Hoy es Viernes de Dolores, pero este año prefiero denominarlo Virus de Dolores. La tradición católica popular conmemora en esta jornada los
sufrimientos de la Virgen María durante los días que precedieron a la muerte de
Jesús. En realidad, la celebración litúrgica de la Virgen de los Dolores es el
15 de septiembre, pero la huella popular se mantiene en el viernes que precede
al Domingo de Ramos. Este año no es necesario organizar ninguna procesión callejera (por otra parte, prohibidas por el estado de alarma) para recordar el sufrimiento de María porque la Madre está sufriendo por y con
los muchos hijos e hijas que en las últimas semanas están siendo víctimas
directas (en España hay ya más de 10.000 muertos contabilizados; en Italia,
cerca de 14.000) o indirectas del coronavirus. Yo mismo recibí ayer la noticia
de la muerte de una prima segunda, pocos años más joven que yo. El dolor
aumenta de día en día.
Está bien que algunas personas se esfuercen por ver la
cara positiva de la crisis y hagan campañas de resistencia, pero eso no elimina
el impacto de la realidad. La fe cristiana nunca esconde el dolor ni pasa de
puntillas sobre él. Nosotros seguimos a un Crucificado y buscamos consuelo en
una Madre que, entre sus muchas advocaciones, tiene una que la hace muy cercana
en este tiempo de sufrimiento: Virgen de
los Dolores. Igual que estuvo de pie junto a la cruz de su hijo Jesús, hoy
está al lado de los ancianos que mueren solos en las residencias de mayores o a
los enfermos que luchan por sobrevivir en las UCI de los hospitales conectados
a un respirador artificial.
Sí, este año
vivimos un verdadero Virus de Dolores.
No hay por qué negarlo. Como nos recuerda el psiquiatra español José Miguel Gaona en el vídeo que acompaña
la entrada de hoy, la adherencia a la realidad es la condición necesaria para
cualquier superación. Es probable que los gobiernos maquillen la crudeza de los hechos a base de frías (e inexactas) estadísticas o que se refugien en las opiniones de los científicos
(los nuevos gurús en tiempos de crisis) para tomar decisiones controvertidas. Es admirable, por otra parte, que algunas personas de buena voluntad pongan en marcha campañas
solidarias o inventen formas hermosas de entretenimiento. Pero nada de esto
elimina el golpe duro de la realidad. Leo
que una mujer que ha perdido a su padre, rota de dolor,
ha gritado en uno de los cementerios de Madrid: “Dios no existe y nunca ha existido”. Siento escalofríos, pero
entiendo su desesperación.
Frente a este Virus
de Dolores, María nos enseña que el dolor y la muerte, por destructivos que
sean, no constituyen la última palabra. El dolor de María es intenso, profundo,
pero no desesperado. Sus palabras son otras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios
mi salvador”. Este canto no proviene de un corazón frívolo,
superficial e inconsciente, sino de una madre que ha sido testigo del sufrimiento
y de la muerte cruel de su hijo y que, sin embargo, no ha perdido la fe en
Dios. Por eso, saben a verdad y transmiten una confianza absoluta en el amor incondicional de nuestro
Padre.
Me vienen ahora a
la mente dos estrofas de una canción religiosa titulada Madre de la esperanza. Son palabras antiguas que hoy adquieren una
gran actualidad. La primera estrofa se refiere a la experiencia del Viernes
Santo: “Viviste con la cruz de la
esperanza / tensando en el amor la larga espera. / Y nosotros buscamos con los
hombres / el nuevo amanecer de nuestra tierra”. La segunda evoca, más bien,
la espera del Sábado Santo: “Esperaste
cuando todos vacilaban / el triunfo de Jesús sobre la muerte. / Y nosotros
esperamos que su vida, / anime nuestro mundo para siempre”. También
nosotros queremos esperar cuando muchos vacilan. También nosotros, hijos de una
Madre dolorosa, esperamos que la vida de Jesús se inyecte en nuestras venas y
nos contagie el triunfo de su resurrección. Con esta esperanza afrontamos los próximos
días.
La Semana Santa de este año será extremadamente sobria en sus expresiones
litúrgicas. Para muchos, ni siquiera existirá la posibilidad de participar en
las celebraciones. Pero quizá nunca como este año vamos a comprender qué
significa morir por amor. Jesús sigue muriendo en los miles de hombres y
mujeres –la mayoría ancianos– cuyas vidas son segadas por el Covid-19. Aunque en muchos casos no
cuenten con la presencia cercana de ningún ser querido, la Virgen dolorosa va a
estar de pie junto a la cruz de sus lechos de muerte como estuvo junto a la cruz
de su hijo Jesús. Esta presencia mariana nos llena de consuelo y esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.