Hoy, lunes de Pascua, estamos de fiesta en Italia. Se celebra la Pasquetta o el Lunedì dell’Angelo (lunes del Ángel). La tradición manda organizar una scampagnata (salida campestre) en familia. Es obvio que este año no
será posible debido a las severas medidas de confinamiento. Con todo, mi comunidad hará lo posible por prolongar el respiro de esperanza que recibimos ayer y organizaremos una comida al aire libre en el jardín de nuestra casa. (Eso, si el helicóptero de la policía no nos descubre, aunque no se trata de ningún aggruppamento illegale). Debo
confesar que tanto la Vigilia Pascual, como la misa y la comida de Pascua, así
como el recital-plegaria de Andrea Boccelli en la catedral de Milán (os pongo
el vídeo al final de esta entrada) fueron momentos de alegría y fraternidad en
mi comunidad romana. Disfrutamos con la liturgia y cultivamos con más tiempo
nuestras relaciones. Necesitábamos un momento así para relajar la tensión emocional que se había ido acumulando a lo largo de las semanas pasadas. Yo me ocupé de la música en los días del Triduo Pascual. El
Jueves Santo nos atrevimos con el Panis
angelicus de Claudio Casciolini a tres voces. El resto de los días
rescatamos canciones hermosas y significativas. Comprobamos una vez más el
poder sanador de la música y, sobre todo, la fuerza transformadora de la liturgia. No se trata solo de recordar la historia de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, sino de actualizar un Misterio que sigue vivo en la Iglesia y en el mundo.
Estamos ya en el
tiempo pascual. Es hora de que los mensajes de atención, solidaridad, unidad y recuerdo
iluminen nuestro día a día. Como nos recordaba el papa Francisco en su mensaje
de Pascua, debemos evitar las palabras de indiferencia, egoísmo,
división y olvido. Por desgracia, la pandemia las ha desempolvado en muchos
lugares. Francisco nos urgía a “que la
crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones
de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas”. Y refiriéndose
a la Unión Europea lanzó un mensaje contundente: “Hoy, la Unión Europea se encuentra frente a un desafío histórico, del
que dependerá no sólo su futuro, sino el del mundo entero. Que no pierda la
ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a
soluciones innovadoras. Es la única alternativa al egoísmo de los intereses
particulares y a la tentación de volver al pasado, con el riesgo de poner a
dura prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas
generaciones”. No sé si tenemos líderes con la capacidad de guiar el
continente en esta dirección. Los intereses nacionales (y aun regionales y
locales) parecen prevalecer sobre el bien común, como si el Covid-19 fuera un virus con pasaporte o
carné de identidad.
Del Evangelio
de hoy rescato las palabras del Resucitado a las mujeres: “Alegraos” y “No temáis”. Siento que Jesús nos las dice a nosotros, que hemos
vivido una Cuaresma/cuarentena llena de sobresaltos y dolor. Necesitamos
escuchar el saludo de Jesús. “Alegraos”
es la traducción litúrgica castellana del “cháire”
(griego) o “salve” (latino) que Jesús
dirige a sus discípulas. Es una forma de quebrar su temor y desesperanza. Es
como si les dijera: “Estoy aquí con
vosotras”. La invitación a no tener miedo (“No temáis”) va acompañada de un encargo: “Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”.
Galilea es el lugar donde todo empezó, la periferia en la que el anuncio novedoso del Reino llegó al corazón de miles de personas necesitadas de un
mensaje de salvación. Para nosotros, Galilea es el escenario de nuestra vida
cotidiana. En tiempos de coronavirus, las palabras de Jesús podrían sonar así: “Id
a comunicar a mis hermanos y hermanas que podrán verme en los hogares en los
que están confinados, que me voy a hacer el encontradizo con cada uno de ellos en
la monotonía de este tiempo especial”. La liturgia nos invita a experimentar esta presencia misteriosa de Resucitado
como fuente de serenidad y de alegría. Pase lo que pase (y ya ha pasado mucho), Jesús nunca se olvida de su comunidad,
no nos deja huérfanos. Él no es el capitán miedoso e irresponsable que abandona
la barca en medio de la tormenta, sino el Señor que manda callar al viento y al
mar y conforta a todos los tripulantes.
Os dejo con el
vídeo que recoge el recital-plegaria Music for Hope (Música para la esperanza) que Andrea Boccelli realizó ayer por la
tarde en la catedral de Milán y en la plaza, donde cantó una hermosa versión de Amazing grace. Si es verdad que “la belleza salvará al mundo” (Dostoievski),
ayer vivimos una pequeña historia de salvación.
"...Comprobamos una vez más el poder sanador de la música y, sobre todo, la fuerza transformadora de la liturgia. No se trata solo de recordar la historia de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, sino de actualizar un Misterio que sigue vivo en la Iglesia y en el mundo..."
ResponderEliminarGracias Gonzalo. Saludos desde Chile. Juan E Sarmiento