A la literatura y al cine les gusta explorar las zonas
oscuras de los seres humanos. La mayoría de escritores y cineastas repiten con frecuencia
que el mal es más literario y cinematográfico que el bien. Por desgracia,
las historias de mal que nos brinda la actualidad superan siempre la ficción
más imaginativa. La fuente de inspiración nunca se seca. Abundan historias de
venganzas, intrigas, robos, abusos, chantajes, violaciones, torturas y asesinatos.
Siguiendo el lenguaje de Pablo, podríamos decir que la materia prima de muchos
creadores son las obras de la carne: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones,
disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo” (Gal
5,1921). Estamos saturados de producciones que bucean en este fondo oscuro. A
los creadores les gusta decir que de esta manera tocan la carne humana desnuda,
sin el papel celofán de las buenas intenciones o los convencionalismos
sociales. No dudo de que en muchos casos sea necesario descender a estos infiernos
para explorar nuestra condición humana.
viernes, 16 de octubre de 2020
Transparentes
La corrupción es
una lacra social que mina a las personas y las instituciones. Por
eso, quienes aspiran a mantener la credibilidad o a recuperarla, si la han perdido, abogan
por la transparencia. En muchos países existen leyes de transparencia que
obligan a las instituciones, comenzando por la jefatura del Estado, a una
rendición de cuentas completa, clara y regular. Algo parecido está intentando
el papa Francisco con las finanzas del Vaticano. Los recientes
escándalos muestran que todavía queda un largo trecho por recorrer. Ser
transparentes significa que no ponemos obstáculos para que pase la luz y
podamos ver la realidad como es. Es verdad que se habla mucho de la transparencia
de las instituciones políticas, sociales, educativas, eclesiásticas, etc., pero
todo comienza por la transparencia de las personas. No es nada fácil dejar que
entre la luz en nuestra celda interior. Todos albergamos almacenes oscuros
donde se amontonan envidias, celos, resentimientos, negligencias, etc. Quisiéramos
vivir en la luz porque somos hijos de la luz, pero no nos libramos del “peso de
la carne”; es decir, de la tendencia al mal. Y, como nos enseñan los maestros
espirituales, al mal espíritu le gusta el doble lenguaje, el secretismo, la hipocresía
y, en definitiva, la oscuridad.
Cuando nos
preguntamos qué podríamos hacer por mejorar este mundo, por contribuir a
descontaminarlo un poco, hay una respuesta que los maestros en el Espíritu siempre nos
dan: sé transparente, deja que la luz de Dios traspase tus contornos. Las
personas transparentes, sin doblez, por el mero hecho de ser como son, están ya
siendo un reflejo de la gloria de Dios. No es necesario que hagan grandes
cosas. No mejoran el mundo a base de acciones y proyectos, sino simplemente
siendo. Dejan que la llama de Dios que todos llevamos en nuestro santuario
interior ilumine el espacio en el que viven, no la cubren con el lienzo de un
yo demasiado hinchado.
Pero nunca
tendríamos que olvidar que somos hijos de la luz, llamados a la transparencia.
Por fuertes e insidiosas que sean las “obras de la carne”, el Espíritu de Jesús
inunda el mundo con sus frutos. Pablo también les pone nombre: “amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí” (Gal
5,22-23). Después de enumerar estos nueve frutos, Pablo añade una conclusión: “Contra
estas cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne
con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el
Espíritu” (Gal 5,23-25). Marchar tras el Espíritu significa quitar todo
aquello que tapa la luz, hacer todo lo posible por que nuestra casa interior sea
transparente. Los hombres y mujeres de luz iluminan cualquier relación que
emprenden, aportan calor, entusiasmo, confianza, alegría. En estos tiempos de
pandemia, en los que sentimos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos por
miedo al contagio, necesitamos la presencia de personas transparentes que dejen
ver los frutos de Espíritu que albergan en su interior. Por eso, los buenos contemplativos
(hombres y mujeres) son tan necesarios en nuestro mundo, porque, aunque no
hagan muchas cosas, transparentan la gloria de Dios, se convierten en faros en
medio de la oscuridad, en reflejo del Espíritu que sigue empujando nuestro
mundo hacia el encuentro definitivo con Dios.
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