domingo, 26 de octubre de 2025

Adiós a la tierra de El Padrito


Dentro de unas horas regreso a Madrid después de una semana intensa en Las Palmas. Con este eslabón canario, completo la cadena de los principales lugares claretianos en el mundo. En Canarias confluyen África, América y Europa. Las islas son un crisol de civilizaciones. También son un crisol de espiritualidad claretiana. El Claret forjado en su Cataluña natal (Europa) se entrena en Canarias (geográficamente África) para evangelizar en Cuba (América). Por eso, los catorce meses canarios son tan determinantes en su itinerario personal y apostólico. Después de haber conocido los lugares más significativos de Las Palmas, la capital, y de Teror, ayer tuve la oportunidad de visitar Agüimes (el lugar donde a Claret comenzaron a llamarlo El Padrito), Arucas (con su famosa “catedral”) y el sur turístico (Playa del Inglés, Maspalomas, etc.) con sus cerca de 90.000 plazas hoteleras. 

Durante todo el día el cielo lució un “azul peninsular”, lo que hizo que el termómetro se alzase hasta cerca de los 30 grados. Durante estos días me ha acompañado el libro de Emilio Vicente Mateu “Claret. Vida y misión en las Islas Canarias”, un interesante texto que narra en forma autobiográfica el periplo canario del santo. Además de basarse en la Autobiografía y en algunas biografías generales, el libro bebe, sobre todo, de dos obras del padre Federico Gutiérrez Serrano: “San Antonio María Claret, apóstol de Canarias” (Madrid 1969) y “El Padrito” (Madrid 1972).


Hoy, algo desajustados con el cambio de hora, celebramos el XXX Domingo del Tiempo Ordinario. En el evangelio Jesús nos habla de dos figuras que nos resultan familiares: el fariseo arrogante y el publicano humillado. Podemos cambiarles de nombre y actualizar sus palabras, pero sus actitudes permanecen, traspasan los tiempos. Nos hablan de dos maneras de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Del fariseo se dice que oraba “erguido”, con la cabeza bien alta, seguro de sí mismo. Con el lenguaje corporal destilaba seguridad y altanería. Por si hubiera dudas, el lenguaje verbal es explícito: “Te doy gracias porque no soy como los demás hombres”. ¿Cómo eran los “demás hombres”? El fariseo no se corta un pelo. Eran “ladrones, injustos y adúlteros”. Por contra, él exhibe un currículo que considera impecable: “Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. 

La actitud corporal del publicano es completamente distinta: “Quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho”. El lenguaje verbal también era muy explícito. No presumía de currículo, sino que imploraba una petición: “Oh, Dios, ten compasión de este pecador”. Por si hubiera alguna duda interpretativa, Jesús remata la historia con una sentencia clara: “Os digo que este [el publicano] bajó a su casa justificado, y aquel [el fariseo] no”.


El fariseísmo es una enfermedad muy actual. Reviste modalidades burdas y sutiles. Uno puede decir: “Te doy gracias, Señor, porque no soy como esos laicos ignorantes. Tengo estudios teológicos y rezo todos los días la Liturgia de las Horas”. O puede pensar cosas más rebuscadas como: “A estos africanos y asiáticos les queda mucho para ser cristianos pata negra”, “Comulgo en la boca y de rodillas mientras esas viejas se llevan la hostia a la boca con sus arrugadas manos”, “Soy un cristiano ilustrado que ha leído a Rahner, cita a De Lubac y no se pierde en efluvios emocionales como si fuera un predicador latinoamericano o carismático”. [Cada uno podemos escribir el guion de nuestras arrogancias farisaicas, que hay muchas]. 

Mientras perdemos el tiempo exhibiendo músculo cristiano (más aparente que real), abundan los “publicanos” que no encuentran nada de qué presumir. Intuyen que solo pueden seguir viviendo si se cobijan bajo la misericordia divina. Transforman los méritos que creen no tener en humildes peticiones y aceptan la gracia como lluvia de mayo. El resultado es claro. Los primeros se secan en su orgullo; los segundos florecen en su humildad. No hay nada más que añadir. Visto para sentencia.

viernes, 24 de octubre de 2025

Siempre es posible


Han pasado 155 años desde que, a eso de las 8,45 de la mañana, Antonio María Claret muriera en una celda del monasterio cisterciense de Fontfroide, en el sur de Francia, el 24 de octubre de 1870. Completó así un itinerario terreno de 62 años y diez meses, demasiado breve teniendo en cuenta las expectativas de vida actuales, pero más que cumplido en su tiempo. A lo largo de mi vida como claretiano he tenido la oportunidad de visitar casi todos los escenarios en los que Claret vivió. 

Durante esta semana he podido hacerlo en el único lugar significativo que me quedaba: las Islas Canarias. Claret estuvo, sobre todo, en la isla de Gran Canaria, pero llegó primero a Santa Cruz de Tenerife (11 de marzo de 1848) y partió para la península desde Lanzarote (2 de mayo de 1849). Tenía 40 años. Estaba en plenitud de fuerzas. Los diez años por tierras catalanas habían supuesto su consagración como misionero apostólico. En los catorce meses escasos que pasó en las Islas Canarias pudo poner en práctica todo lo que había ensayado en su etapa anterior y madurar la idea de formar un grupo de compañeros que compartieran establemente con él la tarea misionera.


Lo vivido por Claret en Canarias demuestra una vez más que, cuando hay fuego interior, todo es posible, aunque las circunstancias externas sean adversas. Hoy solemos repetir a menudo que en las sociedades secularizadas es difícil evangelizar, que la mayoría de las personas son reacias o indiferentes al anuncio del Evangelio, pero esto no tendría que ser excusa para quedarnos con los brazos cruzados o abandonarnos a una pastoral minimalista. Donde hay fuego, hay luz y calor. No está en nuestras manos cambiar el curso de la historia, pero podemos avivar el fuego que hemos recibido.

Claret no perdió el tiempo en quejarse de la situación que encontró en Canarias. Desde el primer momento se puso manos a la obra. Mientras muchos agotan el tiempo en analizar ad nauseam lo que está pasando, unos pocos se aprestan a iluminar la situación y a acompañar a las personas en sus itinerarios de búsqueda. Durante estos días he tenido la oportunidad de reunirme con los claretianos de las islas, con cristianos de la parroquia Corazón de María de Las Palmas y con profesores del Colegio Claret. En todos he percibido el deseo de no echar en saco roto la herencia recibida de nuestro intrépido fundador.


Hablando con el secretario general de los Seglares Claretianos, quien me acompañó ayer en un interesante recorrido claretiano por el centro histórico de la ciudad, convinimos en que uno de los secretos del fruto apostólico de Claret consistía en ser claro y enérgico en la denuncia de los males morales y materiales que afligían al pueblo e infinitamente misericordioso con las personas que los padecían. Claridad (en tiempos de confusión e incertidumbre) y compasión (en tiempos de indiferencia y egocentrismo) son dos rasgos que tendrían que caracterizar nuestro estilo de vida hoy. 

Si algo he aprendido durante estos días es que cuando un misionero ama a las personas produce siempre fruto. El amor nunca queda infecundo. Otras cosas (ideas brillantes, programas bien articulados, etc.) pueden ser vistosas, pero no transformadoras. Quien ama nunca se equivoca. Esta es una ley universal que puede aplicarse en todo tiempo y lugar. Los santos la han entendido, por eso nunca pasan de moda.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Mensajes ocultos de Dios


Mientras en algunos lugares de la península el otoño enseña sus garras (frío y lluvia), aquí, en Las Palmas de Gran Canaria, disfrutamos de una temperatura agradable en torno a 24 grados. La oscilación térmica entre la máxima y la mínima es apenas de cuatro grados. 

Ayer comenzamos con los fieles de la parroquia Corazón de María el triduo preparatorio de la fiesta de san Antonio María Claret. Debo confesar que en pocas partes he visto -incluidos los lugares donde Claret residió más tiempo- un sentimiento tan genuinamente claretiano como aquí. A veces me da la impresión de que para muchos canarios no hubiera pasado el tiempo. Pareciera que hubieran participado en una misión predicada por Claret la semana pasada o hace un par de meses.

O, por lo menos, que hubieron oído contar a sus padres o abuelos alguna anécdota del paso del santo misionero por las islas, lo que resulta inverosímil porque Claret zarpó de Lanzarote el 2 de mayo de 1848 y ya no volvió más. ¡Han pasado 177 años desde entonces! Los testigos fueron, como mínimo, los tatarabuelos de los más ancianos. No sé cuál es la razón profunda de esta sincronía sentimental. Merecería la pena estudiar a fondo (algunos ya lo han hecho en parte) este enamoramiento mutuo entre Claret (es decir, El Padrito) y los canarios y los canarios y El Padrito. Se me ocurren algunas razones, pero no son más que hipótesis sin confirmar.


Cuando un pueblo vive una situación desesperada en la que se juntan el hambre, las epidemias, el analfabetismo, la postración moral, el abandono por parte de los gobernantes y la desesperanza... y de repente llega un hombre santo, pequeño de estatura, pero gigante de espíritu, que se dedica en cuerpo y alma a atenderlo (sin condenarlo), es normal que brote por parte de este mismo pueblo una respuesta de amor y confianza. 

Catorce meses parece un lapso muy corto, pero la intensidad debió de ser de tal calibre que solo así se explica su perduración en el tiempo. Aquí ha funcionado a las mil maravillas la tradición oral. Los testigos de primera hora contaron (y tal vez magnificaron) sus experiencias a sus descendientes, de manera que la cadena de transmisión ha llegado hasta hoy. Todo hace suponer que seguirá viva durante más tiempo porque muchos jóvenes siguen vibrando con la historia de El Padrito y se sienten claretianos de corazón.


Esta mañana he dispuesto de un poco de tiempo para caminar por el paso marítimo que bordea la playa de Las Canteras. He llegado hasta el auditorio Alfredo Kraus, un canario al que admiro desde hace mucho tiempo y a quien pude saludar en alguna ocasión en Colmenar Viejo. Ayer descubrí que había nacido en la hermosa Casa de Colón, muy cerca de la catedral. 

El mar estaba hoy ligeramente encrespado (bandera amarilla), pero había un buen número de bañistas y surfistas locales y foráneos. Recorriendo con calma canaria los más de tres kilómetros del paseo, he rememorado los tres años que viví junto al mar Cantábrico en la ciudad pesquera de Castro Urdiales, en Cantabria. Aunque soy de tierra adentro y me siento muy atraído por la montaña, la experiencia cántabra me ayudó a descubrir la fascinación del mar. Me puedo pasar horas sentado en una roca contemplando el horizonte o viendo las olas que se estrellan contra el acantilado o besan con suavidad la arena de la playa. ¿Se necesita algún otro libro más elocuente para leer los mensajes ocultos de Dios?

martes, 21 de octubre de 2025

La Virgen del Pino


Hay días anodinos y días memorables. Ayer fue uno de esos días que pertenecen a la segunda categoría. Animé una jornada de retiro con quince claretianos pertenecientes a las tres comunidades de Las Palmas de Gran Canaria y de Santa Cruz de Tenerife. Compartimos la oración, la reflexión, el silencio, la comida y el diálogo. Buscamos motivos para vivir con esperanza nuestra vocación misionera en un contexto muy desafiante. Esta es nuestra hora. No se trata de retrasar nuestro reloj o de adelantarlo precipitadamente. El reto está en vivir con intensidad el tiempo presente. 

También en este primer tercio del siglo XXI es posible seguir a Jesús y compartir el camino con todos aquellos que escuchan su voz. Era imposible celebrar nuestra jornada de retiro sin tener como trasfondo la experiencia de las cinco campañas misioneras que nuestro fundador desarrolló en Gran Canaria y Lanzarote entre marzo de 1848 y mayo de 1849. Claret dejó las Islas Afortunadas dos meses antes de fundar nuestra congregación en Vic el 16 de julio de 1849. La experiencia canaria fue el espaldarazo que necesitaba para dar forma a un proyecto que llevaba acariciando hacía años.


Por la tarde, acompañado por el superior de la comunidad, subí al hermoso pueblo de Teror donde se encuentra la basílica de Nuestra Señora del Pino. Caía la tarde. La temperatura era suave. Al fondo se veían unas nubes lánguidas. Entré en el recinto con profunda emoción. Decir Virgen del Pino es evocar la advocación mariana de mi pueblo natal. Mi madre y una de mis hermanas llevan también este nombre. Subí al camarín donde está la imagen que hace vibrar a los canarios. Oré ante ella. Recordé a mis seres queridos. Tomé alguna foto de recuerdo. 

Sentí que la casa de la Madre es acogedora en todas partes. Su nombre cambia (Pino, Pilar, Fuencisla, Guadalupe, Fátima…), pero su maternidad es siempre la misma. Ella conserva la Palabra en su corazón y nos invita a hacer lo que Él nos diga. Acaricia al niño recién nacido y permanece de pie junto a la cruz de su Hijo ajusticiado. Es Madre en todas las circunstancias de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte, desde la concepción hasta la resurrección.


A las siete celebramos allí mismo la Eucaristía con una treintena de personas: fieles del pueblo y algún peregrino como nosotros. En la homilía evoqué también el lazo que une a la patrona de Canarias y a la de Vinuesa. Ni siquiera los sacristanes de la basílica habían oído hablar de que en un pequeño pueblo de la montaña soriana hubiera “otra” Virgen del Pino. Les picó la curiosidad. Es probable que al llegar a su casa hicieran alguna búsqueda en internet. 

Caída la noche, bajamos de nuevo a Las Palmas por una carretera distinta a la del ascenso. Fueron tantas las emociones vividas en las dos horas que pasamos en Teror que me fui a la cama con el regusto de haber vivido un día memorable, uno de esos que figuran en rojo en el calendario personal. Fue hermoso que estuviera asociado a María bajo la advocación de Virgen del Pino, una de las miles de advocaciones que el pueblo cristiano ha dado a la Madre de Jesús y que enriquecen la geografía mariana de nuestra tierra.

lunes, 20 de octubre de 2025

Un corazón robado


La humedad de Canarias contrasta con la sequedad de Madrid. Estoy más acostumbrado a la segunda que a la primera. Pero se agradecen los 23 grados llevaderos en Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad que se aproxima a los 400.000 habitantes. Comenzamos hoy la “semana claretiana”. El próximo viernes se celebrará la solemnidad de san Antonio María Claret que -junto con la Virgen del Pino- es compatrono de la diócesis canariense desde 1951, un año después de su canonización. A lo largo de los años he tenido la oportunidad de conocer los principales escenarios por los que discurrió la vida de Claret: Sallent (su pueblo natal), Barcelona, Vic, numerosos pueblos catalanes, Santiago de Cuba, Madrid, París, Roma y Fontfroide (el monasterio cisterciense francés en el que murió). 

Pero hasta ahora no había tenido la oportunidad de visitar Canarias, la tierra en la que pasó alrededor de catorce meses misionando. Todo estaba programado para la primavera de 2020, pero la pandemia lo impidió. El impacto de la presencia de Claret en Canarias fue tan grande que hasta hoy se mantiene la memoria de “El Padrito”, como lo llaman cariñosamente los canarios. Claret sintió que los isleños le habían robado el corazón. Hasta ese punto llegó esta “historia de amor” entre un catalán universal y un pueblo hambriento de la palabra de Dios.


Aunque esta semana está llena de encuentros formativos (incluido el triduo de preparación para la fiesta), espero que haya tiempo para visitar algunos de los lugares en los que el “El Padrito” se hizo presente. Con motivo de los 150 años de su paso por estas las islas, en 1999 se colocaron unos azulejos conmemorativos en los lugares más señalados. Es bueno que no se pierda la memoria, sobre todo cuando este recuerdo es un acicate para seguir manteniendo viva la “pasión por evangelizar en comunidad”, que así es como han titulado los claretianos el programa de esta semana. 

Es verdad que las circunstancias de hoy tienen muy poco que ver con las que se encontró Claret. Cuando llegó a las islas en marzo de 1848, la población era, sobre todo, rural, incluso la que vivía en Las Palmas. Apenas un 15% de las personas sabía leer y solo un 10% podía escribir. Mucha gente vivía en casas rudimentarias e incluso en cuevas. Las calles no estaban pavimentadas ni había agua corriente en los hogares. Las gentes se desplazaban a lomos de jumentos y, en el caso de Lanzarote, en camello.


En ese contexto de pobreza material y falta de evangelización, realizó Claret sus cinco campañas misioneras por la isla de Gran Canaria y, ya de regreso a la península, en Lanzarote (abril de 1849). Cuando llegó en marzo de 1848, antes de trasladarse a Gran Canaria, primero predicó en la iglesia de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife. Recorrió después varios pueblos de las islas como Telde, Agüimes, Ingenio, Tejeda, Arucas, Gáldar, Guía, Firgas, Moya, Teror, San Mateo, Santa Brígida, Santa Lucía, San Bartolomé de Tirajana, Teguise y Arrecife. 

Décadas después, el poeta canario Ignacio Quintana Marrero (1909-1983), nacido en Teror y primer pregonero de las Fiestas del Pino, recordaba así , con versos exaltados, esas andanzas misioneras: “Tienen todas las sendas grancanarias / el sello de los peregrinos / y hay en el polvo aún de los caminos / unciones de sus manos sermonarias… / Hoy con la lira de poeta acudo / ante tu exaltación, Claret divino, / andante caballero, peregrino, / Don Quijote de Dios, ¡yo te saludo!”.

domingo, 19 de octubre de 2025

Orar sin desfallecer


Acabo de aterrizar en el aeropuerto de Gran Canaria después de un vuelo tranquilo desde Madrid. He cambiado los 10 grados de la capital por los 18 de este complejo construido junto a la costa atlántica. No se nota agobio, aunque se ven bastantes turistas deambulando por los pasillos. Tengo tiempo para escribir la entrada de hoy mientras espero al claretiano que vendrá a recogerme. En el avión he leído y meditado las lecturas de este XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Lucas dice que Jesús cuenta la parábola del juez y la viuda para enseñar a sus discípulos que “es necesario orar siempre, sin desfallecer”

Es obvio que Jesús no quiere que sus discípulos seamos unos palabreros impenitentes. Esa oración ininterrumpida debe de referirse a otra cosa. San Agustín aclara que no se trata de contarle a Dios las necesidades que conoce mejor que nosotros mismos, sino de mantener siempre vivo nuestro deseo. Solo quien desea se abre a la acción misteriosa de Dios. Con el salmo 62 podemos decir: “Mi alma está sedienta de ti como tierra reseca, agostada, sin agua”.


La segunda lectura nos ofrece otra clave. Pablo, escribiendo a Timoteo, insiste en que las Sagradas Escrituras “pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús”. Por eso, es muy conveniente que nuestra oración se nutra de la Palabra de Dios transmitida en la Biblia porque “toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena”. 

No sé cuántas veces me he quejado en este Rincón de que los itinerarios catequéticos no nos preparan para un uso orante y crítico de la Biblia. Por eso, en vez de nutrirnos de ella, la dejamos de lado. Se nos cae de las manos. No tenemos el hábito de leerla y meditarla con asiduidad, buscando luz y orando con sus palabras, sobre todo con los salmos. Si lo tuviéramos, comprenderíamos cómo podemos orar sin desfallecer, cómo se activa el deseo de Dios en las vicisitudes de la vida.


Esta mañana el papa León XIV ha canonizado a siete nuevos santos, entre ellos a los dos primeros venezolanos en ser canonizados: el doctor José Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles, fundadora de las Siervas de Jesús de Venezuela. Imagino que para un país tan dividido como Venezuela este acontecimiento ayudará algo a restañar heridas. Quienes más nos ayudan no son los políticos, sino los santos, porque no buscan sus intereses, sino solo hacer la voluntad de Dios. Conozco muy poco a estos santos venezolanos, pero la biografía del doctor Hernández me parece sugestiva. La gracia de Dios es capaz de cambiar la vida de cualquier persona que se abra con humildad.


También hoy se celebra la Jornada Mundial de las Misiones. En sintonía con el Jubileo, este año el lema es “Misioneros de esperanza entre los pueblos”. Parece que la palabra “esperanza” no se nos cae de los labios en un tiempo en el que abundan los motivos para desesperar. Quienes están en las fronteras de la evangelización, a veces en situaciones difíciles, suelen ser quienes con más autenticidad y fuerza viven la esperanza. Quienes estamos en las retaguardias confortables siempre vemos el futuro más oscuro. ¡Paradojas de la vida!

sábado, 18 de octubre de 2025

La verdad en el amor


Le tengo mucha simpatía al evangelista Lucas, cuya fiesta celebramos hoy. Mi abuelo paterno llevaba también este nombre de origen griego que significa “luminoso”, aunque también se lo interpreta como gentilicio de la región italiana de Lucania. Parece que Lucas nació en Antioquía en una fecha desconocida del siglo I. A partir del año 50, fue fiel compañero de Pablo de Tarso, quien se refiere a él como “el médico amado” (Col 4,14). Aunque algunos eruditos cuestionan la autoría lucana del tercer evangelio, son más poderosas las razones a favor, empezando por una tradición antigua y consistente. El autor, ciertamente, es una persona erudita, maneja un griego culto y es muy preciso en lo que escribe. 

El comienzo de su evangelio indica con claridad su propósito y su método: “Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1,1-4). Es importante subrayar que la investigación meticulosa y la elaboración sistemática tienen como objetivo mostrar la solidez de las enseñanzas cristianas, hacer ver que la persona de Jesús y su mensaje no pertenecen al género mítico, sino que están bien enraizados en la historia.


Me pregunto qué hubiera sido del Evangelio si hubiéramos dependido solo de la tradición oral. Es probable que, tras dos mil años, hubiera sufrido una deformación semejante a la que sufren los mensajes que se transmiten en el famoso juego del “teléfono descompuesto” (o escacharrado). La expresión escrita permite conservar una referencia objetiva que traspasa los siglos y sirve de complemento (y, a veces, de contrapunto) a las experiencias subjetivas. 

Gracias a evangelios como el de Lucas, podemos purificar nuestra imagen de Dios ateniéndonos a la experiencia y a las palabras de Jesús, descubrimos la fuerza del Espíritu Santo que abre la comunidad a un horizonte misionero universal, conocemos mejor a María “la madre de Jesús”, vemos a los pobres y a los pecadores como los destinatarios principales de la misericordia divina, corregimos nuestra tendencia etnocéntrica, sabemos de la existencia de mujeres discípulas que siguen a Jesús, creemos y somos testigos de que “en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén” (Lc 24,47).


Estoy convencido de que muchos de los problemas personales y comunitarios que hoy tenemos en relación con la fe se deben, en buena medida, a nuestro escaso conocimiento del Evangelio. En una cultura tan egocéntrica como la nuestra, las opiniones subjetivas acaban teniendo más peso que la fuerza de la tradición objetiva. Nos hemos tomado tan en serio el ilustrado “aude sapere” (atrévete a saber por ti mismo) que recelamos de todo aquello que hemos recibido bajo la inspiración del Espíritu Santo. Ponemos al mismo nivel una ocurrencia que un dogma de fe, una opinión personal que el peso de la tradición, una hipótesis de un estudioso que la “regla de fe” de la comunidad eclesial. El resultado suele ser una fe desvaída, poco enraizada en la historia, incapaz de conjugar la fuerza del “acontecimiento Jesucristo” y los vaivenes históricos a los que nos vemos sometidos. 

Profundizar en el evangelio de Lucas (o en cualquiera de los otros tres) ancla nuestra fe en el mar de la tradición, al mismo tiempo que nos ayuda a desplegar las velas de nuestra barquichuela con el viento del Espíritu. Quizás nunca como hoy necesitamos tanto el anclaje de la Escritura “para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo” (Ef 4,14-15).

viernes, 17 de octubre de 2025

Volver al corazón


Regresé ayer de Roma después de cuatro días intensos. Solo salí de la casa en donde me alojaba el martes para participar en el rosario que se reza todas las noches del mes de octubre en el atrio de la basílica de Santa María la Mayor. Quise visitar antes la tumba del papa Francisco, pero la larguísima cola de fieles y la escasez de tiempo me disuadieron. Todavía quedaban en Roma muchos religiosos que en los días anteriores habían participado en el Jubileo de la Vida Consagrada. A ellos el papa Francisco les había exhortado a “volver al corazón, como el lugar en el cual redescubrir la chispa que animó los inicios de su historia, entregando a quienes les precedieron una misión específica que no pasa y que hoy se les confía a ustedes”. 

Ese mensaje tenía algunos puntos de coincidencia con el librito que me leí en el vuelo Madrid-Roma. Acababa de salir. Es el último del filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Se titula Sobre Dios. El subtítulo explica el contenido. Se trata de pensar la cuestión de Dios en diálogo con Simone Weil, a la que Han considera la intelectual más brillante del siglo XX.


Frente a la voracidad que caracteriza nuestra cultura moderna, Simone Weil reivindica el papel de la atención. Sin ella, no podemos acoger a Dios. Byung-Chul Han dice que “la crisis de la religión también es, por tanto, una crisis de la atención, una crisis de la vista y del oído. No es Dios quien ha muerto, sino el ser humano al que Dios se revelaba”. Y lo explica con más detalle: “La crisis actual de la atención está ligada al hecho de que queramos comerlo todo, consumirlo todo, en lugar de mirarlo. La percepción voraz no requiere atención alguna. Se traga cuanto se le ofrezca. Solo el alma que ayuna puede mirar, contemplar”. 

Me llama a atención la referencia a la voracidad como opuesta a la contemplación. Nos comemos todo (comida, viajes, redes sociales, información, relaciones) porque no sabemos simplemente mirarlo. Hemos perdido la capacidad de contemplar sin devorar. Queremos incorporar todo a nuestro yo hasta hacer de él un sujeto obseso, pesado, lleno de cosas (ideas, sensaciones, placeres), incapaz de hacer el vacío interior para que Dios entre en él.


Esta voracidad está muy ligada a la ansiedad. Vamos por la vida deprisa, casi sin respirar, con ganas de llenarnos de todo y con la sensación de que no acabamos de conseguirlo. Siempre queremos más sensaciones, más cosas, más afectos, más dinero, más posibilidades. La voracidad es hija de la codicia. Ambas nos conducen a un callejón sin salida. Solo pocas personas han descubierto la belleza y libertad del camino contrario. No se trata de llenarnos, sino de vaciarnos. No se trata de comer, sino de ayunar. No se trata de poseer, sino de contemplar. En estos cambios consiste una espiritualidad digna de tal nombre. 

Han y Weil lo explican de manera más detallada, haciendo una auténtica orfebrería conceptual y verbal. Yo me limito a unos cuantos trazos gruesos mientras el otoño madrileño tiene todavía un regusto veraniego. El otoño debería ser la estación de la “vuelta al corazón”, pero todavía nos distrae demasiado. Faltan días o semanas para entrar en un verdadero tempo contemplativo. Como la sociedad consumista no entiende estas cosas, antes de que nos sacudamos la modorra del verano ya nos está encandilando con los adornos navideños. Está claro que no quieren que contemplemos, sino que consumamos. Por algo será. Un consumidor es una persona manipulable. Un contemplativo es siempre un rebelde impenitente. 

domingo, 12 de octubre de 2025

Hoy podemos ser el décimo


De lepra no tenemos hoy mucha experiencia, pero de extranjeros que alaban a Dios sí. Nuestras sociedades multiculturales nos brindan ocasión de experimentarlo a diario. Me parece que por aquí discurre el río litúrgico de este XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario.

La primera lectura nos presenta a Naamán, un general sirio, extranjero, pagano… que termina reconociendo al Dios de Israel. ¿Cómo? A través de una experiencia de sanación. Pero lo más impactante no es solo que quede limpio de la lepra, sino que su corazón se transforma. Pide llevar tierra de Israel para seguir adorando al Señor. Es decir, su encuentro con Dios no se queda en la curación física, sino que toca lo espiritual, lo profundo. 

Naamán nos enseña que la fe puede nacer en los márgenes, en los que no están “dentro”, en los que no tienen el lenguaje religioso aprendido. Hace años se hablaba de los “alejados”. ¿Cuántas veces nosotros, que estamos “dentro”, nos quedamos en la superficie? Naamán nos recuerda que Dios se deja encontrar por quien lo busca con sinceridad, aunque venga de lejos. La cercanía-lejanía no se mide en kilómetros o grados de ortodoxia, sino en actitudes del corazón.


El Evangelio lleva este mensaje al extremo. Diez leprosos gritan desde lejos: “Jesús, ten compasión de nosotros”. Es como si estuvieran comenzando el acto penitencial de una misa extraña. Jesús no los toca, ni les da una fórmula mágica para curarlos. Les dice: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Les pide que actúen como si ya estuvieran sanos. Y, mientras caminan, se curan. No es difícil adivinar algo que tiene que ver con nosotros. La fe no consiste solo en pedir, implica también ponerse en camino. A veces queremos milagros sin movernos, respuestas sin compromiso. Pero Jesús sana en el camino. La fe es dinámica, exige pasos, decisiones, riesgo.

El final de la historia es sorprendente: solo uno vuelve para dar gracias por la curación. Para que la sorpresa sea todavía más llamativa, este décimo leproso curado es un samaritano; o sea, un extranjero, hereje e impuro, según los estándares del judaísmo ortodoxo. Pero es precisamente él quien entiende -como el sirio Naamán, otro extranjero- que la sanación no es solo física, sino espiritual. Se postra, agradece, reconoce. Y Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado”. La gratitud abre la puerta a la salvación.


No es difícil que ante la pregunta de Jesús -¿Dónde están los otros nueve?- sintamos una variante muy retadora: ¿Dónde estamos nosotros? ¿Nos hemos acostumbrado a lo que tenemos, incluida la fe? ¿Hacemos de nuestra vida una acción de gracias (es decir, una eucaristía) o nos limitamos a pedir? ¿Reconocemos a Jesús en el camino de la vida o solo lo buscamos cuando tenemos problemas? No se trata de culpabilizarnos, sino de despertar. Todos, en algún momento, hemos sido de los nueve leprosos que no volvieron para dar gracias. 

Pero hoy podemos ser como el décimo. Hoy podemos volver, postrarnos, agradecer, reconocer. Y no solo con palabras. La gratitud se expresa en gestos concretos: en el perdón que damos, en el tiempo que ofrecemos, en la generosidad con los que menos tienen, en la fidelidad a nuestra vocación, en el compromiso con la comunidad. Naamán el sirio y el samaritano anónimo nos enseñan que la fe auténtica nace del encuentro, se sostiene en la fidelidad y se expresa en la gratitud. Es hermoso sentirse en la piel del décimo y experimentar que la gratitud derriba muros.

viernes, 10 de octubre de 2025

Te he amado


Parece que, tras dos años horribles, la paz está más cerca en la martirizada franja de Gaza. Es una bocanada de futuro en este Jubileo de la Esperanza que ya enfila su recta final. Mientras los israelíes y palestinos forjaban un acuerdo bajo los auspicios de Estados Unidos, miles de consagrados se reunían en Roma con el papa León XIV para celebrar el Jubileo de la Vida Consagrada. Este encuentro me interesa por mi doble condición de consagrado y de director de una revista -Vida Religiosa- que está especialmente dirigida a las personas consagradas hispanohablantes. 

En la homilía de la misa celebrada ayer en la plaza de san Pedro, León XIV nos dijo cosas hermosas, como, por ejemplo, que “vivir los votos es abandonarse como niños en los brazos del Padre”. Nos dijo también que la Iglesia nos confía “la tarea de ser, con su despojarse de todo, testigos vivos del primado de Dios en su existencia, también ayudando lo más que puedan a los demás hermanos y hermanas que encontrarán para cultivar su amistad con Él”. Para ser testigos vivos del primado de Dios en la vida uno tiene que cultivar con humildad la relación con él. Nadie cree a los testigos que no hayan “visto” y “oído”, que no hayan experimentado lo que anuncian.


Ayer se publicó también la exhortación apostólica Dilexit te, la primera del nuevo Papa, que quiso firmarla el 4 de octubre, fiesta de san Francisco de Asís. El nombre está tomado de un versículo del libro del Apocalipsis: “Te he amado” (Ap 3,9). Se trata de un largo documento de 121 párrafos. Se sitúa en continuidad con la obra del papa Francisco, dado que León XIV tomó como base un proyecto iniciado por él. Su tema central es el amor hacia los pobres. La exhortación recalca que la fe cristiana no puede separarse del compromiso con quienes sufren marginación y pobreza. El Papa comienza abordando el fundamento bíblico y teológico del amor a los pobres; luego reflexiona sobre la Iglesia y su misión hacia los pobres; finalmente, señala algunos desafíos contemporáneos y sugiere compromisos concretos.

Además de remitir al pasaje del Apocalipsis 3,9, donde Cristo dirige esas palabras a una comunidad pequeña y despreciada, la exhortación alude también al Magnificat de María (“derribó a los poderosos… elevó a los humildes”) como eco de la justicia de Dios. En el recorrido por el Antiguo Testamento, León XIV nos ayuda a ver que Dios se preocupa por los pobres, escucha su clamor y exige justicia. En el Nuevo Testamento, Jesús se hace pobre, vive al lado de los excluidos, muestra preferencia por los pobres y denuncia la injusticia estructural. Es fundamental este fundamento bíblico para ayudarnos a ver que la pobreza no es simplemente un problema social, sino una situación espiritual y eclesial, donde Dios se manifiesta. 

Además de hablar de los Padres de la Iglesia, de los Papas y de los grupos y movimientos que han abordado con profundidad y audacia el compromiso con los pobres, León XIV menciona expresamente a 25 religiosos y religiosas que se han distinguido por su cercanía a los pobres y/o han fundado instituciones de ayuda a los más desfavorecidos. Merece la pena detenerse en ellos porque es un reconocimiento al papel de la vida consagrada a lo largo de la historia: San Basilio Magno, san Benito de Nursia, san Bernardo, san Francisco de Asís, santa Clara de Asís, santo Domingo de Guzmán, san Juan de Mata, san Félix de Valois, san Pedro Nolasco, san Raimundo de Peñafort, san Juan de Dios, san Camilo de Lelis, san Vicente de Paúl, santa Luisa Marillac, san José de Calasanz, san Juan Bautista de la Salle, san Marcelino Champagnat, san Juan Bosco, beato Antonio Rosmini, san Benito Menni, Juan Bautista Scalabrini, santa Francisca Javier Cabrini, santa Teresa de Calcuta, santa Dulce de los Pobres, san Carlos de Foucauld, santa Katharine Drexel y la hermana Emmanuelle. 


¿Cuál es la misión de la Iglesia? León XIV afirma con rotundidad que la Iglesia está llamada a reconocer en los pobres la imagen de Cristo, y a servirlos como si sirviera al mismo Señor. Es precioso y aleccionador el recorrido histórico de los santos, órdenes religiosas, movimientos eclesiales y ejemplos concretos que han promovido el cuidado de los pobres. 

Pero, junto a la fuerza de este testimonio coral, se denuncia que, con el paso de los siglos, las estructuras sociales, políticas y económicas han generado desigualdades profundas, exclusión y pobreza estructural. El Papa critica también con energía una economía que “mata”, la inequidad, la violencia, la falta de acceso a la educación y la emergencia educativa, la migración forzada como expresión de injusticia.


Me llama la atención el espacio dedicado a la limosna
, que no debe entenderse como mera dádiva, sino como acto de justicia restaurada, expresión de solidaridad auténtica. Los pobres, por otra parte, no son vistos como receptores pasivos, sino como sujetos con voz, capaces de contribuir a su propia promoción y al bien común. Frente a las tremendas desigualdades existentes en nuestro mundo, se necesita una respuesta que no sea puramente asistencial, sino transformadora: afrontar de cara las estructuras de pecado (instituciones injustas, leyes que favorecen la desigualdad).

Además de exhortar a los cristianos y a la Iglesia a implicarse en la política, la promoción social, la defensa de los derechos de migrantes, la acogida, la educación y la construcción del bien común, el Papa alienta un estilo de vida personal que refleje sencillez, solidaridad, cercanía con los pobres, transparencia y conversión hacia el servicio.

Esta primera exhortación del papa León XIV está en “diálogo” con la encíclica Dilexit nos del papa Francisco sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesús. Dilexi te es un documento valiente que pretende orientar desde el inicio del pontificado de León XIV su visión de la Iglesia como aliada y defensora de los pobres. Lejos de ser un texto meramente social, aspira a reavivar la fe cristiana en su dimensión testimonial, profética y compasiva. En él se manifiesta una convicción firme: la justicia social y la solidaridad hacia los últimos no son opcionales, sino elementos esenciales del caminar cristiano y eclesial.

 



lunes, 6 de octubre de 2025

El puerto escondido


Los días vuelan. Se suceden los viajes y actividades. Queda poco tiempo para reabrir el Rincón. Lo hago hoy, bien entrado el mes de octubre, uno de mis favoritos en el calendario anual. Tras un viaje intenso a Italia y un fin de semana con las Hermanas Trinitarias de todo el mundo en Madrid, me siento de nuevo ante el ordenador. Se solapan noticias y acontecimientos. Me impresionó la muerte súbita del joven obispo auxiliar de Madrid José Antonio Álvarez acaecida el pasado día 2. La lista de “pérdidas” se alarga de día en día. A medida que uno se hace mayor se da cuenta de que, en su grupo de personas queridas, son más los que se han ido que los que quedan. 

Y, sin embargo, hay que vivir y seguir ensanchando la tienda del encuentro. A veces, sin haberlo imaginado, nos encontramos con nuevas personas que nos sacan de la monotonía. La vida misionera está llena de encuentros que nos traen el aire fresco de Dios, aunque cada vez se hace más difícil. Hace años, por ejemplo, era frecuente compartir conversaciones interesantes con los compañeros de viaje en un avión o en un tren. Hoy se ha hecho casi imposible. Cada uno viaja encerrado en su pequeño mundo digital, pendiente solo de su pantalla y sus auriculares. Estamos yuxtapuestos en la cabina de un avión o en el vagón de un tren, pero apenas interactuamos. El mundo digital se come vorazmente al mundo presencial.


Quizá por esta invasión imparable de lo digital (ahora estamos dejándonos seducir por la IA), estoy desarrollando una actitud huidiza y casi defensiva. Me cansan las videollamadas y las conferencias en línea. Las evito todo lo que puedo, aunque paradójicamente se han multiplicado en las últimas semanas. Valoro -y a menudo añoro- las conversaciones cara a cara, donde la gestualidad cobra más importancia que las palabras. Si perdemos el arte de la conversación tranquila, no funcional, perdemos un espacio divino de encuentro. 

Nos vemos abocados a rellenar el vacío a base de un deslizamiento impúdico por la pequeña pantalla de nuestro teléfono móvil, ávidos de nuevos estímulos que nos mantengan entretenidos. Pero la vida es mucho más que un pasatiempo. Si estoy siempre entretenido, no me aburro. Y si no me aburro, no pienso. Y si no pienso, me echo en manos de quien me manipula a base de chutes de dopamina en el cerebro. Me alegro de haber vivido muchos años de mi vida en un mundo analógico, al menos para comprobar las diferencias con respecto al mundo digital. No reniego de ninguno de los dos. Quisiera aprender la lección vital que se deriva de su contraste.


Hoy celebramos la memoria de san Bruno de Colonia, un santo que cobra actualidad en estos tiempos acelerados y ruidosos. En una carta dirigida a sus hermanos cartujos, escribe: 
“Alegraos, pues, hermanos míos muy amados, por vuestro feliz destino y por la liberalidad de la gracia divina para con vosotros. Alegraos, porque habéis escapado de los múltiples peligros y naufragios de este mundo tan agitado. Alegraos, porque habéis llegado a este puerto escondido, lugar de seguridad y de calma, al cual son muchos los que desean venir, muchos los que incluso llegan a intentarlo, pero sin llegar a él. Muchos también, después de haberlo conseguido, han sido excluidos de él, porque a ninguno de ellos le había sido concedida esta gracia desde lo alto”.
Ese “puerto escondido, lugar de serenidad y de calma” es la Orden de los Cartujos por él fundada. Yo no pienso hacerme cartujo. Estoy muy contento con mi vocación misionera, pero reconozco que también necesito atracar a diario en el “puerto escondido” de una oración silenciosa y gratuita, en un “lugar de serenidad y de calma” que me ayude a no sucumbir ante la avalancha de estímulos que cae sobre mí.