Si es verdad que en esta sociedad digital en la que estamos inmersos el máximo de atención son nueve segundos, entonces estamos obligados a una catarata constante de estímulos. Lo experimentan los profesores que no saben
cómo suscitar y mantener la atención de sus alumnos. Lo saben los predicadores
y, en general, todos cuantos nos movemos en el campo de la comunicación. Se
recomienda que una homilía dure poco más de cinco minutos (esta regla no vale
para África) y que, en todo caso, contenga siempre una idea clave, una historia
y una imagen. La mayoría de los predicadores ignoran esta regla básica y se
lanzan a explicaciones farragosas que aburren al más pintado. Ha aparecido ya la palabra clave: aburrimiento, que −según el diccionario de la RAE− significa “cansancio
del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia
reiterada”. Hoy no somos capaces de aburrirnos, nos parece inhumano; por eso, ha florecido tanto la
industria del entretenimiento. Como nos cuesta mucho estar con nosotros mismos,
como se nos cansa el ánimo cuando estamos “cabe nosotros”, entonces otros
tienen que suministrarnos estímulos o distracciones para que nos mantengamos
despiertos. El problema es que hoy son tantos estos estímulos (pensemos todo lo
que sucede en la pantallita de nuestros móviles) que nuestra capacidad de
atención es muy limitada, casi inexistente. No podemos con tanto.
Sin atención no hay vida espiritual. Una forma de definir la espiritualidad
es la capacidad de estar atentos a la realidad, a toda la realidad. Estar atentos
a nosotros mismos, a los demás, a la naturaleza, a la historia y a Dios. Pero
¿cómo se desarrolla la capacidad de atención si el máximo estadístico son
nueve segundos? ¿Cómo aprendemos a “atender”? Repasando las diversas acepciones
de este verbo, encontramos algunas cosas curiosas. Según el diccionario de la
RAE, “atender” significa: 1) Acoger favorablemente, o satisfacer un deseo,
ruego o mandato; 2) Esperar o aguardar; 3) Aplicar voluntariamente el
entendimiento a un objeto espiritual o sensible; 4) Tener en cuenta o en
consideración algo; 5) Mirar por alguien o algo, o cuidar de él o de ello. Creo
que todas estas acepciones están conectadas con la espiritualidad. En efecto, para
ser personas espirituales necesitamos “acoger el deseo” de ir más allá de
nuestros límites materiales, “esperar o aguardar” la irrupción del Misterio en
nuestra vida; “aplicarnos” a una tarea; “tener en cuenta” que en nosotros
existe una dimensión trascendente; “cuidar” todo aquello que favorece nuestra capacidad
de apertura y entrega. Todas estas actividades tienen que ver con el desarrollo
de la espiritualidad. Todas ellas son formas diversas de “atención”. ¿Por qué extrañarnos de que hoy tengamos tantas
dificultades para el crecimiento espiritual cuando la capacidad de atención se
ha reducido a nueve segundos?
La atención se desarrolla cuando, sin tener miedo del aburrimiento,
comenzamos a observar y meditar con paciencia, cuando no caemos en la tentación
de estar siempre entretenidos o divertidos. La “diversión” significa tomar otro
camino. En inglés la palabra “diversion” significa “desviación”. En cierto
sentido, cuando planteamos la vida como pura “diversión” nos estamos “desviando”
de nuestro camino. Solo la atención nos devuelve al sendero justo porque nos
ayuda a reconocer los indicadores que Dios ha ido dejando a lo largo de él para
que podamos regresar seguros a casa. Sí, esta es otra forma de presentar la
espiritualidad: la capacidad de interpretar los signos de Dios en la realidad
de todo cuanto existe, de manera que podamos encontrarnos con Él. El gran signo
es el amor, pero nos puede pasar desapercibo si no prestamos atención a sus
manifestaciones. Y esto es imposible sin silencio, contemplación, calma. Por
eso, por más digitales y conectados que nos hayamos vuelto, necesitamos también
cortar, desconectar, para concentrarnos en lo que de verdad importa, para
escuchar la “música callada” que suena dentro de cada uno de nosotros y que
puede pasar desapercibida, ahogada por los muchos ruidos que nos produce esta sociedad
del entretenimiento constante en la que estamos inmersos. Con un poco de práctica,
es posible estar atentos mucho más de nueve segundos. Es nuestro reto y también
nuestra salvación.
Lo que viene ahora no tiene nada que ver con el tema de hoy (¿o sí?), pero me gusta. Admiro mucho a Juan Diego Flórez, el gran tenor peruano.
Reto aceptado... No es difícil superar los nueve segundos... Estos días, entre el Blog y los Ejercicios nos estás dando muchas pistas para acercarnos y encontrar a Dios a través del silencio... Gracias Gonzalo
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