sábado, 7 de septiembre de 2024

Todo lo hemos recibido


He celebrado la Eucaristía yo solo a primera hora de la mañana, antes de venirme otra vez al Centro Verbum Dei de Loeches. Todavía era de noche. Poco antes de dirigirme a la capilla, había echado un vistazo a algunas noticias del día. El papa Francisco ya está en Papúa Nueva Guinea, un pequeño país de unos nueve millones de habitantes situado casi en las antípodas de España. Nos separan 15.000 kilómetros. La alegría por esta visita apostólica se vio empañada por una noticia de signo contrario: las nuevas denuncias contra el famoso abbé Pierre, fundador del Movimiento Emaús (no confundir con los retiros Emaús). Una de cal y otra de arena. Con el ánimo un poco oscilante, leo en voz alta la primera lectura de la misa. Es un texto de san Pablo a los corintios (cf. 1 Cor 4,6-15). Me detengo en las primeras palabras: “A ver, ¿quién te hace tan importante? ¿Tienes algo que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado?”. 

Me las aplico, en primer lugar, a mí mismo. Me da vueltas la segunda pregunta: ¿Tienes algo que no hayas recibido? En el tiempo de silencio que guardo después del evangelio vuelvo sobre ella. Caigo en la cuenta de que todo (la vida, mi familia, mis amigos, el amor, la fe, la vocación misionera, la formación…), todo lo he recibido de Dios a través de múltiples mediaciones humanas. Nunca he creído en ese ideal americano del self-made man (el hombre hecho a sí mismo). Brota en mí un sentimiento de profunda gratitud.


Ahora, mientras escribo, pienso también en algunas personas conocidas y, en general, en el ambiente en el que me muevo. Me incomodan las personas que se consideran “importantes”, que van por la vida con ínfulas de intelectuales, trabajadoras, guapas, ricas o famosas. O incluso espirituales. Sí, también hay un “postureo espiritual” que desfigura la verdadera experiencia de encuentro con Dios y se aprovecha de ella para fines espurios. Todo el mundo del famoseo me resulta redondamente ridículo. Nadie es más que nadie en el plano de la dignidad. Todos somos únicos. 

Podemos diferir en cociente intelectual, estatura, peso, grados académicos o recursos económicos, pero todo eso es secundario (y efímero) en comparación con nuestra radical dignidad de hijos e hijas de Dios. Esto es lo que nos hace “importantes”. Y esto no es fruto de la herencia, del esfuerzo o de la suerte. Es un regalo de Dios. Todo es gracia. Solo cuando tomamos conciencia de esta realidad empezamos a ser humildes. No necesitamos compararnos con nadie para sentirnos a gusto en nuestra piel. No necesitamos ir por la vida mirando por encima del hombro a los demás, dándonoslas de importantes y exigiendo pleitesía.


Por desgracia, no es esto lo que solemos respirar a diario. La mayoría de las personas aspiran a destacar, a “ser alguien”, como si la identidad más profunda proviniese de la apariencia física, del estatus económico o del influjo mediático. Ese afán por abrirse camino, por tener más, por aparentar más, obliga a ir dando codazos a los otros. Lo he observado en el seno de familias que parecen maduras e incluso presumen de cristianas. Abundan los navajazos por la espalda, los acuerdos bajo la mesa, las zancadillas… todo lo que ayude a derrotar a los demás para ocupar su lugar. 

A corto y medio plazo, esta estrategia produce algún éxito mundano, el barniz que envuelve la mediocridad. A largo plazo, deja a las personas vacías, inermes y deprimidas. Solo la gracia nos cura de la autosuficiencia. Solo quien pone su vida en manos de Dios recibe lo que necesita y aún más. El orgullo y la prepotencia, por muy exaltados que sean por la publicidad, conducen a la ruina personal. Esta lección nos la regalan las personas maduras, pero no acabamos de aprenderla. Solo cuando caemos en la cuenta de que “todo lo hemos recibido” valoramos y disfrutamos cada pequeño detalle de la vida sin aspirar a grandezas innecesarias y sin padecer la ansiedad que nos devora.


1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo por ayudarnos hoy a recordar que “todo lo hemos recibido”. La misma frase se recibe diferente, según el momento que vivimos, tiene más o menos eco…
    El eco de hoy me lleva a un profundo agradecimiento al ir valorando lo mucho recibido. Cada segundo de nuestra vida es un gran regalo. Nos va bien, de vez en cuando, hacer una parada y para ello necesitamos que alguien o algo nos lo recuerde.
    “Todo lo hemos recibido” una frase que, para no olvidarla, puede presidir nuestro rincón de oración.

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