sin voz”. 

Cuando he presidido algunos funerales de jóvenes muertos en accidente de tráfico me he estremecido viendo cómo sus amigos lloran desconsolados. Algunos –como Coque Malla– sienten ganas de rezar, pero no saben a quién. Creen que no creen. Su oración está hecha de lágrimas y vacíos. Utilizan un eufemismo para no tener que usar la palabra “cielo”, tan ligada a la fe. Dicen: “allá donde estés”. Es el último resquicio de una fe que, como las brasas cubiertas de ceniza, no ha desaparecido del todo. Y quizá ni siquiera puede desaparecer porque está anclada en nosotros, en nuestro ADN. No encuentro mejor explicación antropológica que la que nos brindó Agustín de Hipona hace dieciséis siglos: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón siempre estará inquieto hasta que no descanse en ti”. Tiene razón Coque Malla: “Llega un momento en que no creer en nada es una putada”. Ni siquiera tienes alguien a quien echarle la culpa del sufrimiento inútil.

Algunos de mis amigos se confiesan ateos. No me asusta. La vida es demasiado compleja como para resolver su misterio de forma rápida o ingenua. Han combatido la batalla por el sentido de la vida y, de momento, no vislumbran ningún Dios en el horizonte. Otros siguen siendo víctimas de una triste educación infantil que les pintó un Dios despótico y ridículo en el que hace falta cuajo para creer. Lo que me desconsuela es encontrar a gente –jóvenes, sobre todo– que despachan el asunto con una indiferencia insultante. La putada, entonces, no es “no creer en nada” sino naufragar en el océano de la superficialidad. 

2 comentarios:

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