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sábado, 28 de noviembre de 2020

El último día

Hoy es el último día del año litúrgico. Mañana comenzará el Adviento.  A diferencia de lo que sucede en el ámbito civil, la liturgia despide el año con gran discreción. La transición entre el final de un ciclo y el comienzo de otro se hace casi de puntillas. El Evangelio de hoy se cierra con una frase un poco misteriosa: “Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneos en pie ante el Hijo del hombre” (Lc 21,35-36). Esa invitación a “estar despiertos en todo tiempo” y a “mantenernos en pie” resuena con especial fuerza en este extraño momento que nos ha tocado vivir. La pandemia nos está adormilando, está haciendo que vivamos un poco al ralentí, que dosifiquemos nuestros esfuerzos y ahorremos cualquier expresión que vaya más allá de las normas establecidas. 

Nos cuesta mantenernos en pie. Pasamos más horas sentados, no solo físicamente sino quizás también simbólicamente. Es como si, con el paso del tiempo, fuéramos perdiendo las ganas de ponernos en camino. Muchas personas me han dicho que, aunque en sus ciudades o pueblos pueden pasear libremente, lo hacen menos de lo deseable porque se han acostumbrado a vivir recluidas en sus casas. Es como si el miedo al contagio hubiera alterado nuestras rutinas. Nos quejamos de que nos impongan restricciones al libre movimiento, pero, al mismo tiempo, cada vez tenemos menos ganas de movernos. Si pudieran, algunas personas se pasarían una buena parte del día en la cama o, por lo menos, arrellanadas en una butaca. 

El último día del año es una oportunidad para meditar sobre el último día de nuestra vida. Este momento se refiere, ciertamente, a la última jornada de nuestra vida terrena, pero también a ese “último día” en el que Jesús se cruza en nuestra vida. ¡Qué difícil resulta percibir su presencia cuando tenemos el corazón “embotado”, quizá no “con juergas y borracheras” como se lee en el Evangelio de hoy – pero sí “con las inquietudes de la vida”! ¿Cuáles son hoy estas “inquietudes” que nos atrapan y nos hacen perder atención? Quizás se resumen en la tríada salud-dinero-amor, como cantaban hace más de 50 años Cristina y Los Stop

La preocupación por la salud es evidente. La segunda ola de la pandemia está golpeando con fuerza en algunos países y regiones que vivieron con más tranquilidad la primera. A menudo, no se trata de la preocupación por la propia salud, sino por la de nuestros seres queridos. Por más que ya se empiece a hablar de campañas de vacunación, algo nos dice que todo suena un poco precipitado. No acabamos de fiarnos – al menos yo – de unas vacunas diseñadas en tiempo récord, con insuficientes pruebas y sin la posibilidad de saber los previsibles efectos secundarios a medio y largo plazo. La inquietud, pues, permanece y va erosionando un poco la salud psíquica.

La segunda preocupación no se refiere directamente al dinero cuanto al trabajo y a los medios para vivir con dignidad. Todavía no nos hacemos una idea cierta de las consecuencias económicas y laborales que tendremos que vivir en los próximos meses y años. Quienes han perdido el empleo corren el riesgo de perder algo más valioso: la confianza en sí mismos y las ganas de seguir luchando. Muchos negocios han tenido que cerrar. Muchos jóvenes que han terminado sus estudios o su preparación profesional salen al mercado de trabajo en una coyuntura desfavorable. En estas condiciones ¿quién se atreve a hacer planes de futuro, incluyendo el de formar una familia? 

La tercera preocupación tiene que ver con el amor. Entendido en sentido amplio, podemos referirla al mundo de las relaciones. Todas se han visto alteradas de una manera u otra en estos meses: algunas por la excesiva y constante cercanía; otras por la lejanía no deseada. En este clima extraño es muy probable que hayamos descubierto en nosotros reacciones que no conocíamos bien: salidas de tono, repliegues, celos, obsesiones, actitudes egoístas… Jesús nos invita a “estar despiertos” también en este tiempo porque él sigue haciéndose presente. Me pregunto si este “estar despiertos” no coincide con una actitud serena, como la de quien sabe que tormenta no termina antes por más que nos pongamos nerviosos. Ni modorra ni irritación. Permanecer de pie, confiados en que todo pasará y que, mientras llega el día, no podemos renunciar a vivir porque, en el fondo, cada día es siempre el último.

1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo, porque con tu reflexión creo que podemos sentirnos comprendidos en todos los aspectos con que vivimos esta pandemia: en esta incertidumbre, en los miedos que acaban arrastrando, en la inseguridad económica, en la confianza en que hay Alguien que nos sostiene…
    No es fácil manteneros de pie… No es fácil, muchas veces, descubrir a Jesús en medio de todo…
    Gracias por invitarnos a: "Permanecer de pie, confiados en que todo pasará y que, mientras llega el día, no podemos renunciar a vivir porque, en el fondo, cada día es siempre el último."

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