Hoy casi nadie formula esta pregunta. Por todas
partes hay relojes públicos que señalan la hora. Los jóvenes apenas usan relojes.
El teléfono móvil los suple con creces, aunque cada vez se están extendiendo
más los relojes inteligentes. Si hace unos años el teléfono servía de reloj,
ahora el reloj sirve de teléfono. Saber la hora no es un problema. Confieso
que yo suelo mirar con frecuencia mi reloj. Me ayuda a distribuir los tiempos. No
miro el móvil porque, cuando estoy en casa, nunca lo llevo encima. No soporto
estar todo el día pegado a él. Saber la hora cronológica es fácil. Saber la
hora de la historia o la hora de Dios es otro asunto. No hay en el mercado
relojes culturales o religiosos que nos ofrezcan respuestas precisas. Cada uno
llevamos incorporado uno de serie. Lo que ocurre es que no están sincronizados.
Sus repuestas no coinciden. Algunos señalan la hora de la angustia y otros la de
la esperanza. En los relojes de muchas personas estamos viviendo la “hora de la
muerte de Dios”; en el de otras, la de un renacimiento espiritual. ¿Cómo saber
la hora que estamos viviendo? ¿Cómo ajustar el reloj de la historia? Le pido
prestados a mi hermano Pedro Casaldáliga, obispo y poeta, un par de poemas. Ha pasado algo más de un mes desde su muerte, acaecida en Batatais (Brasil) el
pasado 8 de agosto.
pero es nuestra hora.
Es tarde,
pero es todo el tiempo
que tenemos a mano
para hacer el futuro.
Es tarde,
pero somos nosotros
esta hora tardía.
Es tarde,
pero es madrugada
si insistimos un poco...
Que sea tarde no significa que ya no podamos hacer nada porque, en cualquier caso, “es nuestra hora”, es “todo el tiempo / que tenemos a mano / para hacer el futuro”. Cualquier momento de nuestra historia es el tiempo de que disponemos para ser nosotros mismos, para vivir.
Se podría decir que nunca es tarde para aquellos que deciden ponerse manos a la
obra, para quienes caen en la cuenta de que las cosas no pueden seguir como
siempre. No podemos descargar la culpa en nadie porque “somos nosotros /
esta hora tardía”. Somos sujetos. Si asumimos nuestras responsabilidades,
si decidimos pasar de la teoría a la práctica, “si insistimos un poco”,
esta hora tardía puede ser, en realidad, “madrugada”, la hora en la que
empieza un nuevo día. En el fondo, el poema de Casaldáliga es una invitación a
la esperanza y al compromiso. Todavía se puede.
Lo completo
con otro que me fascina. Imagina que el Corazón de María es el verdadero reloj que señala la hora máxima de la historia:
Cuando Él
llegó
¿qué hora daba, Madre, tu Corazón?
(Mientras no llegaba,
daba la hora de la esperanza.)
Pero cuando llegó
¿qué hora daba... ?
Un gran poeta
como José
García Nieto escribió que “el autor (Casaldáliga) consigue aciertos de
una sorprendente novedad, como en esta canción que parece arrancada de la mejor
vena tradicional y que se adensa primero, y se aligera después, y se quiebra y
se suspende, por último, con una gran eficacia técnica y personalísima”.
Después de ponderar esta canción mínima, concluye así: “Puede bastar esta
muestra para recordar a un poeta por mucho tiempo”. El reloj del Corazón de
María marcaba siempre la hora de la esperanza mientras esperaba el nacimiento
de su hijo, pero ¿qué hora marcaba cuando nació? ¿Qué hora marca hoy? Para muchos, es la “hora
del coronavirus”, la “hora de la incertidumbre”, la “hora de la crisis económica”…
Nuestros relojes humanos, analógicos o digitales, marcan todas estas horas
adversas. El reloj de María siempre marca la hora de Dios, que es la “hora de
la vida”, la “hora del amor”, la “hora de la esperanza”. Quizá necesitamos
sincronizar nuestros relojes con el suyo.
Gracias Gonzalo por tus comentarios al poema de Casaldáliga... Todo ello me ayuda a ajustar mi reloj y me pregunto si seré capaz de sincronizarlo con el de María, sobretodo con la hora de la esperanza...
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