Escribo la
entrada de hoy un poco antes de que Carlo Acutis sea beatificado
en la iglesia superior de la basílica de san Francisco en Asís. La escribo a toda prisa porque no quiero
perderme la celebración que será retransmitida por varios medios. Su historia se ha
difundido mucho en los días previos a su beatificación. Incluso se han ofrecido entrevistas con su madre y algunos amigos. Carlo nació el 3 de mayo de
1991 en Londres, en el seno de una familia italiana católica, pero no practicante.
En septiembre de ese mismo año, la familia se traslada a Milán, donde pasa su
niñez y adolescencia. Desde muy niño muestra una especial sensibilidad
religiosa, que lo lleva a recibir la primera comunión con solo siete años. Desde
entonces, todos los días participó en la Eucaristía, a la que llamaba “la
autopista para el cielo”.
Devoto de María, recitaba diariamente el rosario. Era
un enamorado de la informática, hasta el punto de que es muy probable que sea
nombrado patrono de Internet. No era taciturno. Le gustaba rodearse de gente. Como
buen amigo de Jesús, sentía predilección por los pobres, a los que desde muy
niño ayudaba de varias maneras. A varios los conocía por su nombre y apellido. De hecho, fueron muchos los que acudieron a su
funeral. A principios de octubre de 2006, se le declaró una leucemia del tipo M3
que lo condujo rápidamente a la muerte, acaecida el día 12 de ese mismo mes. 14
años más tarde será beatificado en Asís, donde, por expreso deseo suyo, reposa
su cuerpo, aunque falleció en la ciudad de Monza, al norte de Italia. Durante estos días muchas personas desfilan por la iglesia de la Expoliación para contemplar su sepulcro.
Se ha escrito mucho
en los últimos días sobre la conservación de su cuerpo y sobre el milagro
realizado por su intercesión en un niño brasileño con una grave enfermedad del
páncreas. Me sorprende que este tipo de informaciones hayan saltado de los medios
religiosos a publicaciones generalistas, incluyendo periódicos deportivos. Se
ve que resulta muy llamativo que la Iglesia beatifique a un joven muerto con
solo 15 años y cuyo cuerpo embalsamado se ha mostrado para la contemplación de los
fieles. El joven Carlo aparece vestido con jeans, zapatillas deportivas y una
sudadera, como visten muchos jóvenes de todo el mundo. Dado su
afición a la informática y su tarea de difusión del Evangelio a través de
Internet, se le ha empezado a llamar el “influencer” de Dios. A pesar de las restricciones impuestas
por la pandemia, serán muchos los jóvenes que sigan por televisión o las redes
sociales la ceremonia de beatificación. El mensaje que se transmite es muy
diáfano: se puede ser santo sin renunciar a ser una persona del siglo XXI. Un
santo no es una persona extraterrestre, con gustos raros y manías extrañas,
sino alguien que, en la trama de la vida cotidiana, ha hecho de Dios el centro
de su vida.
Estoy convencido
de que hay muchos jóvenes en diversas partes del mundo que viven con la misma
intensidad que Carlo, pero muy pocos se hacen famosos y casi ninguno será
canonizado oficialmente. Si la Iglesia nos propone ahora el testimonio de este
joven italiano es para estimular la fidelidad de otros muchos que pueden
sentirse a veces un poco desanimados en su aventura de seguir a Jesús. El
ejemplo de los santos siempre arrastra. Necesitamos santos de los primeros
siglos del cristianismo, pero también de la Iglesia del Vaticano II. Es la mejor
manera de mostrar que el Evangelio sigue siendo actual y llega al corazón de las
personas. Surge donde menos podemos imaginar. ¿Por qué Carlo se sintió tan
atraído por Jesús desde que era niño? No fue por influencia familiar (de hecho,
nació en una familia alejada de la Iglesia), sino por la acción misteriosa de la
gracia. La fe requiere mediaciones, procesos de transmisión, pero Dios se sirve
a menudo de medios que nos desconciertan. De esta manera, caemos en la cuenta
de que no todo depende de nosotros. Incluso en esta Europa secularizada del
siglo XXI, la semilla de la fe puede crecer desafiando los análisis
sociológicos y los planes pastorales. Es hermoso que Dios nos siga regalando
sorpresas para que no nos acostumbremos a una fe o a una increencia rutinarias.
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