Hoy es el último
día del año litúrgico. Mañana comenzará el Adviento.
A diferencia de lo que sucede en el ámbito
civil, la liturgia despide el año con gran discreción. La transición entre el
final de un ciclo y el comienzo de otro se hace casi de puntillas. El Evangelio
de hoy se cierra con una frase un poco misteriosa: “Estad, pues,
despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por
suceder y manteneos en pie ante el Hijo del hombre” (Lc 21,35-36). Esa
invitación a “estar despiertos en todo tiempo” y a “mantenernos en
pie” resuena con especial fuerza en este extraño momento que nos ha tocado
vivir. La pandemia nos está adormilando, está haciendo que vivamos un poco al
ralentí, que dosifiquemos nuestros esfuerzos y ahorremos cualquier expresión que vaya
más allá de las normas establecidas.
Nos cuesta mantenernos en pie. Pasamos más
horas sentados, no solo físicamente sino quizás también simbólicamente. Es como
si, con el paso del tiempo, fuéramos perdiendo las ganas de ponernos en camino.
Muchas personas me han dicho que, aunque en sus ciudades o pueblos pueden
pasear libremente, lo hacen menos de lo deseable porque se han acostumbrado a
vivir recluidas en sus casas. Es como si el miedo al contagio hubiera alterado nuestras
rutinas. Nos quejamos de que nos impongan restricciones al libre movimiento,
pero, al mismo tiempo, cada vez tenemos menos ganas de movernos. Si pudieran,
algunas personas se pasarían una buena parte del día en la cama o, por lo menos, arrellanadas en una butaca.
El último día del
año es una oportunidad para meditar sobre el último día de nuestra vida. Este
momento se refiere, ciertamente, a la última jornada de nuestra vida terrena,
pero también a
ese “último día” en el que Jesús se cruza en nuestra vida. ¡Qué
difícil resulta percibir su presencia cuando tenemos el corazón
“embotado”,
quizá no
“con juergas y borracheras” – como se lee en el
Evangelio de hoy – pero sí “con las
inquietudes de la vida”! ¿Cuáles son hoy estas “inquietudes” que nos
atrapan y nos hacen perder atención? Quizás se resumen en la tríada salud-dinero-amor,
como cantaban hace más de 50 años Cristina y Los Stop. La preocupación por la salud es evidente. La
segunda ola de la pandemia está golpeando con fuerza en algunos países y
regiones que vivieron con más tranquilidad la primera. A menudo, no se trata de
la preocupación por la propia salud, sino por la de nuestros seres queridos. Por
más que ya se empiece a hablar de campañas de vacunación, algo nos dice que
todo suena un poco precipitado. No acabamos de fiarnos – al menos yo – de unas
vacunas diseñadas en tiempo récord, con insuficientes pruebas y sin la posibilidad
de saber los previsibles efectos secundarios a medio y largo plazo. La inquietud,
pues, permanece y va erosionando un poco la salud psíquica.
La segunda preocupación
no se refiere directamente al dinero cuanto al trabajo y a los medios para
vivir con dignidad. Todavía no nos hacemos una idea cierta de las consecuencias
económicas y laborales que tendremos que vivir en los próximos meses y años.
Quienes han perdido el empleo corren el riesgo de perder algo más valioso: la
confianza en sí mismos y las ganas de seguir luchando. Muchos negocios han
tenido que cerrar. Muchos jóvenes que han terminado sus estudios o su preparación
profesional salen al mercado de trabajo en una coyuntura desfavorable. En estas
condiciones ¿quién se atreve a hacer planes de futuro, incluyendo el de formar
una familia?
La tercera preocupación tiene que ver con el amor. Entendido en
sentido amplio, podemos referirla al mundo de las relaciones. Todas se han
visto alteradas de una manera u otra en estos meses: algunas por la excesiva y
constante cercanía; otras por la lejanía no deseada. En este clima extraño es muy
probable que hayamos descubierto en nosotros reacciones que no conocíamos bien:
salidas de tono, repliegues, celos, obsesiones, actitudes egoístas… Jesús nos
invita a “estar despiertos” también en este tiempo porque él sigue haciéndose
presente. Me pregunto si este “estar despiertos” no coincide con una actitud
serena, como la de quien sabe que tormenta no termina antes por más que nos pongamos
nerviosos. Ni modorra ni irritación. Permanecer de pie, confiados en que todo
pasará y que, mientras llega el día, no podemos renunciar a vivir porque, en el
fondo, cada día es siempre el último.
Gracias Gonzalo, porque con tu reflexión creo que podemos sentirnos comprendidos en todos los aspectos con que vivimos esta pandemia: en esta incertidumbre, en los miedos que acaban arrastrando, en la inseguridad económica, en la confianza en que hay Alguien que nos sostiene…
ResponderEliminarNo es fácil manteneros de pie… No es fácil, muchas veces, descubrir a Jesús en medio de todo…
Gracias por invitarnos a: "Permanecer de pie, confiados en que todo pasará y que, mientras llega el día, no podemos renunciar a vivir porque, en el fondo, cada día es siempre el último."