En mi oración
matutina, me he detenido hoy en esta frase de la carta a los Efesios: “Cristo es
nuestra paz” (Ef 2,14). Es probable que me haya atraído porque contrasta
mucho con la tensión que estamos viviendo en los últimos meses. Pablo explica por qué Cristo es
nuestra paz: porque “ha reconciliado a los dos pueblos con Dios uniéndolos
en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad” (2,16). La
cruz de Cristo produce un doble efecto: reconcilia a los dos pueblos (judíos y
gentiles) entre sí y a todos con Dios. La cruz de Cristo, que en ocasiones se
ha usado como instrumento de división, es, en realidad, un fuerte pegamento que
une lo que está dividido y compone lo fragmentado. Quizá hoy podríamos ampliar
los niveles de reconciliación. En primer lugar, la experiencia de encuentro con
Cristo pone paz en nuestro caótico y a menudo conflictivo mundo interior. Si ya
era difícil armonizar nuestras ideas, sentimientos y decisiones en un proyecto
de vida armónica, la pandemia ha agitado todo haciendo más difícil una vida
serena. A menudo, los sentimientos no pasan por el filtro de nuestras
convicciones y nos empujan a decisiones precipitadas de las cuales solemos arrepentirnos.
Cuando uno mira fijamente a Jesús crucificado y se deja mirar por él, nuestro interior
se va pacificando. Es como si de la cruz de Cristo emanara una energía que pone
cada cosa en su sitio, impidiendo que el desorden acabe con nosotros.
Mirar juntos esa
cruz nos ayuda a superar las muchas barreras que se interponen en las
relaciones con nuestros semejantes. No es raro que, tras la capa de la
cortesía, se escondan envidias, celos, resentimientos y desconfianzas. La pandemia
ha obligado a muchas familias a permanecer más tiempo en casa. Lo que, en principio,
podría haber sido una bendición, se ha revelado en muchos casos como un infierno
porque la continua proximidad física ha sacado a la luz tensiones ocultas y ha
exacerbado los sentimientos negativos. No es fácil la reconciliación cuando nos
hemos herido con palabras y gestos. No es extraño, pues, que hayan aumentado los
episodios de violencia doméstica, las separaciones y divorcios y aun los
suicidios. Cuando se llega a una situación crítica pueden ser útiles, y aun
necesarias, las terapias familiares, pero nada penetra hasta la raíz del
conflicto como la cruz de Jesús. Solo él puede recoger los fragmentos rotos y
restaurar la armonía familiar. No sé si estos meses de pandemia han favorecido
la oración en familia. No dispongo de ningún dato para avalar o desmentir esta
tesis. Quizás el creciente desánimo y el cansancio acumulado nos han quitado incluso
las ganas de rezar. Y, sin embargo, en situaciones como estas, es cuando más
necesitamos creer que Cristo es nuestra paz, que él derriba las barreras del odio
y nos ayuda a aceptar el don de Dios. La oración en familia es una fuente de paz en tiempos de conflicto.
Las divisiones en
la sociedad son evidentes. Llevamos tiempo hablando de las polarizaciones
políticas, del auge de posturas fundamentalistas, de las dificultades para
crear una cultura del encuentro, del abismo creciente entre clases sociales,
etc. La pandemia no ha hecho sino agravar la situación. A medida que pasan los meses,
la rabia se transforma en protesta y en estallidos de violencia, como acabamos
de ver en Chile y en algún otro país. ¿Podemos descubrir a Cristo como fuente
de paz? En algunos lugares quieren eliminar las cruces y cualquier símbolo que
recuerde a Jesús porque algunos consideran que provoca tensiones y discriminaciones.
Pero ¿no es la cruz el gran símbolo de la reconciliación entre los seres
humanos y de todos con nuestro Padre Dios? ¿Qué daño hace un símbolo que nos
recuerda que Jesús luchó contra el mal del mundo no matando a otros sino
dejándose matar? Si la cruz es el camino hacia la paz, eso significa que en
los conflictos actuales todos debemos aprender a morir un poco, a renunciar a
algo de lo nuestro para construir un “nosotros” común que haga posible la
convivencia en paz. Sin esta capacidad de renuncia – simbolizada por la cruz− ¿cómo
podemos vivir juntos millones de personas que tenemos distintas visiones de la
vida e intereses cruzados? La gran lección de Jesús para la construcción de un
mundo nuevo es que solo quien entrega su vida, la recupera. Solo quien está
dispuesto a “morir” por los demás (y a no a imponer su criterio o a
aprovecharse de los otros) puede ser artesano de paz.
Leo Cristo es nuestra paz y me digo y también nuestra lucha.
ResponderEliminarYo no puedo quejarme, pero hacen falta personas que vivan la experiencia de este encuentro con Cristo y ayuden a los demás también a vivirla. Serían como aquellas pequeñas lucecitas que divisamos en la noche y pueden ir orientando por dónde va el camino.
En cuanto la oración en familia, hay un mínimo de personas que sí que les ha ayudado, por lo menos lo manifiestan al hablar con ellas, pero a la gran mayoría no… A más problemas más distancia en la vida de oración y de acercamiento a Jesús.
No es fácil, en este tiempo, contemplar a Jesús crucificado y dejarse mirar por Él… El ambiente que se vive, a pie de calle, no ayuda en ello, más bien la mayoría de personas se rebelan.
Me gusta cuando dices: "Mirar JUNTOS esa cruz nos ayuda a superar las muchas barreras que se interponen en las relaciones con nuestros semejantes…" Si fuéramos conscientes de que mirando esa cruz no estamos solos, sería mucho más alentador y creo que es lo que tu, Gonzalo haces, a través del Blog… Nos ayudas a no sentirnos solos y a dar pasos para acercarnos a este encuentro con Jesús que nos ha de dar fuerza y coraje para salir adelante. Muchísimas gracias Gonzalo.
Ojalá podamos llegar a ser estos “artesanos de paz”.