Si hay una
coletilla que se repite con frecuencia en los últimos meses al final de muchas frases
es esta: “hasta que (no) llegue la vacuna”. No podremos viajar como antes, no
podremos celebrar fiestas familiares, no organizaremos festivales de música y acontecimientos
deportivos, no abriremos los locales de ocio, no celebraremos congresos y
asambleas… “hasta que (no) llegue la vacuna”. La famosa vacuna se presenta con aires mesiánicos, casi como si fuera un diosecillo al que tenemos que invocar
con todas nuestras fuerzas para que nos visite cuanto antes. Parece que nuestro
futuro depende de que algunos científicos la descubran, las empresas farmacéuticas
la comercialicen y todos podamos preparar nuestro sistema inmunológico para luchar
contra el virus. No sabemos cuánto tiempo se tardará. Algunos hablan de pocas
semanas y otros de varios años.
¿Qué hacemos mientras tanto? ¿Nos recluimos en
casa? ¿Dejamos de vivir? También aquí tenemos que dejarnos enseñar por los más pobres. Si en África, por ejemplo, hubieran tenido esta
actitud derrotista, hace tiempo que el continente de la vida estaría sumido en
una crisis insuperable porque las amenazas son múltiples. Se lleva hablando de una vacuna contra el
paludismo desde hace décadas y no acaba de llegar. La gente sigue muriendo. La ciencia
no acaba de encontrar la solución. En 2018, se estimaron 405.000 muertes por malaria en todo el mundo. Es verdad que
en solo ocho meses llevamos ya casi un millón a causa del Covid-19, pero eso no
debe impedirnos seguir viviendo. Igual que en África y en otras regiones del mundo
han aprendido a vivir con el riesgo de contraer el paludismo y toman medidas de
protección, también en Europa y América tenemos que aprender a convivir con el
coronavirus adoptando algunas medidas protectoras, pero sin entrar en “modo
pánico”. Aquí en Italia vivimos un mes de marzo dramático, sobre todo en las
regiones del Norte. Ahora, a comienzos del otoño, sigue habiendo casos de contagios
y muertes, pero la situación parece manejable. Roma está recuperando, poco a
poco, su ritmo ordinario, aunque muchos hoteles siguen cerrados. Se ve que los
turistas no acaban de fiarse.
Este año de la pandemia,
el
otoño comenzará el martes 22 de septiembre a las 15,31. Eso significa
que hoy lunes es el último día del verano. Creo que no he vivido un verano más
atípico en toda mi vida. Al principio de la pandemia, soñábamos con que el
verano marcase el regreso a la vida normal, pero la verdad es que − exceptuando
algunas semanas más tranquilas entre julio y agosto – la pesadilla sigue. La
temida segunda ola se ha adelantado al comienzo del otoño. Ya nadie se atreve a
hacer previsiones. Se confía en el “dios-vacuna”. ¿A qué “dios” nos encomendaremos
cuando comprobemos que la vacuna se retrasa más de lo previsto o que no es tan
eficaz como deseábamos? Mientras me hago estas preguntas, caigo en la cuenta de
que hoy es la fiesta
de san Mateo, el judío que pasó de cobrador de impuestos para los
romanos a seguidor del Nazareno. El cambio no lo hizo por propia voluntad, sino
porque Jesús se fijó en él y lo invitó a seguirlo. Debió de ser tan grande la
atracción de Jesús que Mateo no pudo resistirse. Confieso que a veces, cuando
caigo en la cuenta de la enorme encrucijada de caminos que nos ha tocado vivir,
echo de menos una experiencia magnética que me atraiga irresistiblemente. Pero
parece que Dios, salvo en contadas excepciones, no suele utilizar este procedimiento.
A nosotros nos toca buscarlo, dar tumbos, caernos, volvernos a levantar y
seguir buscando. De hecho, el texto de Isaías que leímos ayer en la primera
lectura, comenzaba así: “Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo
mientras esté cerca” (Is 55,6). Buscar e invocar son los verbos de todo
creyente. Con o sin vacuna, Dios sigue invitándonos a estar siempre vigilantes
y a orar: “Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt 26,41). En la
vida de fe, no hay una vacuna que nos permita bajar la guardia. No creemos después
de haber buscado, sino que creemos buscando siempre.
Precisamente para
seguir buscado en el silencio, hoy comienzo una semana de ejercicios espirituales
con el resto de mi numerosa comunidad romana en la casa de espiritualidad “Domus Aurea”
de las Hijas de la Iglesia. Es un lugar cercano al aeropuerto de Fiumicino en
el que ya he estado en otras ocasiones. Después de haber acompañado a otros en
los últimos meses en varios ejercicios
espirituales on line, también yo necesito ser acompañado. Por
eso, hasta el próximo sábado 26, no reanudaré mis entradas diarias en este Rincón.
Quiero dedicarme a tiempo pleno a serenar mi espíritu, escuchar la palabra de
Dios e iluminar este tiempo que vivimos. Sé que es un lujo que pocos pueden
permitirse. Espero que redunde en bien de más personas, no solo de mí mismo. Os
pido, pues, una oración por el fruto de este retiro y un poco de paciencia
hasta el sábado.
Ya estoy rezando. Que la búsqueda y la meditación con el silencio sean muy fructíferos; lo notaremos también todos nosotros.
ResponderEliminarAbrazos desde la niebla visontima
Hola Gonzalo, gracias por esta visión que nos das hoy de “creemos buscando siempre” “nos toca buscarlo, dar tumbos, caernos, volvernos a levantar y seguir buscando”… con esta visión y la que en los últimos días nos haa ido dando, por lo menos a mi, me ayuda a ir cambiando mi manera de vivir la fe.
ResponderEliminarEsperaré que vuelvas, mientras unidos en oración… Unos días de descanso te irán bien y te los mereces… que el Señor vaya llenando tu pozo para que el agua pueda seguir manando…
Muchas gracias por todo… Un abrazo.
Gracias por tu servicio y compartir la vida de fe, esperanza y caridad. Un santo tiempo de ejercicios espirituales. Un abrazo
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