miércoles, 15 de julio de 2020

No más de nueve segundos

Si es verdad que en esta sociedad digital en la que estamos inmersos el máximo de atención son nueve segundos, entonces estamos obligados a una catarata constante de estímulos. Lo experimentan los profesores que no saben cómo suscitar y mantener la atención de sus alumnos. Lo saben los predicadores y, en general, todos cuantos nos movemos en el campo de la comunicación. Se recomienda que una homilía dure poco más de cinco minutos (esta regla no vale para África) y que, en todo caso, contenga siempre una idea clave, una historia y una imagen. La mayoría de los predicadores ignoran esta regla básica y se lanzan a explicaciones farragosas que aburren al más pintado. Ha aparecido ya la palabra clave: aburrimiento, que según el diccionario de la RAE significa “cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia reiterada”. Hoy no somos capaces de aburrirnos, nos parece inhumano; por eso, ha florecido tanto la industria del entretenimiento. Como nos cuesta mucho estar con nosotros mismos, como se nos cansa el ánimo cuando estamos “cabe nosotros”, entonces otros tienen que suministrarnos estímulos o distracciones para que nos mantengamos despiertos. El problema es que hoy son tantos estos estímulos (pensemos todo lo que sucede en la pantallita de nuestros móviles) que nuestra capacidad de atención es muy limitada, casi inexistente. No podemos con tanto. 

Sin atención no hay vida espiritual. Una forma de definir la espiritualidad es la capacidad de estar atentos a la realidad, a toda la realidad. Estar atentos a nosotros mismos, a los demás, a la naturaleza, a la historia y a Dios. Pero ¿cómo se desarrolla la capacidad de atención si el máximo estadístico son nueve segundos? ¿Cómo aprendemos a “atender”? Repasando las diversas acepciones de este verbo, encontramos algunas cosas curiosas. Según el diccionario de la RAE, “atender” significa: 1) Acoger favorablemente, o satisfacer un deseo, ruego o mandato; 2) Esperar o aguardar; 3) Aplicar voluntariamente el entendimiento a un objeto espiritual o sensible; 4) Tener en cuenta o en consideración algo; 5) Mirar por alguien o algo, o cuidar de él o de ello. Creo que todas estas acepciones están conectadas con la espiritualidad. En efecto, para ser personas espirituales necesitamos “acoger el deseo” de ir más allá de nuestros límites materiales, “esperar o aguardar” la irrupción del Misterio en nuestra vida; “aplicarnos” a una tarea; “tener en cuenta” que en nosotros existe una dimensión trascendente; “cuidar” todo aquello que favorece nuestra capacidad de apertura y entrega. Todas estas actividades tienen que ver con el desarrollo de la espiritualidad. Todas ellas son formas diversas de “atención”. ¿Por qué extrañarnos de que hoy tengamos tantas dificultades para el crecimiento espiritual cuando la capacidad de atención se ha reducido a nueve segundos?

La atención se desarrolla cuando, sin tener miedo del aburrimiento, comenzamos a observar y meditar con paciencia, cuando no caemos en la tentación de estar siempre entretenidos o divertidos. La “diversión” significa tomar otro camino. En inglés la palabra “diversion” significa “desviación”. En cierto sentido, cuando planteamos la vida como pura “diversión” nos estamos “desviando” de nuestro camino. Solo la atención nos devuelve al sendero justo porque nos ayuda a reconocer los indicadores que Dios ha ido dejando a lo largo de él para que podamos regresar seguros a casa. Sí, esta es otra forma de presentar la espiritualidad: la capacidad de interpretar los signos de Dios en la realidad de todo cuanto existe, de manera que podamos encontrarnos con Él. El gran signo es el amor, pero nos puede pasar desapercibo si no prestamos atención a sus manifestaciones. Y esto es imposible sin silencio, contemplación, calma. Por eso, por más digitales y conectados que nos hayamos vuelto, necesitamos también cortar, desconectar, para concentrarnos en lo que de verdad importa, para escuchar la “música callada” que suena dentro de cada uno de nosotros y que puede pasar desapercibida, ahogada por los muchos ruidos que nos produce esta sociedad del entretenimiento constante en la que estamos inmersos. Con un poco de práctica, es posible estar atentos mucho más de nueve segundos. Es nuestro reto y también nuestra salvación.

Lo que viene ahora no tiene nada que ver con el tema de hoy (¿o sí?), pero me gusta. Admiro mucho a Juan Diego Flórez, el gran tenor peruano. 



1 comentario:

  1. Reto aceptado... No es difícil superar los nueve segundos... Estos días, entre el Blog y los Ejercicios nos estás dando muchas pistas para acercarnos y encontrar a Dios a través del silencio... Gracias Gonzalo

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