Si alguien me preguntara qué puede hacer para superar la tristeza y la frustración que le oprimen, le contestaría sin dudar: medita el relato de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35). Este es precisamente el texto que nos propone el Evangelio del III Domingo de Pascua. Pocos relatos hay más reconfortantes y pedagógicos.
No es fácil reconstruir la base histórica (como sucede con casi todos los
relatos bíblicos), pero no hay problema para diseñar la instrucción catequética
que subyace y descubrir la estructura litúrgica del largo y bien estructurado relato.
Desde el punto de vista literario, casi parece el fruto de un taller de
escritura creativa. Es sencillamente perfecto. No sobra ni falta nada. Hay un comienzo misterioso, un crescendo claro, un suspense mozzafiato (como se dice en Italia) y un desenlace poco convencional. Lo he examinado
tantas veces en este Rincón –la última
hace apenas diez días– que casi no me atrevo a volver sobre él por temor a repetirme. Y, sin embargo,
me parece de una actualidad tan grande que no tengo más remedio que intentarlo.
Empecemos haciendo una afirmación discutible
pero fecunda: el discípulo anónimo que camina con Cleofás somos cada uno de nosotros.
Lucas quiere invitarnos a hacer un camino de transformación. Se las ha
ingeniado para meternos en el relato sin pedirnos permiso. Pero estoy seguro de
que no vamos a arrepentirnos. Si nosotros somos
el compañero (o la compañera) de Cleofás, se nos puede aplicar a la letra lo
que dice el texto:
“Ellos se detuvieron con aire
entristecido”. Me parece esencial este punto de partida. También nosotros llevamos
semanas viviendo “con aire entristecido”.
Basta conversar con quienes han perdido a sus seres queridos o con algunos que acusan el cansancio provocado por el confinamiento o experimentan ansiedad ante
un futuro incierto. A pesar de que estemos en el tiempo pascual, no se respira
un aire de alegría como otros años. Es como si inesperadamente se nos hubiera derrumbado un
castillo de naipes construido con tesón y maña y no supiéramos cómo reconstruirlo.
Volver a Emaús significa añorar la “vieja” normalidad en la que nos sentíamos cómodos y seguros, a pesar
de que no todo fuera perfecto. Pero
estos no son los planes de Jesús. Él no puede concebir a su comunidad como un
grupo de hombres y mujeres tristes, frustrados y sin horizonte. Jesús no quiere
que la pandemia que vivimos sea causa de angustia y desesperación. Por eso, se
pone a caminar con nosotros. Quiere conducirnos a la experiencia de la
verdadera alegría, pero no quiere ahorrarnos el camino, porque sabe que una alegría
que no se hace cargo de las pruebas de la vida es falsa. Él no se dedica a
contarnos chistes para hacer más llevadera la jornada, como hacemos a veces
entre nosotros. Él nos ayuda a leer en profundidad lo que está pasando, de
manera que encontremos la clave que nos permita descubrir una vida nueva y nos
cure de la tentación de retornar a la vida vieja que llevábamos antes.
¿En qué consiste
la acción de este Jesús, que primero se acerca y se pone a caminar con nosotros
(sin que nosotros seamos capaces de reconocerlo) y luego hace ademán de seguir
adelante (provocando en nosotros el deseo de retenerlo)? ¿Cómo se produce este
juego de presencia-ausencia que a menudo nos desconcierta? La respuesta del
evangelista Lucas es muy clara: ¡Este proceso de encuentro y transformación se produce... en la Eucaristía! De hecho, todo el relato está construido como una celebración
eucarística con su rito de entrada (incluyendo esa especie de confesión que
hacen los discípulos), su liturgia de la Palabra (con lecturas bíblicas y homilía
de Jesús), su liturgia eucarística (con la fracción del pan y el milagro del reconocimiento)
y su rito de despedida (con el súbito regreso “misionero” a Jerusalén).
Si esto
es así, tienen razón quienes en estos tiempos de tristeza producidos por la
pandemia piden que la Iglesia nos les prive de la Eucaristía. Es un modo de
confesar que sin la Eucaristía no hay modo de interpretar lo que está pasando y
de reconocer en todo la presencia del Resucitado. En otras palabras: sin Eucaristía,
la tristeza se vuelve crónica, no logramos experimentar en su raíz la alegría
cristiana. Por eso, se están multiplicando las campañas que “exigen” a los
pastores poder participar físicamente en la celebración y no solo seguirla
virtualmente por Internet. Respeto este movimiento, comprendo a quienes
consideran que la Eucaristía es un “servicio esencial” (por usar las expresiones
de los políticos), tan necesario como ir al supermercado o a la farmacia.
Y, sin embargo, no me parece que se deba convertir este asunto en un “casus belli” (motivo de guerra contra los gobiernos) y en una crítica al papa Francisco y a los obispos como si arbitrariamete nos hubieran robado algo que nos pertenece. A veces, lo que a primera vista parece lo mejor (sin duda, la Eucaristía lo es), puede encerrar motivaciones que no son muy cristianas.
Más
aún, el forzado ayuno eucarístico, si se interpreta y vive bien, nos hace caer en la cuenta
de las muchas Eucaristías rutinarias en las que no hemos sabido apreciar el
tesoro que se nos entregaba, activa en nosotros el deseo de una Eucaristía más auténtica, provoca una súplica que, en su
momento, nos llevará a abrir los ojos y a reconocer con más conciencia al Resucitado, verdadera fuente de nuestra alegría. Como los discípulos de Emaús, también
nosotros en este contexto de tristeza generalizada, decimos con fe: “Quédate con nosotros, porque atardece y el
día va de caída”. Este “deseo de Eucaristía” tiene una extraordinaria
eficacia purificadora y transformadora. Empezaremos a entender que la tristeza
no es, en efecto, la última palabra y que el Resucitado nunca nos deja solos en
el camino de la vida.
Gracias Gonzalo, por tu reflexión. Por veces que comentes el pasaje siempre le das un aire nuevo y según estoy, también lo recibo diferente. Considero que es bueno que nos lo recuerdes en estos momentos que son momentos de ausencias y que, por lo menos yo,necesito reconocerle.
ResponderEliminarEsta vez, me va muy bien sentirme la compañera de Cleofás, adentrarme de pleno en el relato y pedir fuerzas para volver a "mi galilea".
Muchísimas gracias... Un abrazo.
Felices pascuas, Gonzalo! Bonita reflexion. Un pensamiento que yo tengo sobre la historia de Emaus,es como la naciente Iglesia, y Jesus mismo, estan "en movimiento" Cristo resucitado es un poquito como una senal "WiFi" que se hace mas clara por entender las Escrituras y dar hospitalidad al forastero. Todo con el don de la fe.
ResponderEliminarGracias, Steve, por compartir esta manera sugestiva de entender el relato de hoy. Feliz Pascua para ti y tu comunidad.
EliminarGracias P. Gonzalo. Una mira nueva del texto. Se los daré a mis alumno. Me da al corazón su reflexion y con ojos nuevos Cristo ha Resucitado.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya ayudado esta visión del texto aplicada a la situación que estamos viviendo ahora. Feliz Pascua.
EliminarGracias Gonzalo! Este "deseo de Eucaristía" ha ido aumentando en mí cada día más. Verdad que tiene la extraordinaria eficacia purificadora y transformadora. Durante la cuarentena pensaba muchas veces en mis comuniones "mal" recibidas, sin fe y sin encontrar a Jesús vivo en ella.
ResponderEliminarDesde el lunes pasado en la gente en Polonia puede asistir a la Eucaristía bajo unas condiciones. Pude comulgar primera vez después del ayuno eucarístico. El Señor vino con su paz, bendición y presencia. La Eucaristía mejor vivida en mi vida. Un saludo fuerte para todos